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Contratapa|Martes, 2 de noviembre de 2010

Grafeno y yo

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO A ver, con cuidado, memorizar todas y cada una de las palabras a continuación porque, de aquí a poco tiempo, serán las palabras que nos exigirán recitar a la hora de cruzar fronteras, al invocar a los dioses de rodillas, y hasta al jurarle pasión eterna a nuestro ser más querido. Allá vamos: “El grafeno es una estructura laminar plana, de un átomo de grosor, compuesta por átomos de carbono densamente empaquetados en una red cristalina en forma de panal de abeja mediante enlaces covalentes que se formarían a partir de la superposición de los híbridos de los carbonos enlazados”. Otra vez, de nuevo, hasta el fin de los tiempos, de estos tiempos: “El grafeno es una estructura...”

DOS Yo –así de anticuado y antiguo soy– pensé que todavía vivíamos en la Era del Plástico y que los cretinos estaban hechos de teflón y el tiempo era oro y hubo años de plomo. Pero no. Resulta que todo este tiempo vivíamos en la Era del Silicio. Era caduca que ya llega a su fin para ser sucedida por la triunfal Era del Grafeno donde todo será posible. Ahora mojamos los pies en la orilla de una época de milagros certificables y nada vaticanos; porque el grafeno –me encanta cuando los escritores científicos se ponen poéticos y suenan, inevitablemente, como una película de ciencia-ficción Clase Z– es algo así como “la piel de los dioses” (para los politeístas) o “el material de dios” (para los monoteístas). Y yo todavía no creo en el grafeno como alguna vez creí en el Corto Maltés (lo más parecido a un dios que tuve durante mi pubertad); pero en eso estoy. Compro el diario y veo los noticieros y lo primero que hago es buscar/esperar la inevitable noticia grafénica del día: la renovada buena nueva de que el grafeno también sirve para eso. Y para eso también. Y para aquello de más allá.

TRES Supe recién del material bidimensional grafeno con el anuncio del último Nobel de Física otorgado a dos hombres que me parecieron muy jóvenes, que se llaman Andre Geim y Konstantin Novoselov, y que explicaban algo sobre trazar una línea con un vulgar lápiz de grafito, pegarle a ese trazo una tira de material adhesivo transparente de esa que yo uso para arreglar libros demasiado cansados de ser leídos. Y, a partir de ahí, eureka, múltiples aplicaciones y videos de artefactos electrónicos que se enrollan como una revista y se meten en el bolsillo y se pliegan con alegría origami y –lo siento– mi refleja y automática felicidad al pensar en todos los soldados consumistas luchando en esa absurda carrera armamentística informática que de pronto miraban a sus hasta entonces hermosas tabletas iPad & Co. como a ancianas de huesos frágiles y memoria difusa y funciones insuficientes, como a amantes marchitas que ya no les producen ese cosquilleo en los dedos al acariciar, excitados, sus alguna vez modernos y turgentes teclados.

CUATRO Y lo más curioso de todo: el grafeno –gracias, Wikipedia– ya estaba entre nosotros desde los años ’30 y su “enlace químico y estructura” en celdas hexagonales (las celdas pentagonales y heptagonales sólo se manifiestan en su versión defectuosa) ya había sido calculado y documentado a finales de los años ’40; aunque recién había sido bautizado como tal en 1994 a partir de la combinación de las palabras grafito y eno. Y ya se sabe: alta conductividad térmica y eléctrica, elasticidad y dureza, una resistencia doscientas veces mayor que la del acero, casi transparente y tan denso que ni siquiera el átomo de helio (el más pequeño que existe) puede atravesarlo. Y no sigo más –solo apostaré a que en la próxima de Batman su traje será, seguro, de grafeno– porque hasta aquí llego. El resto son fórmulas y signos y diagramas y jerga hermética envasada al vacío absoluto de mi limitado entendimiento. En mi mundo –en mi idea de las cosas– el grafeno debería haber llegado a nosotros como un inesperado regalo extraterrestre o como la misteriosa ofrenda en el altar de un templo exótico amorosamente profanado por Indiana Jones. Pero no. Y la verdad que me gusta que –para explicarle el grafeno a gente como yo, para los que el rayo láser todavía es algo asombroso– se recurra a algo tan sencillo y mágico como un lápiz. No es que así entienda lo que intentan explicarme. Pero me gusta. Y –vuelvo a abrir el periódico, vuelvo a sintonizar las noticias– me siento a que me relaten más aventuras del grafeno con la misma sonrisa con que alguna vez me acosté para que me contasen todo aquello que, invariablemente, comenzaba con un “Había una vez...” y terminaba, entre campanadas nupciales, con un “Y comieron hasta estar llenos y dieron tres vivas por el grafeno”.

CINCO Por supuesto –otra vez, las ya antiguas novelas juveniles de mi juventud– también hay científicos rivales y defensores del silicio a los que, seguro, el Nobel a esos dos tipos con pinta de fans de They Might Be Giants no les cayó del todo bien. Gente a la que me alegra imaginar en laboratorios llenos de luces y probetas o fumando pipas en clubs victorianos, y que se pronuncian en contra de la grafenomanía con pasión de hincha futbolístico de equipo opositor. Así (gracias otra vez, Wikipedia) me gusta mucho lo que dijo el reputado físico holandés Walt De Heer en cuanto a que “el grafeno nunca reemplazará al silicio” añadiendo que “nadie que conozca el mundillo puede decir esto seriamente. Simplemente, hará algunas cosas que el silicio no puede hacer. Es como con los barcos y los aviones. Los aviones nunca reemplazaron a los barcos”. Me agrada, en especial, el uso de la palabra mundillo y hoy no hubo nada nuevo sobre el grafeno pero sí sobre la posibilidad de que nunca hubiera habido un Big Bang, de que la historia de nuestro universo no haya tenido principio ni final y que resulte imposible de ser contada siguiendo parámetros narrativos más o menos convencionales. Lo postuló un tal Wun-Yi Shun de la Universidad Tsing Hua en Taiwan. Según él, tampoco habrá un Big Crunch constrictor y adiós a todo eso. No va a pasar nada salvo que pasaremos y a no engañarse: será la industria militar quien invertirá más en el desarrollo grafenista y falta menos para la Bomba G. Lo que equivaldrá a un del polvo estelar vinimos y –hechos polvo– al polvo estelar volveremos por los siglos de los siglos y ahora, mientras tanto, el hombre de las noticias hace un recuento de las increíbles invenciones que están al llegar, a la vuelta de la esquina tecnológica, listas para enchufarnos a ellas. Proyectos y prototipos presentados en un congreso madrileño: lentes de contacto que nos describen lo que vemos, un inodoro que nos recomendará la dieta ideal a partir del análisis instantáneo de nuestra orina, tarjetas de crédito inteligentes que nos comentarán el sentido práctico y efecto económico de nuestras compras...

Y entonces, de pronto, todo cambia. El ritmo se altera, la trama se interrumpe y ¿habrá algo más inquietante que esas letras donde se lee ULTIMO MOMENTO?, surcando la pantalla del televisor. El ULTIMO MOMENTO en los noticieros es el equivalente público de ese privado teléfono sonando en nuestras casas a las tres de la mañana. Qué miedo. Qué pasa. Quién será. Quién soy. Así, el locutor reordenando los papeles sobre su escritorio y, no, no es para anunciar que se ha descubierto que el grafeno facilitará la resurrección de los muertos sino un “conectamos en directo con nuestro corresponsal en Buenos Aires”. Y la historia sigue y la Historia continúa. Y uno –que, lo confieso, consume todas estas noticias futurísticas para intentar evadirse del presente– mira todo eso. Mira a toda esa gente. Mira todas esas banderas de flamear multiuso y complejo donde apenas unos siempre agitados celeste y un blanco tienen tantos y tan híbridos y ambiguos matices. Muchos lloran, todos opinan, otros cantan aquello de “Lo’ muchachó grafenist..., perdón, peronistas”. Unos se alinean con los barcos y otros se arriman a los aviones. Y uno se dice a sí mismo que no existe estructura laminar más conductiva y sensible que la de las malas noticias porque –por encima de cualquier polaridad– siempre es malo que algo malo le pase a alguien.

Ahora es la Era del Y Ahora Qué. La estación de la incertidumbre de átomos y moléculas y estructuras y elementos en la que, roguemos, la teoría de la (firme) evolución prime y se imponga sobre la teoría de la (incierta) relatividad.

Buena suerte para todos (para todos, dije); que no haya ningún próximo Big Bang o Big Crunch o Lo Vamo’ a Reventá’.

Y que el grafeno (que, a diferencia de Dios, no es argentino) nos ayude; que para eso está, dicen los que saben y entienden de estas cosas.

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