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Plástica|Martes, 24 de agosto de 2004
ALBERTO GOLDENSTEIN EN LA GALERIA RUTH BENZACAR

Vagabundeos fotográficos

En el marco del Festival de la Luz, el fotógrafo presenta la muestra Flâneur, una recorrida aleatoria por Buenos Aires para ser sorprendido por ciertas fulguraciones de la ciudad.

Por Fabián Lebenglik
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Vista de la Costanera –de la serie Flâneur, 2004–, tomada por Alberto Goldenstein.
En su nueva muestra, Alberto Goldenstein (Buenos Aires, 1951) se pone los zapatos del flâneur: de un vagabundo de la mirada que recorre Buenos Aires con su cámara, para verse sorprendido por la ciudad.
El flâneur es el que camina sin planes por calles, avenidas y pasajes, para perderse. El que se desplaza sin intenciones de aprovechamiento del tiempo, sin especulaciones. Aquel que está fuera de toda economía, de toda planificación, de todo sistema. El que, cada tanto, en ese recorrido incierto y sin dirección precisa, se encuentra con algo que lo sorprende, magnífico o insignificante, no importa. Ese, según Baudelaire, era el modo más preciso de definir la percepción, entre despreocupada, caprichosa e imaginativa, del artista moderno en el siglo XIX.
Esa es también la idea de El hombre en la multitud, el cuento que Poe escribió en 1837 –y que Baudelaire tradujo al francés–, cuyo protagonista, recién recuperado de una enfermedad, se entretiene mirando, desde la ventana de un café londinense, la marea de cabezas que pasan ante él, a la vez que va estableciendo, en la situación placentera de estar sentado con un cigarro en la boca y el diario en la falda, una minuciosa geografía humana. La ciudad es un espectáculo y el flâneur un espectador que, sin razones políticas ni ideológicas, se mete en los recovecos ciudadanos mientras sigue su derrotero anárquico. El paseante es una especie de héroe accidental, mezclado entre todos los demás, pero a la vez diferenciado.
Goldenstein, sin embargo, no sigue al pie de la letra la tipología del paseante que se “pierde” en pasajes recónditos, o en rincones escondidos de la urbe, sino que se deja llevar por los lugares, paseos y monumentos más conspicuos de Buenos Aires, aquellos que atraen su mirada casual con una luz diferente, a partir de un punto de vista personal, fuera de todo vicio esteticista.
La ciudad, para el flâneur, es un objeto iridiscente, una máquina polifacética, una suma de imágenes y textos que de pronto se adhieren al ojo (de la cámara) y pasan a ser parte de una experiencia errática y sensorial.
Walter Benjamin interpretó la actitud del flâneur como la de quien toma distancia respecto de la multitud. Si la muchedumbre es una configuración de las masas llevadas por la rutina, sometidas por el trabajo y forzadas por las imposiciones de la subsistencia, la mirada del flâneur es la que toma distancia de esa alienación multitudinaria, en busca de su propia individualización, de su propia identidad sin rumbo.
El paseante de Goldenstein, mientras recorre la Fuente de las Nereidas, la Costanera Sur, los barrios de Constitución y Congreso, el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo, la Diagonal Sur o el Once, traza una línea arbitraria en la cuadrícula del mapa ciudadano, una línea de fuga. Al revés que la muchedumbre, que recorre siempre la ciudad con un propósito mayoritariamente laboral –ir de un punto a otro en el menor tiempo posible–, el fotógrafo prefiere el paseo como una deriva.
También hay pequeñas muchedumbres que recorren las ciudades con motivos turísticos, pero no dejan de estar moldeadas por un propósito que forma parte del sistema de la economía, al punto de conformar una industria. Tanto el trabajo como el ocio se miden con el tiempo de la planificación: tienen las horas contadas. El turista se fotografía a sí mismo ante al monumento o el paisaje para registrar su paso fugaz. Goldenstein también retrata un destello, pero en él busca “deseducar” la mirada. Es decir: limpiar los ojos de los clichés fotográficos, de la mirada estetizada, de la composición pictórica, de la fotografía postfotográfica y también del registro meramente turístico. Su posición es, en todo caso, menos teórica y retórica que militante. El flâneur que encarna Goldenstein sería no sólo quien deambula para perderse –incluso en lugares notorios–, sin propósito mayor que el de ser abordado por los sitios y los acontecimientos, sino que también sería un lector de la ciudad, alguien para quien la ciudad tiene, además, la forma de un texto.
Para ser un paseante desinteresado, también se deben manejar categorías de tiempo distintas. El flâneur es un derrochón del tiempo. Si el tiempo del ocio es un lujo, derrocharlo es un lujo doble. El paseante fotógrafo percibe atisbos de imágenes como iluminaciones, como fragmentos de escenas que por algún motivo se vuelven fulgurantes. Del mismo modo que el punctum barthesiano (explicado en La cámara lúcida), concentra la clave de una fotografía porque se manifiesta interpelándonos. Esos son los momentos que elige Goldenstein cuando deambula por la ciudad. Del mismo modo que el poeta descripto por Walter Benjamin, Goldenstein también se pierde entre las masas para su propio disfrute. Así, sus vistas tienen algo de aéreas y terrestres al mismo tiempo, como si caminara y sobrevolara la ciudad.
El fotógrafo elige un paradigma del siglo XIX porque es una actitud anacrónica. En su proceso de “desaprendizaje”, remitirse a otro siglo es un modo de resistencia. El flâneur es hoy una figura en extinción, porque tal actitud no define la percepción estética contemporánea, más cercana –según Nicolas Bourriaud– a la “edición” y la postproducción, al montaje y el zapping. La mirada ya no se pierde en la ciudad sino más bien en la pantalla.
Goldenstein busca perderse, pero siempre lleva su casa a cuestas: su casa es, por supuesto, la cámara de fotos, porque es la máquina conocida que se acciona como mediación ante el caos de la ciudad, la máquina desconocida. Por el resultado de muchas de sus fotos, en las que se ve la ciudad transformada en una serie de paisajes melancólicos –varias veces semidespoblados–, el flâneur que encarna Goldenstein es un paseante proletario y melancólico, que romantiza el entorno. Es un artista que vagabundea como un benjaminiano anacrónico, en medio de las multitudes contemporáneas, tan mecánicas e instintivas como en el siglo XIX o el XX. De algún modo, Goldenstein logra actualidad sin ser completamente “contemporáneo”.
(Galería Ruth Benzacar –en el marco del Festival de la Luz–; Florida 1000, hasta el 28 de agosto.)

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