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Contratapa|Viernes, 2 de mayo de 2008

La extranjera

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO

El domingo pasado abrí el diario y supe que el cantante Robbie Williams había decidido retirarse por un tiempo de los escenarios para dedicar su vida a la búsqueda de vida extraterrestre. Lo anunció en una entrevista en una radio británica, donde también se refirió a su miedo a dormir por las noches, a la pasión de su madre por el tarot y a una serie de encuentros que ha tenido con un joven londinense que asegura haber sido abducido por seres de otro planeta.

Y entonces –vuelta de página, a la altura de las necrológicas; después de la sección Gente viene la sección Muertos– ahí estaba ella.

Vi su foto, supe que la conocía, me pregunté quién era, me respondí enseguida.

DOS

Annina Brandel, la extranjera.

TRES

O, mejor dicho, Joy Page, la norteamericana. Actriz secundaria en Casablanca –esa película con tantos secundarios de primera–, quien interpretó el rol de la joven Annina Brandel. La foto de la necrológica la mostraba exactamente ahí, así, entonces: Annina Brandel, de quien yo sabía todo, muy por encima de Joy Page, de quien no sabía nada. Así que leí: Joy Page (última sobreviviente de ese legendario reparto) había nacido el 9 de noviembre de 1924, fue la hijastra del magnate del celuloide Jack Warner a quien –seguramente por conocer el terreno– nunca le causó mucha gracia la vocación de la joven. Sin importarle nada, Page tomó clases de actuación, se presentó al casting de una película cuyo guión le parecía “cursi y anticuado” (pero tenía tantas ganas de ver de cerca de Ingrid Bergman) y, a los diecisiete años de edad y por 100 dólares a la semana, se convertía en Annina Brandel. Una joven desesperada que le pide ayuda a un tal Rick Blaine (también conocido como Humphrey Bogart) y entonces el dueño del Rick’s Café Américain y... mejor vuelvo a ver la escena en cuestión. Busco el DVD, lo introduzco en esta misma computadora y...

CUATRO

...ya volví a verla y ya volví a lagrimear. El breve gran momento de Annina Brandel/Joy Page tiene lugar en el centro emocional de Casablanca: Annina Brandel es una joven búlgara, recién casada, casi dispuesta a acostarse con el encantador y amoral capitán Luis Renault para conseguir un par de visados. Su joven e inocente marido está perdiendo el poco dinero que tienen en la ruleta del Rick’s. El dueño del lugar escucha paciente a la joven –primer plano, ojos llorosos, palabras sobre el sacrificio en nombre del amor y las dudas de si este sacrificio resultará en el perdón del ser amado– y, finalmente, la despacha con un “¿Quiere usted mi consejo? Vuelva a Bulgaria”. Después, Rick Blaine se pone de pie y va hasta el casino y le sugiere al joven Jan Brandel que apueste todo lo que tenga al 22. Mirada de Rick Blaine a Emil, el croupier. El 22 sale dos veces seguidas. Renault se indigna pero todo el asunto le causa gracia. Annina Brandel quiere agradecerle pero Rick Blaine sigue de largo y se cruza con el líder de la resistencia Victor Laszlo. Intercambian palabras y –en ese lenguaje que se habla en esta Casablanca– por siempre memorables. Después los nazis comienzan a entonar “Die Wacht am Rhein”, una de sus marchitas, y Lazlo ordena que se interprete “La Marseillaise” y el director de la banda mira a Rick Blaine y Rick Blaine asiente y todos cantan eso de que han llegado los días de gloria. Todos esos extras y secundarios que –como leí en el libro Bring Up the Usual Suspects: The Making of Casablanca de Aljean Harmetz– eran en su mayoría extranjeros refugiados en Hollywood que habían ido a dar a esa Casablanca de utilería para volver a empezar sin siquiera sospechar que ahora vivían en uno de los sitios más verdaderos y eternos del universo.

Todos cantan “La Marseillaise”. Testigos de la filmación de la escena aseguran que muchos lloraron mientras cantaban, que muchos comprendieron ahí mismo que eran refugiados y que hasta los alemanes que hacían de nazis, huyendo de su patria y de los verdaderos nazis, se quebraron por la emoción. Y yo lloro (como cada vez que veo esta escena) y busco a Annina Brandel. A Joy Page. A la hija de judía rusa y actriz (Ann Boyar) y de falso actor mexicano de cine mudo (Don Alvarado, alias de José Paige, nacido en Albuquerque). Busco a una de los apenas tres nacidos en Estados Unidos (los otros dos eran Bogart y Dooley “Sam” Wilson, baterista que jamás supo tocar el piano) dentro del elenco más internacional que jamás se haya reunido. Y no la encuentro. Así que retrocedo el DVD y vuelvo a verla desde el principio, esperando que vuelva a aparecer.

CINCO

La necrológica de Joy Page –apareció el domingo aunque fuera una muerte del viernes, derrame cerebral, no hay apuro, no paren las rotativas– cierra informando que la actriz no hizo gran cosa después de Casablanca y que siempre recordó a Bogart como su protector y quien le enseñara a decir sus pocas pero decisivas líneas de un guión escrito a demasiadas manos. Page hizo unas pocas películas más (donde apenas destacan Kismet y la mediocre The Bullfigther and the Lady), algún capítulo de serie de tanto en tanto. Se casó con el discreto actor William T. Orr (quien comenzó como “espía” de Warner en el rodaje de Casablanca y llegó a ser vicepresidente de la Warner) y se retiró definitivamente en 1962 para estrenar una vida de reclusa. Page se divorció en 1970 pero volvió a recibir a su marido, enfermo de Mal de Parkinson, y cuidó de él hasta el final. Su hijo, Gregory Orr, es hoy un respetado guionista y director de documentales.

Y no importa la brevedad de la carrera de Page. Ella hizo más que suficiente en una película en la que –se sabe, ya es leyenda, la historia de la filmación es ya tan histórica como el film– todo lo que pudo salir mal salió mejor que nunca, como nunca, como nunca más volvería a salir.

Ahí está, ahí Annina Brandel sigue preguntándole a Rick: “Si alguien lo amara mucho, tanto como para que su felicidad sea lo único que deseara en el mundo, y si para conseguir esa felicidad hiciera algo malo, ¿podría usted perdonarle?”.

Y Rick Blaine la mira fijo sin saber qué decirle y, de pronto, comprendiendo que sí lo sabe y que eso de “Vuelva a Bulgaria” es, apenas, una manera de salir de allí para no verla más pero, antes, ayudarla y hacer justicia. Después de Annina Brandel, Rick Blaine cambia y, en Casablanca, los acontecimientos se precipitan.

SEIS

Leo en el libro de Harmetz que los cines cercanos a la Harvard University proyectan año tras año Casablanca los días previos a los exámenes finales para inspirar al alumnado, para que sepan cómo hay que responder a las preguntas de la vida y a qué apostar en el casino de su futuro.

En lo personal, siempre me sorprendió que no se incluya una copia de Casablanca en una de esas cápsulas espaciales y simbólicas y representativas de nuestra especie donde se incluye parafernalia terrestre para que –luego de ser disparadas al más profundo de los espacios– algún posible extraterrestre las encuentre y las abra y sepa cómo somos, cómo podemos llegar a ser, cómo en ocasiones, muy de vez en cuando, podemos ser mejores que nunca.

Seguro que la verían y mirarían a Annina Brandel y, después de escuchar “La Marseillaise”, comprenderían que no les conviene invadirnos pero sí ayudarnos.

Mucho.

Descanse en paz Joy Page, larga inmortalidad a Annina Brandel y hago votos para que Robbie Williams no encuentre a los alienígenas y les cante “Somethin’ Stupid” antes de que ellos, cualquier noche cósmica y eterna de estas, arriben a ver los días de gloria de Casablanca.

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