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Contratapa|Domingo, 1 de diciembre de 2002

Deposiciones

Por Juan Gelman
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Tendrá sin duda un visto bueno rápido el reciente pedido de Sharon a Bush hijo: 14.000 millones de dólares, 4 mil para gastos de defensa y 10 mil en calidad de préstamos garantizados del gobierno federal, que entre otras cosas permiten reducir considerablemente las tasas de interés que Tel Aviv abona por sus transacciones comerciales. La primera suma no está sujeta a devolución. En cuanto a los préstamos, las autoridades israelíes aducen que nunca han dejado alguno impago. Tienen razón: Washington nunca les ha reclamado que los paguen. De hecho, son donaciones encubiertas, a veces de manera explícita. EE.UU. mantiene esta costumbre desde el año mismo de la creación del Estado de Israel.
Un estudio del Servicio de Investigaciones del Congreso norteamericano registra que en el período 1949-1996 el monto de la ayuda estadounidense a Israel ascendió a 62.500 millones de dólares. En el mismo período, la ayuda –o lo que sea– que EE.UU. destinó a los países del Africa subsahariana, América Latina y el Caribe todos juntos fue de 62.297,8 millones de dólares, suma escasamente inferior a la recibida por un solo país que tiene menos habitantes que Hong Kong. Según la Oficina de Documentación Demográfica de Washington, a mediados de los años ‘90 la población total de las naciones subsaharianas era de 568 millones de habitantes y la ayuda norteamericana que recibieron, de 24.425,7 millones de dólares en el período considerado, es decir, 2,99 dólares por habitante. Los países de América Latina y el Caribe obtuvieron en conjunto y en idéntico lapso 38.254,4 millones de dólares, es decir, 79 dólares por habitante. En el mismo período la ayuda para 5,8 millones de israelíes fue de 10.775, 48 dólares per cápita. Por cada dólar que EE.UU. destinó a un africano, gastó 250,65 para un israelí.
Claro que eso no es casual ni se produce por casualidad. Para la Casa Blanca, Israel goza de una importancia geopolítica estratégica de la que Argentina, por ejemplo, carece hoy totalmente. Cada año Tel Aviv recibe del Tesoro yanqui 1800 millones de dólares de ayuda militar y 1200 millones de ayuda económica. Y no sólo: cifras que se pueden encontrar en el “Washington Report on Middle East Affairs” revelan que en 1997 el Pentágono y otras dependencias federales agregaron a esa suma 525,8 millones de dólares, y el gobierno mismo 2000 millones de dólares en préstamos garantizados Total: 5525,8 millones. Richard H. Curtiss, autor de una investigación sobre el tema, señala: “En suma, sea que la ayuda a Israel asuma la forma de un préstamo o bien de una donación, su importe nunca regresa al Tesoro de Estados Unidos”.
Trabaja en Washington un lobby pro-israelí bien asentado, el Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel (AIPAC por sus siglas en inglés), que cuenta con un presupuesto anual de 15 millones de dólares y con 150 empleados, y que participa activamente en las elecciones del país apoyando a candidatos afines. “Un votante individual –dice Curtiss– puede aportar hasta 2 mil dólares a la campaña de un candidato y un Comité de Acción Política (del AIPAC) puede aportarle hasta 10 mil. Además, el interés especial en un candidato que enfrenta a un oponente difícil (de vencer) pero ha seguido las recomendaciones (del AIPAC), puede aportarle hasta medio millón de dólares, suficientes para comprar en casi cualquier parte del país todo el tiempo televisivo necesario para ser electo.” “En consecuencia –agrega–, salvo un puñado de los 535 miembros del Senado y de la Cámara de Representantes, todos votan de conformidad con los deseos del AIPAC cuando se trata de la ayuda a Israel o de otros aspectos de la política de EE.UU. en Medio Oriente.” ¿Será por eso que en una tempestuosa reunión del gabinete israelí que tuvo lugar el 3 de octubre de 2001 Sharon exclamó: “Quiero decirles algo muy claramente, no se preocupen por EE.UU. Nosotros controlamos a EE.UU. y los estadounidenses lo saben”? Así lo informó Radio Israel (Kol Yisrael) y nunca fue desmentida. Sólo una profunda sensación de impunidad permite esta clase de deposiciones orales. Aquélla no fue la única en las que el premier israelí suele incurrir. Declaraba no hace mucho al Times de Londres: “El día después de que las tropas estadounidenses acaben con Saddam, debieran volver sus armas contra Teherán”. El Washington Post del 27/11 recoge la preocupación que estas incontinencias despiertan en Washington. El “Proyecto Israel”, un grupo de asesores políticos en que se mezclan demócratas y republicanos, redactó hace semanas un memorándum de 6 páginas dirigido aparentemente a los organismos pro-israelíes del país, pero en realidad y sobre todo a los dirigentes del Estado de Israel. Los insta a bajar el tono cuando hablan de la guerra contra Iraq y de su voluntad de responder a cualquier ataque iraquí contra suelo de Israel, que los hubo durante la Guerra del Golfo. Los asesores manifiestan el temor de que esas afirmaciones socaven el apoyo internacional, especialmente el árabe, a la guerra de Bush hijo contra Saddam. “El silencio de ustedes –pide el memo- facilita que todo el mundo centre su atención en Iraq más que en Israel”, consejo que nada mal le viene a Sharon. Insiste el documento: “Si el objetivo de ustedes es un cambio de régimen (en Iraq), tienen que ser mucho más cuidadosos con su lenguaje”. Y subraya: “Ustedes no querrán que los estadounidenses piensen que la guerra contra Iraq se hará para proteger a Israel en vez de proteger a EE.UU.”.
A saber. El gobierno jordano, por ejemplo, está convencido de que Sharon aprovechará esa guerra para expulsar a los palestinos de la Ribera Occidental en dirección a Jordania. El ministro de Relaciones Exteriores jordano Marwan Muasher —informó el diario israelí Ha’aretz del 28/11— pidió a su entonces par Shimon Peres que Sharon declarara oficialmente que no tenía la intención de producir “traslado” semejante. Sharon se negó e incluso se ofendió “por la sospecha jordana”. Bueno.

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