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Plástica|Martes, 21 de enero de 2003
MALBA: “MODERNOS RIOPLATENSES EN EUROPA 1911-1924”

Vanguardias, viajes e iniciación

Los cruces, idas y vueltas de Barradas, Norah Borges, Pettoruti, Curatella, Xul y Torres hacia la Europa en ebullición.

Por Fabián Lebenglik
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“El circo más lindo del mundo”, 1918; pintura del uruguayo Rafael Barradas.
Hasta el 7 de febrero se presenta en el Malba la muestra “Artistas modernos rioplatenses en Europa 1911-1924 - La experiencia de la vanguardia”, curada por Patricia Artundo, que reúne unas 130 obras de Rafael Barradas (1890-1929), Norah Borges (1901-1998), Emilio Pettoruti (1892-1971), Pablo Curatella Manes (1891-1972), Xul Solar (1887-1963) y Joaquín Torres-García (1874-1949).
La exposición articula los cruces, idas y vueltas de los seis artistas que, más o menos al mismo tiempo (durante la segunda década del siglo XX) partieron hacia un viaje iniciático a Europa, para perfeccionar sendas formaciones y talentos artísticos hacia aquel mundo tan deseado como obligado.
El modelo de artista de esos años requería del ineludible “viaje a Europa” –tradición que se había impuesto con la generación liberal del ochenta– para completar la formación. Durante aquellos viajes, los seis tomaron contacto directo con las vanguardias.
Si bien este grupo de artistas formó parte de varias muestras antológicas, historiográficas y temáticas en los últimos años, es la primera vez que se hace una exposición con este preciso sexteto, para relacionar, concatenar y cruzar sus respectivos itinerarios.
“Artistas modernos rioplatenses en Europa...” incluye pinturas, esculturas, grabados, afiches, libros, revistas, mosaicos, figurines teatrales, juguetes, ilustraciones y documentos pertenecientes a colecciones, bibliotecas y fondos hemerográficos públicos y privados de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Rosario, Tandil y Montevideo, junto con piezas que forman parte del acervo del Malba.
Esta variedad de piezas exhibidas no hace más que recuperar el tipo de circulación y de estrategia de difusión que tenían los propios artistas, para quienes era central el papel de la ilustración y la estampa (coexistencia, mezcla y potenciación de las nuevas formas literarias y artísticas).
La impresionante ebullición de las primeras décadas del siglo XX, en medio de los fragores de la Primera Guerra Mundial y la explosión de la cultura de masas, produjo una ruptura profunda con las formas de percibir, pensar e interpretar el mundo, que fue rápidamente captada por las vanguardias estéticas y políticas que transformaron para siempre la vida y el arte.
París era el hormiguero cosmopolita donde se cruzaban todas esas pasiones tan potentes como serpenteantes, que se iban contagiando entre grupos de artistas e intelectuales sin fronteras. Pero el destino artístico no solamente estaba en París: también Londres, Florencia, Milán, Roma, Madrid o Munich formaban parte de ese “mercado” revolucionario de teorías y prácticas. Todas las vanguardias europeas con sus conexiones latinoamericanas constituyen un mapa de fronteras inciertas. Eran básica y paradójicamente internacionalistas y facciosos, y la raíz de su funcionamiento tomaba también el modelo de la guerra: vanguardias, retaguardias, enemigos y toda una terminología bélica. Buscaban simultáneamente lo específico y lo común de cada campo creativo. En este sentido, como puede verse en las cartas que forman parte de la exposición, estos movimientos, generalmente efímeros –revistas de un solo número, proyectos abortados, lealtades fugaces, pasiones transitorias– surgían como erupciones y rápidamente generaban violentas polémicas con los “enemigos” de afuera y de adentro, de modo que no tardaban en producirse peleas de una lucidez y crueldad antológicas.
Se condensaban elementos del cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el creacionismo de Huidobro, el vibracionismo del propio Barradas. Eran caminos de ida y vuelta, y no meros traslados, importaciones o adaptaciones. Los ecos productivos de esos intercambios desde este ladodel océano no se limitaban sólo a la Argentina y a Uruguay sino que se extendían a casi toda Latinoamérica.
Aquellas vanguardias unían literatura y artes visuales. Se pensaba no solamente en el efecto sonoro de la escritura sino también en el óptico. Al mismo tiempo, los escritores pintaban y dibujaban, y los pintores eran poetas y escritores. Era un momento de conjunción e intercambio entre las artes.
La reunión Barradas, Norah Borges, Pettoruti, Curatella, Xul y TorresGarcía se debe en parte al modo en que rompieron –incluso dentro mismo de la tradición de perfeccionamiento europeo– con la (no) continuación de sus estudios en ámbitos académicos. En el caso de este grupo, cada uno de los seis decidió seguir otro camino que los llevó a reformular ciertas concepciones de la institución arte y a pensar otra función para el arte en la sociedad.
La convención de los años elegidos (1911-1924) para abrir y cerrar el período de análisis de la exposición se relaciona con la partida de Curatella Manes hacia el Viejo Continente en 1911 y con el regreso definitivo y simultáneo a la Argentina de Xul y Pettoruti en 1924.
La exposición, a su vez, demuestra lo que Cortázar llamó “la mirada estrábica” de los latinoamericanos en Europa. Cuando se está acá, se mira hacia Europa; y cuando se está en Europa, se mira hacia a América.
El sexteto de artistas vivió experiencias personales de primera mano en sus viajes, en momentos cruciales para Europa, donde se integraron activamente en la combustión de la maquinaria vanguardista. El conjunto de obras seleccionadas para la exposición reconstruye sus itinerarios, producción, ideas, conexiones y aportes en París, Madrid, Barcelona, Milán, Florencia y Munich. También se establecen los mecanismos de reflexión e interacción entre el arte innovador europeo y latinoamericano y el modo en que desde cada perspectiva –personal, nacional y regional– se podía proponer un intercambio lúcido, teniendo en cuenta los contextos particulares.
Curatella, durante el período analizado por la exposición, vivió en Europa, pero viajó dos veces a la Argentina. La experiencia europea produjo un cambio en su obra, relativamente académica hasta entonces, para llevarla a una mayor síntesis formal y a la incorporación de lenguajes no absorbidos por la academia. Curatella fundó en el ‘17 la Asociación de Artistas Argentinos en Europa, con la que realizaron exposiciones y propuso estrategias de diferenciación y oposición respecto de las posturas argentinas oficiales en el campo artístico.
Xul Solar vivió doce años en Europa y comienza descubriendo el expresionismo y al grupo Der Blaue Raiter (“El jinete azul”) de Kandinsky, a través del almanaque que reúne al grupo: Delaunay, Klee, Macke, Schoenberg, Rousseau, entre otros, quienes proponían la huida del realismo a través de una gestualidad antimética; recomendaban la introspección, contra las miserias del mundo y la entronización de la música como vía para la combinación entre las artes.
Patricia Artundo cita una carta de Xul: “Somos y nos sentimos nuevos, a nuestra mirada nueva no conducen caminos viejos y ajenos. Diferenciémonos... No queramos más nuestras únicas Mecas en ultramar”.
En Pettoruti, desde su lugar inicial de residencia, Florencia, la combinación estética y cultural personal vino por el lado de sentirse cercano a la experiencia futurista y al mismo tiempo admirar incondicionalmente el Renacimiento italiano y el arte etrusco. De allí surgirán sus primeras obras abstractas.
Rafael Barradas, por su parte, pasó la adolescencia y la primera juventud en el marco del cosmopolitismo y el laicismo de la intensa vida cultural montevideana. En 1913 viajó a Europa y se relaciona con su compatriota Torres-García, en el período barcelonés. En aquella ciudad,símbolo de la cultura y de la industria cultural, se relacionó con lo más nuevo que surgía en el siglo y en 1918 se muda a Madrid, donde conoce a Guillermo de Torre y le muestra su obra vibracionista, una combinación personal de futurismo y cubismo.
Casi tan significativa como la de Barradas fue la imagen que Norah Borges le aportó, en particular, al ultraísmo, sin cuyos grabados, las múltiples revistas y libros del movimiento no hubieran sido las mismas. Su obra fue clave en el grabado de los años ‘20, tanto en España como en la Argentina.
En uno de los pocos textos que Borges dedicó a su hermana, el escritor afirmaba, con su proverbial ironía, que Norah había padecido “la desdicha, que bien puede ser una felicidad, de no haber sido nunca contemporánea”.
Torres-García residía en Barcelona y la llegada de Barradas funcionó en parte como elemento de cambio en su obra, que tomaría contacto con la vanguardia de esa ciudad, que contaba con la presencia activa de Miró, Delaunay y Picabia, entre otros.
Juntos, ambos compatriotas se preocuparon por generar una estrategia de difusión y participación en el medio en que actuaban.
Los artistas de la muestra dieron imagen a la cultura urbana, cosmopolita y dinámica de las potentes primeras décadas del siglo XX con una lúcida síntesis de formas y colores. También plantearon la relación problemática entre tema, procedencia y estilo.
La exposición se acompaña de un excelente catálogo.
(En el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hasta el 7 de febrero.)

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