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Contratapa|Jueves, 10 de noviembre de 2011

Cuando la realidad supera la ficción

Por Enrique Medina
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¿Debería existir un límite en el arte?... Para ser más preciso: ¿Debería existir un límite a la imaginación?... Siempre se ha dicho que la realidad supera la ficción. La frase se impuso y adquirió jerarquía de axioma sin necesidad de confrontación ni polémica. Y de esto se trata. Arte versus realidad. ¿La exacerbación desmedida genera excelencia? ¡Por supuesto!: Julio Verne; si es que de buenos ejemplos se trata, ya que prefiguró para bien el mundo que no llegó a disfrutar. Pero de El divino Marqués de Sade, y me refiero a su exaltación del dolor físico, ¿puede decirse lo mismo?... En este caso es por donde me quiero encaminar, o desbarrancar. Porque, como sugería Whitman, lo que diga de otros lo diré de mí. Y al respecto no puedo dejar de recordar a Salvador Elizondo, tan afecto al dolor y el puñal, publicando en su monumental Farabeuf aquella foto fascinante y tenebrosa que antes había exhibido Georges Bataille, en la que se muestra la crucifixión de un chino sufriendo la tortura de los cien cortes. En su momento intelectualicé ese espanto. De hecho huí hacia adelante con la excusa estética. Pero hoy me cago en la estética. Casi que creo que el ser humano se planta, se empina ante lo innoble para lucirse, para diferenciarse con desprecio acerca de conductas execrables que uno las pretende disfrazar con leguleyerías de provocador a la violeta. Pero, y yendo a la médula: ¿por qué atrae el horror?... Goya, en su fenomenal serie “Los horrores de la guerra”, también testimonió acerca de la bajeza humana llevada a una degradación impensable. ¿Podrían verse con placer esas películas delirantes que salpican sangre a toda la platea, si se supiera que no son de mentira?... Más de una vez este escriba se detuvo a pensar, solo y con otros colegas, estas cuestiones que van mucho más allá de lo estético y del verso aquel basado en desequilibrios psicológicos que hablan del “punto de oro”, del “éxtasis-superior”, de la “belleza-profunda”, que supera la mera compasión humana en franco beneficio del “hallazgo-único”, de la “esfera-cero” y montones de pamplinas más buscando simplemente justificar el horror gratuito de una escena o un fragmento escatológico. Todo, verso barato. Sólo se busca impresionar, sacudir, meter un gol con la mano para que la gilada berree. Seguramente, por lo que más adelante aclaro, aún somos el público ardoroso y mugiente del circo romano, o de las plazas europeas donde se decapitaba y quemaba gente como si fueran muñecos de papel maché.

Y este prólogo viene a cuento porque en El último argentino tengo un relato donde suceden cosas espeluznantes. Delirios. Espantos. Todo en un monólogo teatral en el que “se habla” de atrocidades entre bandas de narcotraficantes. Aunque no sea necesario, uno, desde la creatividad, puede justificar lo que sea, sin que el rubor se apodere de las orejas. En lo que me concierne, sin ufanarme ni pedir perdón, siempre he reconocido mi tendencia al tremendismo. Son muescas que uno carga en el bolso de los recuerdos, como decía Pío Baroja, cual promedio de pasadas experiencias. Esto no es ni una ventaja ni una desventaja en el campo de la creación. No es ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Simplemente es una característica que conforma un estilo. Y en tal caso, sí puede resultar un riesgo, un traspié. A lo largo de más de veinte libros puedo dar fe de ello. Siempre fue una lucha interna que tuve y que, de tanto en tanto, he logrado aplacar, trasparentándome con lagunas celestes y aves afables. Pero hoy, mi amigo el periodista Luis Vázquez me acaba de enviar un video que corrobora lo que yo escribí imaginando. El video supera la ejecución de Sa-ddam Hussein, la sodomización de Kadhafi e infinidad de porquerías por el estilo que se muestran por el gran interés periodístico que tienen. Una cosa sería si el video de marras fuera “literario”, pero otra cosa es que sea “veíble”. Por eso, ahora, se me ocurre, que yo escribo sobre el video para que los lectores no lo miren. Escribo lo que ya escribí imaginando que fuera real, pero ahora escribo para convertir una realidad, el video, en literatura. Lo escribo porque escribir se puede escribir cualquier cosa. Puedo escribir los versos más negros en esta perra noche, o puedo escribir, y lo estoy haciendo, que hay un video donde se ve cómo le cortan la cabeza en vivo a dos personas. Punto. También, como periodista, puedo agregar el modo utilizado para escindir las cabezas, y decir que es un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, y que patatín y patatán. Repito: una cosa es escribirlo y otra verlo. Yo lo vi, y aún estoy conmocionado. Tomé un café largo y una aspirina que aún tengo trabada en la garganta. Pienso que el destino me ha mandado este video para que me verifique en lo que llevo escrito. Ya dije que al hablar de uno, uno habla de los demás. No hay egocentrismo ni vanidad camuflada. Hay una confusión colosal que exige evidenciarnos ante una realidad que nos toca. Si se anima, mire el video. Mundonarco.com. Zetas. Si no se anima, luego no diga: “Yo no sabía que esas cosas pudieran existir”. Porque, le repito, cuando se habla de uno se habla de todos. Pero si usted es impresionable, le ruego que no lo vea.

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