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Contratapa|Sábado, 12 de octubre de 2002

La gente, sí, la gente

Por Osvaldo Bayer
Mientras el fascismo, con connotaciones mafiosas –como siempre las posee– idea contenedores para los presos y servicio militar para los jóvenes hambrientos, la gente –sí, la gente– no llora ni duerme ni se conforma a hincarse ante las virgencitas de todos los cielos, pese a los esfuerzos del obispo Bergoglio. La gente –sí, la gente– se reúne, discute, trabaja, arma proyectos, desnuda las porquerías del régimen, no le tira piedras a la policía, pero le saca la lengua, los deja manchados de mierda a los jueces y escupe cuando pasan los diputados que les dieron salvoconducto a una Corte Suprema que ya podría calificarse como la Corte de los Milagros, para vergüenza eterna de la historia argentina.
Estuve, por ejemplo en Villa La Angostura, a orillas del noble Nahuel Huapi. Allá, rodeados por el paisaje más bello del mundo, marcharon las filas de vecinos que escracharon a un vil servidor de la dictadura de los generales, un hombre del más asesino de todos, el general Menéndez. Se trata del mayor Daloia, acusado de rematar prisioneros políticos tirados en el asfalto, de un cobarde y certero tiro en la nuca. Por supuesto, el acusado no apareció en ningún momento para defenderse; se escondió en lo más recóndito de sus miedos y sus traiciones. Los escrachadores –todos jóvenes pese a la edad– marcharon por esas calles benditas por la luz para expulsar definitivamente de ese paraíso al militar que había vestido con sumo placer sus uniformes de mercenario. Por supuesto, los vecinos que colaboraron con la dictadura y fueron a misa con Videla se escondieron detrás de sus ventanas y criticaron en las mesas caras a los denunciadores de los crímenes de lo mejor de nuestra juventud. Y los concejales se aferraron a sus bancas del Concejo Deliberante para no oír, no opinar, no comprometerse.
Pero no sólo el escrache a un asesino, sino también el escrache a los que se quedan con la tierra de los habitantes originarios, tuvo lugar ese día. Lo mismo que en Puerto Madryn se denunciaron las enormes compras de tierra por supuestas fundaciones norteamericanas y consorcios británicos. Se están quedando con la Patagonia. Mejor dicho, ya es casi de ellos. El todopoderoso Benetton inició una demanda de desalojo de una familia mapuche, que vive desde hace siglos en esas regiones. ¡Qué vergüenza, el vale todo mientras se tengan dólares! La Argentina prostituida. Allí, en Madryn, el bisnieto del valiente cacique Saihueque abrazó a todos los cristianos que salieron con la protesta a las calles contra ese delito de falta de moral de la angurria de los que quieren quedarse hasta con las montañas y el sol.
Y también estuvo la protesta en Rosario donde varios sectores de la población han resuelto tomar el protagonismo de la lucha por la dignidad. Los estudiantes de la Facultad de Psicología mantienen ocupados el bar y comedor, porque han creado una cooperativa a fin de ser ellos quienes ejecuten ese servicio para sus compañeros de esa y otras facultades. ¿Quién puede estar en contra de un trabajo social semejante? Ayuda mutua, esfuerzo e independencia. Y se acaba así el tema de los concesionarios y de los posibles manejos entre autoridades, la empresa privada y los sobornos. La misma impresión tuve al ir a visitar a los estudiantes ocupantes del sanatorio Rawson, edificio abandonado hace más de seis años. Los estudiantes quieren hacer de ese edificio, hoy inútil, el lugar de residencia de los estudiantes del interior y un lugar de encuentro para todos los universitarios. Un plan más que loable. ¿Qué mejor que la administración comunitaria y el beneficio para una tamaña fuerza del pueblo? Y si recorremos Rosario encontraremos otros lugares así: iniciativa para el bien común sin ambiciones de obtener ganancias. Estuve con el intendente Binner quien se mostró muy partidario de las cooperativas e iniciativas sociales que se han iniciado en este terrible tiempo de la inmoralidad y el abandono. Por supuesto, en muchos casos elpoder tendrá que expropiar para poner propiedades al servicio de la comunidad.
Dejo Rosario después de haber vivido la alegría del homenaje a Rodolfo Walsh, realizado por la organización de periodistas rosarinos. El tiempo hace madurar las mentes. Walsh y no Neustadt. Walsh, el brillante luchador por excelencia. Walsh, el intrépido, asesinado por Massera y su morralla uniformada. Walsh, el ejemplo para siempre de lo que debe ser el periodismo honesto y denunciador de las mafias del poder. Su rostro quedó allí, en el salón de actos. Un rostro que muy pronto estará en todas las redacciones, menos en las de Hadad, por supuesto.
Y Página/12 cosechó un éxito, con la nota de hace dos semanas sobre la asamblea de Belgrano y Núñez y de los estudiantes del Normal 10 y su lucha por dar la merienda a los necesitados en el edificio de Lucio Mansilla. Vea el lector qué hermosa carta ha recibido nuestro diario, qué conceptos, qué poesía, como decimos, gente así, unida, no va a conocer nunca la derrota. Dice así: “Cuando llegamos este domingo, como todos los domingos, a las 3 de la tarde, al viejo Normal 10 veníamos con mucha expectativa. La contratapa de Página/12 del día anterior nos había parecido a todos impecable y pensamos que movilizaría a mucha gente para acompañarnos. Pero no, a las 3 y cuarto parecía haber menos gente que nunca. No llegábamos a las treinta personas, la mayoría estudiantes del Normal y de otros colegios. El policía de consigna se arrimó a la puerta como para advertirnos que no podíamos pasar y nos fuimos a la esquina para deliberar con tranquilidad. Se leyó en voz alta la contratapa de Página/12, se la saludó con un cerrado aplauso y luego se votó si entrábamos o no como se hizo cada vez que nos encontramos con la policía en la puerta, y se decidió que sí por unanimidad. Había que mantener en alto las banderas, confirmar que el reclamo era justo y la decisión firme. Le hicimos una gambeta al cana, marchamos dando vuelta a la manzana y entramos por la puerta de atrás. Cuando se quiso acordar, ya estábamos reunidos en el patio sobre 3 de Febrero, abrimos la puerta y entraron varios vecinos más, a los cuales el uniformado les advertía que estaban cometiendo un delito. Ya eran las 3 y media, ya éramos 40, y nos pusimos a trabajar, como siempre, informando las novedades, las firmas que se habían reunido, las rifas que se habían vendido, la actividad del merendero. Mientras tanto, más y más vecinos llegaban y se sumaban a la ronda. Todos preguntaban, todos querían saber, todos repetían: ‘Nos enteramos por el diario’. Traían yerba, azúcar, leche, facturas, pelotas, libros. Era el milagro, era un río de gente que llenaba el patio de la vieja casona de Mansilla, era el maravilloso desorden de la organización popular, era el triunfo de la solidaridad sobre la indiferencia y la burocracia. Se iba haciendo la lista de las cosas que se necesitaban, y se levantaban de inmediato manos anónimas para ofrecerlo. ‘Yo tengo’, ‘yo traigo’. El patrullero que llegó alertado por la consigna se fue sin decirnos nada, seguramente convencido por el número de vecinos y la convicción que manifestaban. Apareció TN para filmar las novedades y reportear a los concurrentes. También apareció de la nada Roberto, alias ‘Carlitos Balá’, payaso de profesión que venía a ofrecerse para colaborar con su arte y en un santiamén se había puesto el disfraz y la nariz postiza, y bailaba junto a los malabaristas que habían comenzado a preparar sus números. Ya éramos más de cien y la gente seguía entrando, y llegó el diputado Lattendorf, que ofrecía su colaboración para lo que fuera necesario.”
“Y también llegó la murga, empezó el sonido de los bombos, los bailarines comenzaron las piruetas y la fiesta popular se hizo completa, con el payaso, las bolas de fuego de los malabares y el acompañamiento de la gente. A las 6 de la tarde, una multitud (ciento cincuenta, doscientos, ya no había forma de contarlos) abandonó la casona y, con la bandera del centro de estudiantes del Normal 10 a la cabeza, se lanzó a las calles del barrio con los murgueros, esparciendo música, repartiendo volantes, agitando carteles y cortando las calles sin pedir permiso, con el felizatrevimiento de los estudiantes y el intento de organización de los más veteranos. Y pasamos por la plaza Alberti, llegamos a Cabildo y Darío Santillán (ex Monroe, rebautizada por decisión popular), seguimos hasta Juramento y volvimos a la casona ya de noche, cansados y felices. Guardamos los carteles; los murgueros volvieron a ser personas normales mientras los chicos se iban a festejar el sueño que ahora estaba más cerca, y nos fuimos pensando que quizás muy pronto estaría movilizado un país más feliz, desde Jujuy a la Patagonia”.
Está todo dicho. Argentinos, ni subversivos ni usurpadores. Verdaderos demócratas.
Hay otra buena noticia. Hace un mes en esta contratapa denunciamos que al uruguayito Carlos Martín Cánepa, hijo de argentina, no se le permitía continuar sus estudios por una maniobra burocrática. Nuestra denuncia pegó bien, en lo justo y ganó. Carlos Martín Cánepa acaba de ser admitido en la escuela Raggio, como lo aconsejaba la decencia y la grandeza. Pelear por lo justo, en el mar de la inmoralidad y el egoísmo.

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