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Ciencia|Miércoles, 21 de julio de 2010
Diálogo con Mónica Lacarrau, antropóloga e investigadora del Conicet

Ciudad fragmentada, ciudad en movimiento

El jinete siente simpatía por los átomos y las moléculas, pero no menos por las personas, por saber cómo viven, qué problemas se les plantean y las presionan y la forma que tienen de resolver esas tensiones.

Por Leonardo Moledo
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–Cuénteme qué es lo que hace.

–Soy antropóloga social, pero en realidad me he dedicado a temas urbanos desde que empecé con la profesión. En ese sentido, mi trabajo es un poquito diferente al que hacen la mayoría de los antropólogos. Mi tesis de doctorado fue sobre vivienda en conventillos del barrio de La Boca, pero luego me fui desviando un poco más hacia cuestiones culturales vinculadas con patrimonio material (al principio) y patrimonio inmaterial más adelante. Los proyectos actuales tienen que ver con el análisis de las tensiones sociales y culturales en espacios públicos y urbanos, con la idea, por un lado, de vincular lo social y cultural (que no ha sido vinculado normalmente en relación a los procesos de las ciudades) y, por el otro, discutir con la propia teoría y metodología antropológica en relación a los espacios públicos...

–¿Puede darme un ejemplo de lo que estudia?

–Venimos trabajando centralmente con procesos de recualificación cultural en lugares como por ejemplo San Telmo, La Boca, Avenida de Mayo. Estuvimos relevando todo lo relacionado con el Bicentenario, porque era un acontecimiento excepcional en el cual era importante observar las cuestiones ligadas a los espacios públicos. Lo que estudiamos, en general, son centros históricos u otros lugares (como, por ejemplo, Puerto Madero) para ver cómo ciertos sectores son desapropiados de los lugares y al mismo tiempo se apropian de esos lugares. Por ejemplo: los bolivianos celebran y hacen sus fiestas en Avenida de Mayo a partir de una negociación con el poder público. En esa negociación, se vuelven culturalmente legitimables y son incluidos socialmente por un momento. Pero al mismo tiempo observamos cómo esa inclusión social se vuelve en exclusión socioeconómica en otros contextos, donde ya no es posible apropiarse culturalmente de otro espacio...

–¿Por ejemplo?

–Cuando están en un barrio boliviano, como el Bajo Flores, en el cual son otros los sectores que recurren a la cultura para excluir a los bolivianos que trabajan en los talleres textiles o que tienen ferias en las calles.

–La verdad es que no entiendo muy bien lo que me está diciendo...

–Nosotros partimos de la idea de que la producción política es llevada a cabo por muchos actores, entre los cuales no sólo están el gobierno y el mercado, sino también las clases medias, las clases populares, las asociaciones vecinales. En Bajo Flores son justamente asociaciones vecinales de sectores medios las que recurren al patrimonio cultural como una forma de excluir...

–¿A qué se refiere con “patrimonio”?

–Pedir catalogación de manzanas de casas, que en otro contexto no hubiesen sido patrimonializadas. Se le pide al gobierno que se patrimonialicen para excluir a aquellos habitantes (como los bolivianos) que en otro contexto pueden ser culturalmente legitimados.

–¿En qué contexto?

–En la Fiesta de la Virgen de Copacabana, en el Barrio Charrúa o en la festividad que se organizó el año pasado en Avenida de Mayo.

–O en los supermercados...

–Podría ser. Lo que pasa es que nosotros estamos trabajando para discutir con la teoría urbana y la empiria urbana de este momento...

–¿Qué es lo que están discutiendo?

–Centralmente estamos discutiendo el tema de la fragmentación. En los últimos años, del ’90 en adelante, buena parte de los censos sociales han planteado que las ciudades estallan y se fragmentan espacialmente, con lo cual se producen enclaves urbanos con límites muy marcados, que producen adentros y afueras con un nosotros adentro y otro afuera. En un trabajo anterior con barrios privados, sacamos como conclusión que en realidad el límite entre el adentro y el afuera era poroso, flexible, que el nosotros de adentro era muy conflictivo. Lo que quiero decir es que esa visión es discutible incluso para espacios tan cerrados como son los barrios privados. Discutir, entonces, esa idea de adentro-afuera, la idea del desencuentro de nosotros con el otro. Nosotros decimos que hay cada vez más encuentros. En la ciudad moderna el encuentro se producía, pero era pocas veces insólito, porque la ciudad misma estaba armada para que uno transitara por lugares en donde no se cruzara con los pobres. En estas ciudades el encuentro con el otro de clase es mucho más probable: es imprevisible pero existe. Hay cada vez más encuentro, y esto implica vínculos conflictivos, tensos, a veces negociables (como por ejemplo cuando los bolivianos hacen fiestas para poder negociar su inclusión). Lo que ha cambiado es el concepto de ciudad y el concepto de urbanidad y por eso es necesario discutir con la idea de fragmentación, que tiende a separar y a no poner en vínculo a unos y otros.

–Yo vivo en un barrio de clase media, donde hay muchos edificios tomados, pero no tengo ninguna relación con ellos, más que cruzármelos a cada rato. No hay un afuera y un adentro (espacialmente), pero sí sigue habiendo claramente un límite marcado por la pertenencia de clase. Yo creo que esa porosidad no impide la fragmentación...

–Nuestro ojo, cuando trabajamos con ciudades, es un ojo de cientista social. Una posibilidad que tiene el antropólogo en este sentido es meterse en el terreno, “embarrarse”, y apartarse un poco de la mirada que uno tiene a priori. Fue muy claro con el Bicentenario: yo misma salí muy sorprendida por ese contexto de encuentro complejo y muy interesante entre personas de muy diferentes extracciones socioeconómicas y culturales. De algún modo, la calle generó un encuentro entre muchas personas que no hubiese podido ver si no hubiese estado trabajando en el terreno.

–¿Y qué vio en la calle?

–De todo. Cómo la gente iba manipulando y flexibilizando los límites que el propio poder había impuesto sobre la calle. En un negociado permanente, la gente fue apropiándose y desapropiándose, negociando y renegociando todo el tiempo con lo que el poder había sugerido como disposición espacial.

–¿Por ejemplo?

–Corriendo vallas, utilizándolas para lo que querían (lo cual fue muy claro en el desfile de Fuerza Bruta), usar las periferias (que no estaban incluidas en el plan original), lo que obligó a que los organizadores del evento tuvieran que empezar a incluir las “espaldas” de los stands, que se expandiera el paseo hasta Independencia... De a poco se fue transformando por efecto del desplazamiento, del movimiento. Ahí hay otra cosa que incluimos en nuestras investigaciones, que tiene que ver con la idea de desplazamiento y movilidad. La antropología es una disciplina que nació siendo sumamente espacialista: el antropólogo metía su carpa en el medio de una aldea y se quedaba allí intentando mirar todo. El problema que tenemos los que llegamos a la ciudad es que esa metodología es insuficiente: no alcanza con meter la “carpa” en el barrio, en el asentamiento. Lo que estamos revisando es qué pasa más allá de la vivienda, del barrio, del asentamiento: qué pasa cuando la gente circula, se mueve, se desplaza. De algún modo lo que estábamos haciendo con la metodología anterior era producir sujetos residentes, sujetos que duermen y viven en un mismo lugar, pero no nos preguntábamos qué pasa cuando ese sujeto sale y se mueve de la casa.

–¿Y qué pasa?

–Se sale de los bordes de su barrio y de alguna manera se encuentra con otros. Eso uno lo puede observar cuando lo cruza con cuestiones étnicas (bolivianos, afros)... De alguna manera, estamos trabajando con la metodología, también, porque estamos trabajando fuertemente con técnica de observación más que con entrevistas. Se podría decir que estamos volviendo a las raíces de la antropología para observar las prácticas en el espacio, no tanto el discurso, sino sobre todo cómo se producen las prácticas sociales y culturales.

Informe: Nicolás Olszevicki.

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