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Plástica|Lunes, 8 de noviembre de 2004
MUESTRA ALTARES POPULARES: EL GAUCHITO GIL

“El Gauchito Gil es el Dios que siempre quisimos tener”

En Tono Rojo, la exposición tiene mucho de devoción, además de artes plásticas.

Por Sandra Chaher
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Los artistas dicen que el Gauchito “cumple”.
La muestra Altares populares: El Gauchito Gil, que puede verse hasta fines de diciembre en Tono Rojo (Schiaffino 2183), tiene mucho de devoción, además de artes plásticas. Casi todos los artistas que exponen tienen algún vínculo místico con el santo popular correntino. Y Julio Sánchez, el curador, armó la muestra después de haberse vuelto devoto él mismo y, a partir de ese ojo atento e interesado, empezar a detectar que había artistas que venían trabajando el tema en los últimos años.
El color del Gauchito es el rojo, quizá por el pañuelo que lleva al cuello en las estampas, quizá por la sangre derramada cuando murió degollado. Ese color chillón, frenético, es el que imanta la vista cuando se entra al resto y espacio de arte situado frente al Palais de Glace, en Recoleta. En la planta principal, donde está el restaurante, fueron colocados los acrílicos de Daniel Barreto (altares particulares custodiados por múltiples Gauchitos, “sus custodios personales” dirá); El orante, una fotografía tomada por Martín Weber en el santuario de Mercedes, Corrientes, de un joven arrodillado frente a la mesa cargada de ofrendas y mensajes; y, sobre la tabla que media con la cocina, un televisor que proyecta el documental hecho por Lía Dansker y Alejandro Nakano. Coronando la escalera que lleva al subsuelo-galería de arte, una reproducción del altar original realizada por Sergio Gravier, quien ya intervino rincones de Palermo con altares del Gauchito, la Difunta Correa y Ceferino Namuncurá. Los armó, los instaló y se fue. A los pocos días aparecieron cubiertos de velas y pequeñas ofrendas que los vecinos les acercan espontáneamente. El del Gauchito está en Honduras y las vías, pequeño, simple y rojo.
En la escalera, camino al subsuelo que con su baja intensidad lumínica crea la atmósfera de privacidad requerida para el recogimiento y la oración, pueden verse los exvotos de la marplatense Eleonora Filippi, que comenzó a hacer sus acrílicos –con la estética de la Edad Media– después de encontrar ofrendas y agradecimientos (esos son los exvotos) al Gauchito junto a las tumbas del cementerio de su ciudad. También allí hay un torso del Gauchito de Karina El Azem hecho con municiones y perlas de plástico. De la misma artista puede verse, en el subsuelo, un Gauchito en tamaño natural hecho de mostacillas. El Azem es una de las devotas que dice: “Llegué al Gauchito Gil en 1996, recibí una estampita y la guardé. La miré muchas veces. Tanto de nuestra tradición se resumía y revelaba en ese papel, un Jesús solo nuestro y federal: el Dios argentino que siempre quisimos tener. No tardó en concederme deseos. Nunca dejé de buscar información sobre él, de creer, de pedirle, de agradecerle. Y de recomendarlo”. Y en el subsuelo están también las fotografías de Estela Izuel: una serie de ofrendas “especiales” –cámaras de foto, veladores, vestimenta militar–, y dos tomas del santuario ardiendo –es habitual que la profusión de velas genere incendios.
Daniel Barreto es hijo de madre santafesina y padre paraguayo. En 1998, mientras hacía una investigación sobre instalaciones artísticas, sintió que “las instalaciones más auténticas eran las que armaban en los altares los devotos de los santos populares, que ahí había mucho de arte, aunque ellos no fueran artistas, que había un concepto y una fuerza. Me sedujo la estética de los altares y empecé a sacar fotos. Y en algún momento me empezó a fascinar la historia del Gauchito: me atrae su firmeza, lo macho, lo bravío, lo vicioso, el color rojo, la provincia de Corrientes, los esteros, el chamamé, el vino y su devoción por San La Muerte y San Baltasar. Y sin darme cuenta me convertí en un devoto, mis pinturas son ofrendas en agradecimiento a la protección que me da, que es mucha”. Barreto es uno de los más informados sobre la historia del santo y, con el tiempo, desarrolló algunas hipótesis: “A mí me gustaba investigar qué deseo habría detrás de cada ofrenda, y eso me hizo pensar que los altares populares funcionan como un medio de comunicación entre los vecinos: cada uno se va enterando de lo que les pasa a los demás por las ofrendas que dejan”. Después del Gauchito, Barreto empezó a investigar a San La Muerte, otro santo popular correntino que se dice que protege a la gente en riesgo. “El Gauchito era devoto de San La Muerte, un santo que tenés que llevarlo dentro, debajo de la piel. Es un culto muy de machos y muy tumbero. Y se dice que quien lleva a San La Muerte dentro sólo puede ser matado si se lo degüella, las balas no le hacen nada. Por eso al Gauchito lo colgaron y le cortaron la cabeza.”
Julio Sánchez conoció la historia del Gauchito Gil en 1995, cuando daba cursos de arte en Corrientes. “Me vinculé con la cultura correntina, que me parece riquísima, y hace dos años conocí el santuario, pedí y se me otorgó. Desde ese momento tengo un altar del Gauchito en mi casa. Poco después conocí a Daniel Barreto, y empecé a detectar a muchos artistas que estaban haciendo obras sobre el Gauchito. El tema de las devociones populares es antiguo en el arte, lo nuevo es lo del Gauchito. ¿Por qué está de moda? Porque cumple. En ese sentido, esta muestra es una ofrenda.”

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