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Plástica|Martes, 26 de abril de 2005
INSTALACION DE LEOPOLDO ESTOL EN LA GALERIA RUTH BENZACAR

Los sistemas de relaciones

El joven artista presenta una extraña instalación en la que cientos de objetos se conectan de un modo sorprendente para reflexionar sobre el caos y los sistemas de relaciones.

Por Fabián Lebenglik
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Vista parcial de la instalación de Leopoldo Estol (2005).
Cuando se accede al subsuelo de la galería Ruth Benzacar, a la sala “Nuevo espacio”, donde se presenta la instalación “Parque”, de Leopoldo Estol (Buenos Aires, 1981), lo primero que se cree ver es un tremendo desorden en el que se disponen arbitrariamente centenares de cosas aparentemente dispersas en todos los rincones de la sala, como si hubieran sido dejadas allí de un modo displicente o, al menos, azaroso, en distintas etapas de clasificación y agrupamiento, antes de que él hubiese terminado su trabajo.
En un segundo vistazo, a medida que la mirada va procesando y organizando lo que ve, se advierte un cierto orden, o al menos decrece la sensación de desorden casual: mesas, estanterías, objetos apilados, fotografías... van configurando sectores o zonas recorribles de la instalación. El tercer movimiento del visitante –esto es: ponerse a recorrer la instalación– no deja lugar a dudas: el caos está fabricado, planificado cuidadosamente. Se trata en realidad de un ordenamiento riguroso, en todo caso de un nuevo orden.
Leopoldo Estol presenta una suerte de sistema inestable, en el que los más diversos y heterogéneos objetos se conectan física y visualmente generando sorprendentes correspondencias, enlaces, equilibrios, concatenaciones.
Casi todos los objetos que componen este sistema responden a una disposición que no toma en cuenta las funciones originales para las cuales fueron fabricados, diseñados o construidos aquellos objetos. En este punto, forma y función se disocian para cuestionar la naturaleza misma de la percepción. Al mismo tiempo, se comprueba que allí hay un sistema, una organización que revela un conjunto de reglas y principios implícitos que está por debajo de las relaciones de los objetos, o al menos que sustenta la coordinación de todos ellos.
El gesto natural de la mirada es buscar a qué lógica responde tal ordenamiento. Pero ésa es una pregunta que la instalación, aunque amaga con hacerlo, no se propone responder. La lógica parcial de cada módulo, de cada mesa, de cada sector de la muestra comienza siendo un enigma, luego parece develarse, pero nunca se resuelve.
Así, el efecto más inmediato al querer tomar este sistema de relaciones como indicios de algo es el de desautomatizar la percepción del que mira y participa –un efecto específicamente artístico, que permitiría ver el mundo con otros ojos– para inducirlo a pensar otras relaciones y conexiones posibles, quizás impensables de otro modo.
La multitud de objetos reunidos por Estol constituye una lista muy heterogénea: espejos, mesadas, lamparitas, macetas, botellas, frutas, música, fotos, cables, barriles, cintas de video, una pileta de jardín, sillas, resortes, ventiladores, jugo de naranja, una máquina de fotos, zapatillas, resmas de papel, reproductor de cd, morsas, pelotitas de tenis, vidrios, etc. Buena parte de estos objetos están a su vez seccionados, fragmentados, partidos, rotos, desarmados...
Todo lo que allí se ofrece a la mirada puede conseguirse en un supermercado, pero aquí la exhibición, organización y las conexiones entre elementos es tan radicalmente otra, que el desconcierto lleva a pensar en un supermercado desquiciado, en una extraña implosión que desarticula y rearticula todo lo que arrasó a su paso.
Prácticamente ninguno de los objetos que compone el sistema se utiliza de acuerdo con su función habitual. Si cada objeto tiene un implícito o explícito manual de instrucciones, Estol reniega de las reglas establecidas y genera nuevas en un lenguaje absolutamente personal; como si leyera instrucciones en un lenguaje incomprensible. En este sentido, el uso alternativo de cada objeto supone renegar de la lógica del mercado. (Mientras quien firma estas líneas recorría la muestra, una señora cuestionaba amablemente al joven artista: ¿cómo se puede vender una exposición así? ¿Pensaste que esto es una galería de arte que ofrece obras de artistas al mercado?).
En las tradiciones poéticas y religiosas de la Antigüedad el caos se concebía como un estado de confusión de los elementos anterior a la organización definitiva (del texto, del universo). Una confusión originaria, anterior a que las cosas fueran lo que son. El caos se identificaba con el abismo, con el vacío de un inframundo magmático, oscuro, primigenio, previo a todo orden. Esta concepción supone el caos como un estado inicial de las cosas, casi como un punto de partida. El caos ha sido tomado como un mito de origen y de creación. En este punto lo de Estol no resulta tan lejano, porque el modo de abordar el uso de los objetos tiene algo de originario, de iniciático, desde el momento que elude los usos atribuidos habitualmente para hablar una lengua propia, no totalmente compartida.
Así, la condición caótica se pensaba en el contexto del arte y las cosmogonías. En este punto, la instalación de Estol sí constituye una poética y un mundo en sí misma. Por otra parte, en la tradición poética griega, el desenlace del poema trágico tomaba el nombre técnico de “catástrofe”, palabra muy cara a la teoría matemática reciente y luego extrapolada a las ciencias sociales. Mientras el caos se postula como situación inicial, la catástrofe es un resultado posible.
La teoría matemática de la catástrofe postula un conjunto de métodos usados para estudiar y clasificar los caminos y variables a través de los cuales un sistema puede sufrir cambios abruptos en su funcionamiento y comportamiento. La teoría de la catástrofe constituye una rama de la geometría –no sólo porque su creador, René Thom, se especializaba en los estudios topológicos– porque las variables estudiadas y los comportamientos resultantes son usualmente representados por curvas sobre superficies. Para resumirlo brutalmente, la catástrofe supone cambios discontinuos y en este sentido la muestra de Estol resulta no sólo caótica sino también catastrófica.
Gran parte de la búsqueda de nuevas relaciones, nuevos sistemas, nuevas lógicas de Estol, está guiada por los colores y las formas de los objetos, también por la iluminación, los olores, los sonidos.
En su muestra anterior, a mediados del año pasado en la galería Alberto Sendrós, el joven artista había montado una instalación en la que también ocupaba completa las paredes, piso y techo de una sala, aunque en aquella oportunidad el sistema y sus componentes se relacionaban más directamente con su casa y su dormitorio. Si en aquella oportunidad la exposición consistió en generar una escena alternativa –pasada por la caja negra de las ideas– a la de su cotidianidad más inmediata, su nueva muestra responde a la posibilidad de generar un nuevo sistema a partir de un segundo paso: salir de la madriguera hacia el mundo exterior, del consumo –de objetos e información– del mundo como supermercado.
En sus dos exposiciones, Estol centra su principio constructivo en el ordenamiento y la disposición en el espacio de los objetos del mundo. La disposición en el espacio es una operación estética básica y un principio constructivo que implica una regulación casi sintáctica, aunque los componentes elementales –morfológicos– en este caso están dados por el artista a partir de los cambios de funciones y usos de todos los objetos presentes. (En la galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 7 de mayo.)

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