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Contratapa|Martes, 28 de diciembre de 2010

Enredados

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO La Red. La teoría de que –en la práctica– todo pasa y seguirá pasando por la Red. Esa red en la que todos caímos o nos dejamos caer o nos enredamos o nos hemos dejado enredar. La idea de que en el principio no era la Red pero que sí lo será en el final y que –a falta de un Dios tangible y presente– por qué no creer entonces en La Red. En ese mundo invisible pero real donde –no son todos pero sí son demasiados– hasta el más tonto de los mortales se siente pequeñísimo dios de su propio mundito.

DOS Escribo estas líneas en la mañana de la Nochebuena (jornada en la que, según los especialistas, tienen hora y lugar la mayor cantidad de ataques cardíacos en doce meses producto del frío, el stress acumulado, los excesos en la comida y la bebida, la desilusión por los regalos a dar y a recibir, la memoria de los muertos y, por supuesto, un nuevo e indeseado encuentro con exactamente esa persona demasiado viva), pero ustedes ya lo leerán en el centro mismo de esa Semana Fantasma. Breve pero elástico período que tiene lugar todos los años entre el 24 de diciembre y el 1º de enero (y que en la España democrática pero monárquica, si hay ganas de seguir en trance, se prolonga siete días más hasta que hayan pasado los Reyes Magos). Por el camino, tradiciones locales: el especial festivo-psicotrónico de Raphael, el discurso del rey (que esta vez incluyó la novedad de foto junto a la selección en la mesita para el café) y la muy triste nueva de que –por esas cuestiones del rating, del cambio de guardia, del paquete accionario, y vaya a saber uno qué más– antes de las próximas doce campanadas del 31 se apagará para siempre la señal, luego de más de una década informando, de la CNN+. Fue en la CNN+ donde disfruté de las entrevistas y editoriales de Iñaki Gabilondo y Antonio San José, donde vi caer las Torres en vivo y en directo, donde ahora miro y escucho por primera vez el conmovedor neovillancico “Christmas Lights” de Coldplay seguido por el rescate del bestial “Must Be Santa” a cargo de Bob Dylan y su peluca rubia y lacia para las grandes ocasiones... Y fue en la CNN+ donde me informan que volvió a accidentarse uno de los actores acrobáticos del musical de Broadway Spider-Man: Turn Off the Dark. Y no es que yo le quiera desear el mal a nadie (mucho menos a anónimos trabajadores volando sobre la platea), pero lo cierto es que los incesantes problemas técnicos que acosan a este megashow me producen cierto regocijo. Es decir: me divierte que el súper héroe arácnido sufra constantes desperfectos en los que acaba enredado en su propia red. Y me causa un mayor placer aún que el insufrible Bono (y ese sordomudo Bernardo suyo que es The Edge) sean parte del asunto junto a la también insufrible Julie Taymor (quien ya se había metido con el legado beatle en una insufrible película titulada Across the Universe, creo). Leyendo estas noticias sobre Peter Parker en apuros, libero mis pestilencias findeañeras à la Scrooge y, enseguida, vuelvo a ser el Bob Cratchit de casi siempre. Casi, dije.

TRES Voy a ver La red social y no me queda claro si su “héroe” es un buen hombre. De acuerdo, es el personaje del año para el semanario Time y ha contribuido a que mucha gente sola tenga ahora miles de amigos pero me pregunto cómo será considerado, de un tiempo a esta parte, cuando llegue ese momento de ser “juzgado por la Historia” y todo eso. O.K., el joven megabillonario ha acelerado la comunicaciones pero, también, ha generado tal grado de polución y malas vibraciones y una falsa sed de justicia y venganza que tiene a demasiados psychos creyéndose algo así como Che Guevaras de pantalla. De pronto, después de Internet, todo vale: insultar a escondidas, asumir personalidades falsas, erigirse en jueces absolutos de absolutamente todo, pelearse a muerte con gente a la que no se conocerá nunca, filmarse haciendo taradeces suicidas del tipo balconing, registrar la propia vida como si se tratara de una más que apasionante performance y piratear escudándose en una suerte de nuevo orden anárquico donde todo es de todo. El asunto ha causado olas y temblores por estos días en España –donde el gobierno fracasó en su intento de aprobar una ley de protección intelectual– y no hay oficina o café (donde ya no se podrá fumar a partir del 2 de enero) en que no se discutan posiciones. Los partidos de la oposición se borraron a la hora de la votación jugándola de puros-progres (actitud que hasta no hace mucho le tocaba al PSOE), los creadores (el escritor Javier Marías, el músico Alejandro Sanz y el productor de cine Agustín Almodóvar) reprocharon su cobardía acomodaticia a los parlamentarios desde las páginas de El País. Y es cierto que los tiempos cambian y se imponen nuevas pautas de comportamiento. Pero, por favor, que sea buen comportamiento y no me vengan con la mascarita de V de Vendetta; porque vivo de lo que escribo y muchos otros viven de lo que leo y veo y escucho. Me distraigo yendo a ver la nueva Tron: otra de esas películas futuristas instantáneamente nostálgicas y, sí, el cine empezó siendo efecto especial, luego fue trama, a continuación mutó a trama con efectos especiales, y ahora es, de nuevo, efecto especial. Pero un efecto diferente al de esa locomotora llegando a estación francesa. Antes se tenía miedo a que el tren saliera de la pantalla. Ahora, a que acabemos ahí dentro casi sin darnos cuenta. Atrapados como moscas en esa red que nos tejimos, moviendo sin cesar nuestras patitas sobre ese pegajoso teclado.

CUATRO Y cómo era que cantaba esa canción. Ah, sí... All the lonely people / Where do they all come from? / All the lonely people / Where do they all belong? / Ah, look at all the lonely people / Ah, look at all the lonely people... Me pregunto qué hacía toda esa gente solitaria y sin lugar claro de pertenencia cuando no estaba atendiendo sus blogs. Probablemente leían. O practicaban deporte. Y acabo de verla. Por primera vez. Postal navideña. Paul Butler –ingeniero canadiense que trabaja para Facebook– trazó el mapa que muestra la relación de amistad de los usuarios de la marca. Más de 500 millones de personas y sumando. Las conexiones aparecen representadas por líneas azules y, a mayor densidad demográfica de computadoras y tránsito (muchas y muchos en Estados Unidos y Europa; no tanto en Rusia y en Africa), las líneas van virando al blanco. Según como se lo vea –según el humor o el ánimo– el mapamundi tiene algo de cálidas luces de arbolito o de gélida iluminación radiográfica donde saludan tumores difíciles de apagar una vez que pasen las fiestas y otro doble de Spiderman: Turn Off the Dark se precipite desde la punta de ese pino del Rockefeller Center.

CINCO Y –aunque sospecho que será inútil– pedido para el Año Nuevo: por favor, basta de publicar extractos de Wikileaks. Puestos a filtrar, se los cambio todos por un inédito de Salinger. ¿Cuántos cables faltan? ¿Quedan muchos? Suficientes, en cualquier caso. Son aburridos, obvios, torpes y –más allá de los orgasmos de quienes piensan que se trata de un hito histórico y de que la verdad por fin refulge mientras corren los minutos para que Julian Assange acepte el patrocinio de alguna compañía informática, seguro– no son más que una nueva e innecesaria evidencia de que el ser humano sabe mentir (bien o mal; pero eso es lo que lo separa del resto de los animales); de que lo mejor es no saber ciertas cosas (¿qué hacemos con ese conocimiento, acaso ha caído o se ha excusado alguno de los diplomáticos y políticos allí denunciados?); y de que (como tan bien y con tanta gracia escribió días atrás Javier Marías) es de lo más normal que gobiernos y empleados de embajadas maniobren para conseguir lo que les falta y defender lo que ya tienen. Y –teoriza y sonríe Marías– mejor no pensar lo que sucedería si esos adalides de la pura verdad llevaran el sistema Wikileaks a nuestras vidas privadas: “La hipocresía (si no es flagrante o excesiva), la discreción, el secreto, forman parte de la educación y de la civilización, y si esas cosas no existieran, lo más seguro es que casi nadie saludase a casi nadie y que hubiera muchos más homicidios”. Así, de seguir el rumbo que exigen los defensores del “saberlo todo”, también sabríamos todo lo que verdaderamente piensan de nosotros nuestros seres queridos (amigos, esposas, maridos, hijas, jefes, subalternos), esos con los que tanto brindamos en estos días, mirando hacia delante y pensando para atrás, mientras sentimos la palmada amiga de un primer dolorcito raro, enredándose en el cablerío de venas y arterias, a la altura del corazón.

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