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Contratapa|Domingo, 15 de diciembre de 2002

Embarazo

Por Juan Gelman
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La Casa Blanca está, como se suele decir, un poco embarazada. Ya le sucedía un poquitín por no presentar las pruebas que dice poseer sobre la relación al-Qaeda/Irak/11 de septiembre. El embarazo avanzó ante la sorda resistencia a invadir Irak de todos los aliados occidentales menos uno. Se vio entonces obligada a buscar el consenso del Congreso estadounidense y la compañía de la ONU, que se expidió por una nueva y rigurosa inspección del posible arsenal de armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein en vez de aprobar su derrocamiento por medios militares. El embarazo de Bush hijo sigue creciendo hoy y es peligroso: los inspectores de Naciones Unidas no han hallado hasta el momento trazas de que Irak produzca armas nucleares, biológicas y/o químicas.
El fiel aliado de Washington, Tony Blair, ha tocado el ridículo en la materia. No hace mucho mostró a la prensa fotografías de una instalación en la ciudad de Osirak donde en efecto Saddam intentó alguna vez que se produjera una bomba atómica, instalación que un ataque de Israel destruyó en 1981. El británico afirmó que las fotos demostraban que Irak erigía una nueva planta en el mismo lugar y con el mismo propósito. La semana pasada los inspectores revisaron minuciosamente la ex edificación durante 5 horas y encontraron, de pie entre sus ruinas, sólo algunos cobertizos. En uno de ellos –según los corresponsales de prensa europeos que presenciaron la búsqueda– los pobladores del lugar cultivan hongos. Comestibles, nucleares no.
El embarazo yanqui aumenta en estos días con el informe acerca de su actividad armamentista que Irak presentó en cumplimiento de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad. En sus 11.807 páginas hay 33 que son particularmente delicadas: detallan las adquisiciones de los equipos, materiales y suministros que permitieron a Bagdad fabricar las armas químicas que usó en la guerra contra Irán (1980-1988) y contra miles de kurdos inermes. Esas páginas también proporcionan una lista de los proveedores de semejantes manufacturas y no será una novedad que entre éstos figuren sobre todo empresas estadounidenses y británicas. Así lo estableció un viejo informe del Comité de servicios bancarios, vivienda y cuestiones urbanas del Senado de EE.UU. –preparado en vísperas de la guerra del Golfo– que investigó el Sunday Herald.
El periódico escocés anoticia el 8/9/02 que el Comité, entre otras cosas ocupado en supervisar las políticas de exportación del gobierno, determinó que el Ejecutivo aprobó, bajo las administraciones sucesivas de Ronald Reagan y Bush padre, ventas a Irak del bacilo del ántrax, del gas VX que ataca el sistema nervioso central, de gérmenes de botulismo y de la fiebre del Nilo occidental, así como de bacterias como la brucella melitensis, que daña los órganos principales del ser humano, y la clostridium perfringens, que causa gangrena. El informe precisa que las exportaciones norteamericanas de esa índole continuaron hasta marzo de 1992, es decir, hasta un año después de que terminara la primera guerra del Golfo. Un ejemplo nomás: el 2 de mayo de 1986 se despacharon desde EE.UU. dos partidas de bacillus anthracis –el que provoca ántrax– y otras dos de la bacteria clostridium botulinum –el agente que origina el botulismo– con destino al Ministerio de Educación Superior iraquí.
Los embarques no cesaron ni aun después de que Saddam Hussein ordenara en marzo de 1988 gasear la ciudad de Halabja, con un saldo de 5 mil pobladores kurdos muertos. Este crimen horrorizó al mundo, pero no a Washington: un mes más tarde autorizaba nuevos envíos de componentes y elementos aptos para fabricar armas de destrucción masiva. El informe señala que “Estados Unidos abasteció al gobierno de Irak de materiales de ‘doble finalidad’ que ayudaron al desarrollo de (sus) programas (armamentistas) químicos, biológicos y de sistemas misilísticos”. Donald Riegle, presidente del Comité, admitió que también se habían autorizado exportaciones al país de Saddam de tecnología y equipos para la fabricación de armas nucleares. Sólo en el período comprendido entre enero de 1985 y agosto de 1990 –agregó– el Departamento de Comercio otorgó a diversas empresas estadounidenses 771 permisos de exportación a Bagdad de tecnologías de doble finalidad, aplicables tanto a proyectos civiles como a proyectos militares.
En tanto, Scott Ritter, jefe de la primera misión de inspectores de la ONU empeñada en el desarme iraquí, insiste en que su trabajo destruyó del 90 al 95 por ciento de todo ese armamento y que el resto fue probablemente utilizado o anulado durante la guerra del Golfo. Bush hijo agita la amenaza de una guerra biológica que Irak se propondría desatar contra la población de EE.UU. Lo curioso es que los norteamericanos han sufrido ya ataques con armas biológicas que les infligieron sus propias fuerzas armadas. El primero tuvo lugar en 1950, cuando un buque de la Marina de guerra norteamericana diseminó desde la costa del Pacífico una nube casi impercetible de la bacteria serratia marcescens, mezclada con agentes químicos, sobre toda la ciudad de San Francisco (The Wall Street Journal, 22-10-01). Era un simulacro de guerra biológica. Una persona falleció y otras nueve fueron hospitalizadas por las graves infecciones que provoca la bacteria. El informe militar sobre el experimento anota fríamente: “Se observó que es posible lanzar contra esta zona un ataque exitoso con armas biológicas desde el mar”. Se diría Perogrullo. Pero ésa es otra historia.

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