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Plástica|Martes, 8 de abril de 2003
XLVII SALON DE ARTES PLASTICAS MANUEL BELGRANO

Un Salón con historias

El Museo Sívori presenta la última edición del tradicional Salón Manuel Belgrano, con buenos premios, una sección de esculturas muy floja y un catálogo con datos de interés.

Por Fabián Lebenglik
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Premio de escultura: talla y ensamble de Chalo Tulián.
En el Museo Sívori se exhiben las obras premiadas y seleccionadas de la última edición del Salón Manuel Belgrano, que la Ciudad de Buenos Aires organiza desde 1945.
Como se trata de un museo relativamente chico, las obras premiadas en todas las disciplinas –pintura, escultura, dibujo, grabado y monocopia– se exhiben hasta el 11 de mayo, mientras que los trabajos seleccionados en cada sección se exhibe por etapas. Ahora es el turno del dibujo y la escultura, que siguen hasta fin de mes. En marzo se mostró la selección de pinturas, mientras que entre el 2 y el 11 de mayo se presentarán los grabados y monocopias.
Uno de los puntos a favor de esta edición es la calidad de los primeros premios en todas las disciplinas, cosa que no siempre sucede. En los segundos y terceros premios, el criterio no siempre se sostiene. De todos modos, éste es un punto crucial, dado que los trabajos que reciben primeros, segundos y terceros premios son los que quedan para el patrimonio del Museo y, por consiguiente, de la Ciudad. En esta oportunidad el resultado es bueno, pero hubo muchas ediciones en las que los acuerdos de los jurados premiaron obras pésimas, que quedan como un lastre para el patrimonio.
La sensación de quien firma estas líneas (jurado del Belgrano en la sección Grabado de 1992 y Escultura de 1999), es que la estrategia de los jurados más conservadores consiste en cumplir con una suerte de vocación escalafonaria para distribuir los premios de acuerdo con un plan que se parece más a un plan de ahorro previo que a una evaluación estética y artística.
En esta edición, en cambio, todo indica que hubo más discusiones y también más consenso. En pintura, el primer premio adquisición fue para la obra Así nos va, de Luis Felipe Noé. En escultura, el premio fue para La rebelión de los vegetales, una talla y ensamble del sanjuanino (radicado en Mendoza) Chalo Tulián. En dibujo, ganó la obra Bla-bla, de Jorge González Perrin. En grabado, el premio fue para la litografía Teatro Colón-Entreacto, de Lucrecia Orloff, y en el apartado monocopia fue premiada la obra Horizonte, de Ana Dolores Noya. (Ver aparte la lista completa de premios y menciones.)
En este momento, mientras se exhibe la selección de dibujos y esculturas, se destaca el conjunto de los primeros sobre las segundas. No es raro que esto suceda. En general, los salones más tradicionales y burocráticos, como el Belgrano o el Nacional, que se dividen en secciones, presentan una mayor coherencia en dibujo y grabado, donde el peso técnico establece un mejor punto de partida. El “grado cero” en estas disciplinas implica una serie de estándares que el artista puede transgredir o respetar, pero que están presentes como un horizonte común. En pintura y escultura, en cambio, se dan los mayores altibajos y chapucerías. En esta edición es notorio en el rubro escultura la cantidad de bodoques exhibidos, producto de un mal gusto tan ostentoso como involuntario. Tal proliferación revela un pasmoso amateurismo por parte de sus autores y resulta en un pésimo efecto didáctico para los concurrentes al salón. Desde torpezas materiales y técnicas hasta problemas de sentido, pasando por metáforas elementales y escalas ampulosas, la selección de esculturas es una suerte de campo minado para el ojo. En este sentido, resulta alentador que el jurado del Salón, en un gesto pedagógico, haya decidido dejar desiertas las menciones para escultura. En las demás disciplinas, todas encontraron destinatarios.
En otro orden de cosas, un elemento compositivo generalizado de las obras del Salón (la fragmentación), sobresale casi como un principio constructivo que señala, obviamente, una percepción de época: elseccionamiento obsesivo de la imagen. Este efecto de sentido, muchas veces se traslada a la realización, traducida como acumulación de materiales heterogéneos.
El catálogo aporta datos interesantes para estudiantes e investigadores, no sólo porque brinda toda la información necesaria y esperable, sino porque incorpora un listado en el que se detallan los premios, jurados y directores de museo que el Salón Manuel Belgrano ha tenido desde 1945 hasta ahora. La simple enumeración genera una fuente de información de fácil acceso para quien quiera desentrañar los avatares políticos –a través de los funcionarios, jurados y premios en democracias, dictaduras y democraduras–, las distintas hipótesis de trenzas, los nombres repetidos, los modos en que cada cual atendió su juego. A esa información habrá que sumarle los resultados de las actas de cada edición, donde se revela el mecanismo de mayorías y minorías, los pesos y contrapesos.
Tomando en cuenta el esfuerzo que hace la comunidad para sostener a todos los artistas premiados que cobran mensualmente sus premios vitalicios, cabe consignar el intento que la Secretaría de Cultura porteña llevó a cabo hace más de un año para aprovechar el enorme capital artístico y docente de tantos premiados, que en muchos casos sólo se relacionan con la comunidad a través del cobro de sus premios en el Banco Ciudad. (Museo Sívori, Av. Infanta Isabel 555.)

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