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Contratapa|Miércoles, 2 de noviembre de 2011

Nobleza

Por María Moreno
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Cayetana de Alba puede tenerlo todo, pero la osteoporosis no reconoce título nobiliarios. Pisó la oreja de una alfombra en su palacio de Dueña –¿pero por qué no habrá leído los sabios consejos para la quinta edad que sugieren plegar y guardar todo tapete o alfombra por más persa que sea?– y se quebró la pelvis. Adiós a la luna de miel en Tailandia. Así empañó su boda con Alfonso Diez, el último gran suceso de la café society y también el más “democrático”: los paparazzi, las cámaras de televisión y los sitios de Internet hicieron que todos los don Nadie de este mundo que no conocen el Gran Mundo tuvieran la sensación de haber estado ahí. Según José Luis de Vilallonga, cronista mayor del quién es quién internacional, y a quien gloso en gran parte de esta nota, la café society fue bautizada así por la reina María para definir a los miembros de la aristocracia inglesa que, a principio del siglo XX, decidieron combatir el rictus victoriano con el culto a la extravagancia, el gasto imaginativo y los viajes que permitieran no vivir el invierno en ninguna parte. La café society cultivaba el leve tartamudeo y el culto del aburrimiento de la clase alta inglesa como si la oratoria fuera un arte propio del que quiere ser admitido en donde sólo se admite a los bien nacidos –cosa de vendedores y abogados– y la diversión, una experiencia del que ha conseguido algo que antes no tenía –cosa de trabajadores–. La revolución entre los que odian la revolución sucedió cuando el duque de Portland se casó por plata con una ricachona norteamericana. Desde entonces, la café society admitió títulos comprados, joyas falsas y miembros de la farándula.

Cuando la café society pasó de la crème de la crème al ketchup, cambió su nombre por el de jet-set. Y Cayetana de Alba tuvo allí asistencia perfecta.

La otra

Su contracara de toda la vida ha sido Luisa Isabel Alvarez de Toledo y Maura, duquesa de Medina Sidonia, que se casó con su secretaria, Liliana Dahlmann, once días antes de morir, y que nunca quiso saber nada con su apodo de “duquesa roja”. Contra el rey, Comité Central o palacio, ella fue siempre de oposición.

El turno de la duquesa fue el 17 de enero de 1966, cuando un avión de la armada norteamericana con base en el aeródromo militar de Morón, en Sevilla, que llevaba cuatro bombas de hidrógeno a bordo, chocó con otro avión que lo proveía de combustible. En nombre de la reparación, desde el Departamento de Estado norteamericano se gestionaron excavaciones que levantaron capas de tierra de diez centímetros en seis mil hectáreas a la redonda, de un metro más cerca del lugar de la coalición. Fue el primer perjuicio visible para el pueblo de Palomares: las cosechas se perdieron o lo poco que quedaba mal vendido debido al fantasma de la radiación. Entonces los campesinos llamaron a la duquesa, famosa por gritar “¡Viva el rey!” cada vez que se encontraba con Franco. Ella les puso abogados asesores, llamó a la prensa y, como el millón de dólares reclamado por las pérdidas no llegaba, amenazó con que todo Palomares marcharía sobre Madrid. Propuso a Cayetana de Alba que la acompañara a la cabeza, pero ella no quiso y fue una pena porque debido a su amistad con Biddle Duke, embajador de los EE.UU. en España, seguramente habría influido y Franco trinado si esas dos cuyos títulos alcanzaban para llenar la carretera de Palomares a Madrid, encabezaban la marcha.

La movilización fue reprimida, la duquesa puesta en cana, aunque la largaron a los quince días, pero su prisión más larga fue de ocho meses luego de que publicara fuera de España su novela La huelga. Entonces fue acusada de ultraje a todas las instituciones de España, pero más al Generalísimo, acostumbrado a que la revolución no venga de los árboles genealógicos.

Cayetana, en cambio, de justicia nada. Cuando miembros del Sindicato de Obreros del Campo se plantaron frente a alguno de sus palacios para hacerle reclamos, ella dijo que le importaba un bledo, que no iba a molestarse ante unos pocos locos a quienes luego llamó directamente “delincuentes”. Tuvo que comerse sus palabras, desembolsar 6000 euros y un débil argumento: haber tenido “un episodio esporádico de desorientación temporo-espacial con pérdida de memoria”. Es cierto que su impunidad nunca alcanzó la de Sir Tomas S..., otro miembro de la café society, que cuando le hablaron de Jesucristo exclamó: “¿Pero qué puedo tener yo en común con el hijo de un carpintero judío?”.

Cuando Cayetana pagó para ser filmada para la televisión en su palacio de Liria (Esta es su vida), la duquesa roja comentó: “Para las pobres familias amontonadas de diez a veinte personas en las conejeras de los alrededores de Madrid, eso quería decir: ‘Miren cómo vivo yo, puesto que ustedes son lo bastante boludos como para no venir a destriparme’”. También se rió cuando Cayetana de Alba, quien una vez por año se presentaba en un hospital rodeada por sus paparazzi para donar sangre, fue palmeada en el culo por un obrero enfermo, que había recibido su donación y le gritaba desde su lecho “¡Primita!”.

La maja quirúrgica

Cayetana siempre hizo lo que quiso: un par de tetas, un viaje, una conversación con Onassis. Es injusto decir que su rostro muestra los estragos de la cirugía estética. Que su cara se parece a la de todas las ex bellezas que se la hacen una y otra vez: labios de pescado o de pato, frente extendida hasta el borde de la calvicie, cabello lo suficientemente largo como para tapar los nudos y zurcidos de antiguos refreshing, lisura de porcelana en frío, sonrisa difícil. Propongo que al ser ella una pionera, los cirujanos, que son cholulos, vienen copiando desde hace décadas su modelo de rostro, rostro ya inhumano, como de otra galaxia, de acuerdo con los parámetros cinematográficos de la ciencia ficción. No creo que Cayetana ignore su aspecto, sólo que prefiere ser un monstruo antes que una vieja. Ella, para quien el origen es todo, se niega a que en su rostro quede algo del original. Para originales los retratos de su tatarabuela, firmados por Goya (La maja desnuda y La maja vestida).

No tiene importancia que Alfonso Diez haya sido hasta ahora un hombre de mil y pico de euros mensuales. Si Cayetana se hubiera casado con un hombre más rico, al ser su propia fortuna tan inmensa, sólo se trataría de asumir grados de desigualdad.

Y como Cayetana hace lo que quiere, y a pesar de que para algunos es dudoso que el modelo de las dos majas de Goya haya sido una duquesa de Alba, ha decidido que no sólo desciende de todo lo que desciende, sino también de un par de cuadros.

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