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Contratapa|Miércoles, 9 de abril de 2003

Alí, el dolor después del dolor

Por Sergio Moreno
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El dolor causará más dolor. Norteamericanos e ingleses parecen descreer de esta afirmación, parecen inclinarse, a sus fines geoestratégicos, por la concepción cristiana medieval de que el dolor purifica. No será así para Alí Smain, el chico de nueve años que perdió a su madre, a su padre, a sus hermanos, a sus tíos y a sus primos cuando un misil estalló en su casa. Sólo quedó su abuela, y una parte de su cuerpo. Porque Alí Smain perdió ambos brazos y la mayoría de su piel está quemada por la deflagración. En la crónica del periodista español que reprodujo este diario se dijo que, según el médico que lo atendía, Alí Smain iba a morir. Eso no ocurrió todavía. Parece que Alí quiere seguir luchando por sobrevivir, aun en las condiciones en que se encuentra, aun estando como lo dejaron las bombas aliadas. Alí lloró el domingo ante las cámaras de la televisión internacional. Los muñones vendados, el cuerpo tapado y cubierto por un armazón metálico para que las sábanas no toquen su piel chamuscada. El médico había dicho que su caso era una de las peores tragedias de esta guerra. No fue así.
Razek al Kazem al Khafaj también comprobó horriblemente el poder de las bombas de la coalición. Huyendo con los suyos, un misil los alcanzó y Razek perdió a su mujer, a sus suegros, a sus primos, a sus padres, a sus hermanos y a sus seis hijos. Para su condena, él quedó vivo, sin ningún rasguño. El mundo pudo verlo llorando, rodeado de paupérrimos ataúdes, llenos con los cuerpos de sus familiares. En uno de ellos, tres de sus hijitos; el más pequeño no alcanzó a cumplir dos años. En otra foto de su inabarcable dolor, un civil que no era Razek al Kazem extrajo el chupete de la boca sin aliento del bebé.
Las vidas de Alí Smain y Razek al Kazem al Khafaj fueron destruidas. Fue la guerra, fueron las bombas, fueron los boys que apretaron los botones de los misiles en los momentos claves y no otros para que las familias de Alí y de Fulano desapareciesen de la faz de la tierra.
El presidente egipcio, Hosni Mubarak, no dudó: “Van a crear cien Osama bin Laden”, dijo la semana pasada cuando los muertos civiles de Irak pasaron el millar. ¿Quién los creará? La guerra, los angloamericanos, las bombas, los tiros, los “errores tácticos”, los “daños colaterales”. Mubarak presagió que el demiurgo de ese golem del terrorismo serán el dolor infligido a los inocentes, y la injusticia flagrante de esta invasión, por más tirano abyecto que sea Saddam Hussein.
¿Podrá sobrevivir Alí Smain? ¿Podrá rehacer en algo su vida Razek al Kazem al Khafaj? Si sobrevive, ¿Alí tendrá chances de recuperar la movilidad de sus brazos arrancados de cuajo gracias a alguna prótesis? ¿Tendrá Razek la suficiente fortaleza para rearmar una nueva familia? ¿Leerán el Corán? ¿Y cómo lo leerán? ¿Cuál será su interpretación? ¿Como lo hacen en las mezquitas de Marruecos o en las de Palestina? ¿Como el primer ministro de Turquía o el jefe de Hezbollah, o el líder de Hamas? Los amiguitos de Alí, si es que le quedan, ¿serán cuando crezcan algunos de los cien Osama de los que habla Mubarak? Y el propio Razek, si logra sobrevivir a esta guerra, si le quedasen ánimos para sobrevivirla, ¿podrá escapar a la tentación de hacer volar por el aire a los asesinos de su familia?
Nadie sabe aún, con la guerra en lo que aparenta ser su tramo final, qué engendro será Irak una vez que la coalición termine de ganar esta batalla. Las mentes más afiebradas y entusiastas de Washington pergeñan un país resurgiendo de los escombros al estilo de lo que fueron Japón y Alemania de la posguerra, escenario más pertinente a la imaginación que a la realidad. Pero Irak bien podría ser Irlanda del Norte y Bagdad o Basora o Mosul, las futuras Belfast de los ‘70, ‘80 y ‘90. O, quizás, el norte del país, bien podría mutar en una especie de mini Líbano, tal como parece se encaminan a ser algunas regiones del arrasado Afganistán. En ese proceso podrían estar Alí Smain y Fulano, o sus amigos, o conocidos, o algún pariente lejano, vaya a saber uno en condición de qué. En el peor de los casos, cumpliendo la profecía de Mubarak tras haber procesado su dolor con más dolor.

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