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Contratapa|Martes, 7 de septiembre de 2010

Misters

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO Pocas cosas más interesantes que el fútbol para aquellos a los que el fútbol no les interesa en absoluto. La idea anterior seguramente irritará a los especialistas del balompié (entiéndase por especialistas a aquellos que hasta no hace mucho aseguraban, con sobradora seriedad, que Messi no estaba a la altura de una selección nacional destinada a ganar el último Mundial gracias al genio estratega de Maradona), pero no lo siento mucho; así son las cosas. El no ser especialista en absolutamente nada salvo en Bob Dylan (espécimen singular sobre el que resulta absolutamente imposible especializarse, porque lo único que se sabe con total certeza de su persona es que nunca se sabe qué hará en los próximos cinco minutos) me coloca en una situación ideal frente a todo deporte (no me pierdo carrera de Fórmula 1 aunque no sepa manejar, y mi parte favorita de un auto sea el espejo retrovisor y el equipo de sonido) y, en especial, frente a las ocurrencias de un partido de fútbol y la fauna que lo puebla.

Los grandes avances en la transmisión televisiva de los partidos (fui tan sólo dos veces a la cancha: la primera, en Vélez si mal no recuerdo, se suspendió el partido por falta de pelotas y la segunda, para ver al Fútbol Club Barcelona en todo su esplendor) me permiten, incluso, reconocer sin error a ciertos jugadores. Viviendo en Barcelona –y, por lo tanto, siendo refleja y automáticamente del Barça– hasta puedo nombrar correctamente a buena parte de la plantilla de estos tipos con caras raras y superpoderes particulares ensamblándose como una tropilla de X Men mutantes tan felices de ser millonarios jugando a la pelota por aquí y por allá. También –mecánica y reflexivamente– hasta pude desarrollar cierto desprecio por los archivillanos del Real Madrid: una brigada cosmética y sólo interesada por los millones primero y el juego después que –de unos años a esta parte– no ha hecho otra cosa que capturar a semidioses extranjeros para combinarlos en un cóctel implosivo que lo único que consigue es vender camisetas de los Adonis de turno (Beckham o Ronaldo) hasta que llega uno de los dos duelos anuales con su némesis catalana y ahí se acabó lo que se daba, y es entonces cuando se activa Valdano y empieza a hablar, a hablar mucho, a explicar lo que pasó y lo que no pasó y...

DOS ... qué hago yo escribiendo de todo esto, me pregunto. Lo mismo que todos los habitantes de esta sufrida tierra, me respondo. Es decir: busco en el fútbol lo que no se encuentra fuera del fútbol. Digo más: cierto sentido y orden y coherencia narrativa, cierta justicia argumental. No pan y circo sino sabroso pastel y noble dramaturgia. Así que arranca la Liga y se impone la llamada cuesta de septiembre (más empinada que nunca) y, con el deshoje del otoño, vuelve a retomarse el difícil partido de la realidad: la Gran Crisis; los trulalescos bandiditus encapuchaditus y emboinaditus de ETA anunciando nuevo e impreciso alto el fuego (y van...); la próxima y nada épica huelga general (que muy pocos, apenas un 9 por ciento, parecen dispuestos a cumplir según las últimas encuestas, porque se siente que “no servirá en absoluto para cambiar el estado de las cosas”); el pesimismo como moneda de cambio (nadie parece creer en nadie ni en nada; leo que el 58 por ciento de la población considera incapaz al PSOE y el 77 estima que el PP no lo haría mejor aunque lleve la delantera en intención de voto futuro); mientras seguimos con el eterno picadito entre el Deportivo Zapatero (convencido o intentando convencer de que todo va mejor aunque no lo parezca) y el Club Atlético Rajoy (asegurando que nada va bien sin explicar nunca cuál sería la forma de cambiar rumbo y polaridad). Uno y otro –pareciendo pensar pura y exclusivamente en otro y en uno– se hacen falta en comparecencias y noticieros con cara de yo no fui, fue él. Lo que, parece, les basta y sobra para sentirse perfectos líderes en el campeonato más allá de que la hinchada cada vez con más humor de hooligan –tres de cuatro españoles, un 76 por ciento de los encuestados– les pida que, por favor, se retiren prontito a los vestuarios y se conviertan en glorias satelitales del tipo Alfredo Di Stéfano o Johan Cruyff o Felipe González o José María Aznar. Esos que de tanto en tanto reaparecen para entregar una trofeo importante o decir algo dentro o fuera de lugar.

TRES Ante el descrédito absoluto de la clase política y gobernante (para colmo, ahora hay que soportar también unas internas complicadas para dirimir al candidato madrileño que no estaban en los planes del PSOE y que intentan vendernos como apasionante ejercicio democrático entre coleguitas que se adoran pero no), no es de extrañar que hasta yo empiece a leer el diario por las páginas deportivas, que me conmueva con cada declaración del humilde pero eficaz seleccionador nacional Vicente Del Bosque (digno patriarca luego del casi impresentable Luis “Síndrome de Tourette” Aragonés), y que me interese muy especialmente por el duelo conradiano y onomatopéyico de Pep versus Mou. Me explico: Pep es Guardiola y Mou es Mourinho y ambos son los misters –o directores técnicos– del Barça y del Madrid respectivamente. Y la gesta cósmica está servida con tanto más rigor y atractivo que el sainete democrático de ahí afuera. He aquí a dos tipos elegantes y divertidos y siempre con una gran frase en los labios y en las fauces. Salidos de un casting perfecto, Pep y Mou son obsesivamente analizados por especialistas y por especiales (como yo) y disfrutados como si se tratara de un gran western. De los dos –otra vez, la tierra tira– yo me quedo con Pep, aunque me dé mucho pero mucho miedo. Ya saben: esa sonrisa feroz, esos ojitos penetrantes. El catalán Josep Guardiola i Sala desciende directamente del linaje de Ray Liotta, James Woods y el enorme Christopher Walken con Jack Nicholson enarcando sus cejas en las alturas. Es decir: tipos encantadores pero a los que de ningún modo te gustaría ver saliendo con tu hija adolescente. El portugués José Mario Santos Mourinho Félix, por su parte, pareciera querer arrimarse a la escuela de Cary Grant y Paul Newman y George Clooney aunque, seamos sinceros, de más el tipo de galán maduro de telenovela mexicana pero de las buenas.

Hace un par de domingos, la revista de La Vanguardia los juntaba en tapa para diseccionarlos por separado desde la gestualidad, pasando por la “filosofía de juego”, deteniéndose en las ventajas de las canas o la calva, hasta llegar a la corbata de marca y el pulóver de cashmir. Y se terminaba hablando en esas páginas de algo llamado “entrenamiento invisible” donde, a la hora de la verdad, los que organizan y planifican (los misters) tienen perfectamente claro que los que importan son los mandados y los que sudan los jugadores y que la medida de su éxito pasará, siempre, por ser casi transparentes y no estar todo el tiempo gesticulando a un costado del campo. O sea: figurar poco pero estar siempre en los momentos decisivos que, si se puede, sería lindo que fueran más victorias que derrotas, ¿sí?, teniendo claro que las victorias se consiguen jugando bien, metiendo pelotas en la red y no explayándose en jugadas imaginarias. Ahora, sólo falta que los otros misters lo entiendan antes de que lleguen las cada vez más próximas eliminaciones... perdón... elecciones. Y –ah, sí– en un rato juegan España y Argentina, pero yo todavía no decido cuál canción de Bob Dylan voy a escuchar ahora para festejar el fin de esta contratapa: ¿La apocalíptica “A Hard Rain’s a-Gonna Fall” o la optimista “The Times They Are a-Changin”? Más realista que especialista, me inclino ante el resignado soplido sin respuesta de “Idiot Wind”, y ahí afuera la gente patea al aire y, con el perdón de las damas presentes, sigue chupando frío o calor y los dueños de la pelota hacen dibujitos raros en un pizarrón y nos explican cómo –si los dejan, si nos dejamos– ganarán la próxima copa, salud.

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