1 7   A Ñ O S
1987 / 2004
¿Es locura u otra cosa?

Por Eduardo Aliverti

Porque uno supone que un loco puede chocar con la misma piedra un montón de veces salvo que alguna de esas veces el golpe sea brutal. Un perro, igual. Si lo fajan de cachorro porque hizo pis o caca donde no debe, el animal normalmente aprende. Y un chico más o menos lo mismo. Si toca algo que está hirviendo, no volverá a hacerlo. Uno habla, cree, del común de los locos, los perros y los chicos. Bueno: el común de la sociedad argentina es capaz de hacerse pelota contra evidencias incontrastables con una facilidad que uno no cree que tengan los locos, ni los perros, ni los chicos.
A lo largo de estos 17 años, respecto de ese período puntual y también hacia atrás, los argentinos fueron una máquina de quemarse con leche y seguir muy plácidos al lado de la misma vaca. No se puede creer, sin ir más lejos, que un grueso tan apreciable de este pueblo siga creyendo que la inseguridad se arregla con mano dura, en su acepción de primero tiro y después pregunto. Pero no estimo que haya un botón de muestra más espeluznante que el entusiasmo con Martínez de Hoz-tablita cambiaria-dictadura repetido, a la perfección, con Cavallo-convertibilidad-la rata. Repetido dos veces, en realidad, porque aunque la memoria colectiva parece no registrarlo (o no querer hacerlo) la vaca volvió a estar durante la gestión del androide Fernando de la Rúa. Y es que además no estamos hablando de un espasmo sino, casi, de la reiteración de una “época” entera, visto desde las expectativas populares. Pensé muchas veces si acaso no deben contemplarse atenuantes, del tipo “hay influencia de generaciones diferentes” o “la caída del Muro significó el quiebre de utopías constitutivas e incluso los sectores más lúcidos se entregaron, abrumados, a los cantos de sirena de la globalización neoliberal”. Ma’qué. Entre una imbecilidad masiva y otra hay apenas diez años de distancia. Y si la gente más lúcida perdió el horizonte analítico no ya por una depresión generalizada, sino por incapacidad de otear un futuro en manos exclusivas de la bestia ora imperial, ora de capitales transnacionalizados, que se meta la lucidez un poco más abajo del final de la espalda.
El seguro de cambio cuando los milicos y el 1 a 1, cuando el roedor. Los paraguas de Taiwan y las latas de foie gras. El déme dos de Miami y la invasión criolla al exterior europeo y brasileño (y Miami otra vez). La caída del Banco de Intercambio Regional (BIR), en 1980, para despertar a la clase media de su sueño de patria financiera, y el corralito de Cavallo sólo un par de décadas después, y antes el Tequila, para despertarla de lo mismo. La integración al mundo para ser más competitivos, las dos veces, las tres veces, para caernos del mundo. La amenaza del aislamiento internacional, las dos veces, las tres veces, para no aprender que estamos mejor solos que mal acompañados (“Unplugged”, como muy bien describió Alfredo Zaiat, en este diario, en el Cash de hace un par de domingos).
¿Se llama locura eso? ¿O es la prueba quizá incontrovertible de una mentalidad pasatista, siempre introspectiva, cínica, desentendida no sólo de la suerte de los más débiles sino de la propia? Uno se acuerda del ‘95, cuando las urnas estallaron de votos por la rata y ya estaba claro que la rata era la rata. No era el patilludo del ‘89 que prometía salariazo, revolución productiva y recuperación de las Malvinas a “sangre y fuego”. No, no, no.
Está bien. Estos 17 años también dan para conmoverse con otras cosas que demuestran los reflejos y la ductilidad de los argentinos. Lo que se llama “movida cultural” siguió firme aun en los peores momentos. Las asambleas, las cacerolas, las fábricas recuperadas, ese estar siempre atentos a ganar la calle, la fuerza de algún periodismo. Y a la par todo eso otro que hace que uno, todo el tiempo, dude entre vivir para gozarla y suicidarse. Más que “locura” a secas es probable que deba hablarse de una tendencia esquizofrénica.
Tal vez no haya que darle más vueltas y ése sea el dichoso Ser Nacional.