1 7   A Ñ O S
1987 / 2004
Pasteurización y sociedad civil

Por Mario Wainfeld

El politólogo sueco que trajina su tesis de post grado en la Argentina quiere enviar una nota a este suplemento de Página/12. Su título, ambicioso, es “La pasteurización y la sociedad civil”. Su hipótesis básica es que pasar del frío al calor a cada rato es propicio para los lácteos pero produce efectos desalentadores en la sociedad civil. Su objetivo, inconfeso pero patente, es recuperar (por vía de la presencia gráfica) si no el corazón la atención de su ex más que amiga, la pelirroja progre que es asidua lectora de este medio.
La idea central del escandinavo brotó precisamente discutiendo con su esquiva amada. Esta siempre se queja de la falta de justicia en la Argentina, de la impunidad de los poderosos. El sueco le propone, vanamente, que las cosas son más complejas. Que en la Argentina se han hecho públicos muchísimos ilícitos cometidos en las tres últimas décadas. Han tenido enorme difusión mediática, integran la agenda cotidiana de personas comunes bien informadas. Muchos de sus responsables son conocidos y también sus modus operandi, incluyendo detalles de las ingenierías financieras, conexiones internacionales, cuentas en Suiza. Amante de las estadísticas, que aburren a la pelirroja, nuestro científico informa que jamás se conocieron tantos delitos de Estado.
Pero hay más, propone el becario de la Facultad de Sociales de Estocolmo. Una cantidad pasmosa de protagonistas políticos de primer nivel han sido acusados, procesados y hasta ido presos. Carlos Menem, Domingo Cavallo, María Julia Alsogaray, Víctor Alderete, Fernando de la Rúa pasaron por las galeras, con el consiguiente escarnio público y con repercusión fenomenal no sólo en el momento sino en el decurso del sistema político.
El problema –propone el sueco cuando ve que la colorada se le encrespa para mal y pone cara de querer irse– es que, en la mayoría de los supuestos, la excitación se ve defraudada por la falta de condignas condenas. Y la pelirr... perdón la sociedad civil, vive con despecho esos corsi y ricorsi de la administración de justicia. La frustración se agrava porque la vindicta social es tan alta que considera defraudaciones no sólo a la liberación de los sospechosos sino también a la vigencia de instituciones que en otras sociedades (v. gr. la sueca) son valoradas como garantistas. La pelirroja, por muy progre que sea, aborrece la prisión domiciliaria y considera que todos los corruptos deben cumplir prisión efectiva mientras son procesados. Menudo error comete el sueco cuando, códigos en mano, pretende convencerla de la relativa bondad de esos institutos. Error que no repara cuando le recuerda que los militares responsables del terrorismo de Estado no la pasan bomba en democracia, que han tenido tres rachas de detenciones y procesos masivos: la primera hasta 1987, la segunda por robo de bebés, la tercera con las inconstitucionalidades de las leyes de la impunidad. “¿A que no sabés cuántos años acumulan presos Videla y Bussi?”, inquiere el científico social, planilla de datos en mano. La pelirroja ni quiere oír esos datos, que le parecen argumentos de “la derecha”, que aborrece desde siempre y más ahora que se ha vuelto kirchnerista. Ella sí recuerda que Bussi fue gobernador de Tucumán y que su hijo no accedió a serlo porque perdió en la definición por penales.
Transformando a su amor imposible en “sociedad civil”, el politólogo propone que la saga de la revelación (con la consiguiente esperanza), a la detención y luego a la frustración obra efectos de desencanto que –a su ver– serían mayores a los de las sociedades aletargadas, en las que nada se conoce ni se pesquisa. “No se histeriquea con la verdad y eso es mejor que vivir pasando del calor al frío y de éste al calor”, redondea su trabajo el politólogo. Tal vez si Página se lo publica, la pelirroja lo lee, lo revaloriza, lo llama.
Y, sin embargo, a la hora de la hora no lo envía. El hombre no es un trucho del todo. Y sabe que lo que está diciendo no es cabalmente verdad. Que estas idas y vueltas son mucho más que nada. Que han generado conciencia, que han deteriorado prestigios. Que de hecho muchos criminales (en especial terroristas de Estado) sí están presos. Y que la batalla contra los corruptos de la década del 90 no ha terminado aún. Con ese mensaje optimista, reescribe su tesis y, a contramano de los tiempos, la privatiza: le envía un correo a la pelirroja. Y se sienta a esperar respuesta.