1 7   A Ñ O S
1987 / 2004
SUBIBAJA

Por J. M. Pasquini Durán
Néstor Kirchner gobierna el quinto período sucesivo en democracia, pero es el cuarto presidente debido a que Carlos Menem ocupó dos mandatos consecutivos por un total de diez años y medio (1989/1999), la mitad del tiempo transcurrido desde que las instituciones republicanas desplazaron, en 1983, a la última y más sangrienta dictadura militar del siglo XX. Los otros dos mandatarios, Raúl Alfonsín (1983/89) y Fernando de la Rúa (1999/2001), tuvieron que abandonar sin terminar, acosados por el descontento ciudadano. Dado que ambos eran originarios de la Unión Cívica Radical (UCR), sus frustradas gestiones cayeron sobre ese partido, desmoronándolo, con pronóstico reservado a los cien años de vida y después de ocupar uno de los lugares en el bipartidismo, primero con los conservadores y después con el peronismo, que cortó el bacalao, pese a las intermitencias militares compulsivas, durante todo el siglo pasado.
A diferencia de Alfonsín, De la Rúa no ganó ni cayó en soledad. En la victoria como en la caída lo acompañó la fuerza más joven de esta etapa histórica de la democracia, el Frepaso, coalición formada con retazos del progresismo llegados hasta ahí desde diversas experiencias políticas y culturales. En diez años escasos, el ímpetu de esta movida cívica, que parecía la encarnación misma de la nueva esencia democrática, horadó el secular bipartidismo colocándose en el segundo lugar de las preferencias de los votantes. Bajo la conducción de su fundador, el joven peronista Chacho Alvarez, una vez que había alcanzado ese nivel de expectativa pública, decidió suicidarse abrazándose a la UCR, vetusto miembro del anacrónico bipartidismo, y a uno de los veteranos de la derecha partidaria, De la Rúa, elegido por una votación interna abierta, probado después como un inepto superestándar y sospechado hasta hoy por actos de corrupción.
En el intento de explicar la indisimulable contradicción fundacional de esa Alianza, algunos argumentaron que el progresismo vocacional, aunque no siempre militante, quería cambios de rumbo en el postmenemismo pero con moderación, o cuando menos, con mínimos riesgos de confrontaciones violentas. La justificación cupular del Frepaso fue que obedecía al imperativo popular de rejuntarse para cerrarle el paso a la aspiración menemista de eternizarse en la Casa Rosada. En un plano de consideraciones menos coyunturales, Alvarez solía asegurar que el Frepaso había reemplazado la habitual “cultura del testimonio” que distinguía a la izquierda por la “cultura del poder”, aunque es improbable que haya pensado hasta que sucedió que el precio del relevo sería la implosión del instrumento revisionista.
Menem, peronista oriundo pero el más conservador de los cuatro, fue el único por ahora que ocupó su cargo hasta el último día del plazo establecido por la Constitución. Más aún: se fue a regañadientes porque no pudo conseguir respaldo suficiente para modificar de nuevo el texto constitucional a fin de habilitar una segunda reelección para un tercer mandato, como ya lo había hecho en 1994, en sociedad con Alfonsín, los dos firmantes del Pacto de Olivos que legalizó la primera reelección. A diferencia de los otros tres presidentes, Menem recién tuvo su etapa rosa con la sociedad en 1991 pero también fue el único en terminar la gestión del sexenio con el apoyo de más del 50 por ciento de los votos. Favorito en las urnas, en abril de 2003 encabezó el lote de candidatos en los resultados de la primera vuelta de los comicios presidenciales, pero abandonó la competencia antes de llegar al ballottage, ya que las encuestas previas le pronosticaban una derrota sin precedentes en su trayectoria pública. De todas maneras, no es un dato menor que el hombre que renunció a la doctrina convencional del peronismo para adherirse a los dogmas de la ultraderecha, sin ningún respeto por la justicia social y atravesado por evidencias de corrupción impune y de frivolidad, haya sido el único –exclusivo hasta el momento– en ganar la reelección.
Alfonsín y De la Rúa, al empezar tenían notables promedios de simpatía popular, sobre todo en las clases medias de centroizquierda, todavía más altos que los votos conseguidos en las respectivas elecciones. La victoria alfonsinista tuvo ribetes históricos, porque fue la primera vez que el peronismo, sin ninguna restricción previa, llegó segundo en la carrera hacia la presidencia, lo que significa que también debutaron votos peronistas que desertaron de las candidaturas del PJ. Fue la primera evidencia, más tarde confirmada, de que la disciplina partidaria no era condición suficiente para ganar el gobierno ni para mantenerlo. Los dos presidentes radicales perdieron en las encuestas antes que en las urnas y comprobaron una verdad que también sería generalizada: nadie es dueño de los votos que obtiene en la inauguración. Menem tuvo oportunidad de constatarlo ya que, si bien en el primer período se mantuvo casi intacto, en el segundo su declinación fue similar a la de los radicales, aunque hubo una diferencia con ellos: Alfonsín y De la Rúa sepultaron sus chances de futuro, mientras que el más conservador todavía puede aspirar a ser el jefe de una minoría de derecha, incluida la peronista.
Durante los ascensos y declinaciones, la sociedad en su conjunto, sobre todo las mayorías populares, volatilizaron sus opiniones porque no están sujetas por ninguna ideología, fidelidad partidaria o utopía. Las esperanzas y decepciones van subiendo y bajando, arrastrando tras de sí a los gobernantes elegidos en las urnas, con una cierta banalidad pero, ante todo, con urgencias que no pueden esperar. Kirchner hará su propio balance movido, sin duda, por la certeza de que será diferente a sus predecesores. Si no tuviera esa confianza, no podría gobernar, pero eso no lo vuelve infalible. Llegó de manera casi mágica, ganó la confianza mayoritaria y ahora le queda la más difícil: conservarla. Si consigue coagular la gaseosa adhesión inicial en una consistente y sólida filiación militante, si termina de una buena vez con el estado de transición y hace de la democracia una épica tan atractiva como lo fueron la Revolución de Mayo, la Organización Nacional, la universalidad del voto secreto, la justicia social del peronismo o el modernismo frondicista, quizá termine con las exclusividades estadísticas de Menem e inaugure una etapa diferente de verdad, sin subibaja.