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Contratapa|Martes, 4 de septiembre de 2012

Homo padre

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO La foto es así, la foto es ésta: hermanitos, niña mayor, niño menor. El niño sonríe. La niña señala a cámara a quien la retrata y a quien, probablemente, los metió dentro del maletero de ese auto y les pide que sonrían y click. Rodríguez se dice que él jamás metería a sus hijos en el maletero de un coche para tomarles una foto y se pregunta quién lo habrá hecho: ¿un padre?, ¿una madre?, ¿un tío “divertido”?, ¿una prima “de riesgo”? Ah, las familias pueden ser lugares tan pero tan peligrosos... Y, claro, las fotos –como las personas–, aunque no salgan movidas, no se quedan quietas. Y cambian con el tiempo. Ahora, desde ya hace casi once meses, esta foto con dos niños en el maletero de un auto tiene otra connotación, tiene un costado feo y cuatro lados siniestros. Ahora, piensa Rodríguez, cuesta tanto más mirar esa foto desde la que nos miran los pequeños José Bretón y Ruth Bretón.

DOS Pero, aun así, se la sigue mirando como se la vio –una y otra vez– desde que la foto saltó a telediarios y a periódicos. Ahora, esa foto regresa con potencia no de estrella muerta, sino de inmortal agujero negro que se traga los flashes de todo lo demás. Y nadie habla de otra cosa, nadie piensa en nada más. La sabia foto de los niños devora la tontería adulta del Ecce Homo restaurado por una pobre vieja que parece salida de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y de ese rico anciano conversando con una silla vacía que parece salido de una película de Clint Eastwood; el análisis à la Zapruder del tape de la bofetadita del rey Juan Carlos a su chofer; la solicitud del rescate por parte de Catalunya; el duelo renovado entre el Barça y el Real Madrid; las desnudeces del principesco Dirty Harry; el avance de Sánchez Gordillo en plan Che Gandhi; el “descubrimiento” de que el pasado julio hubo record de fuga de depósitos y de que España había caído en recesión tres meses antes de lo que se informó y, ahora, la “revelación” de que ya se ha superado el déficit del Estado para todo el año; el retorno de Iñaki Urdangarin & Infanta a Barcelona; Bankia atraca de nuevo y Rajoy y el mito del eterno rescate; la puesta en práctica de la teoría de la suba del IVA; y “¡El calor! ¡El calor!” mutando a “¡El horror! ¡El horror!”.

Y, sí, estos escalofríos, esa foto, esos niños.

TRES Y ese padre. Y la cuestión no es nueva y viene desde el principio de los tiempos. Saturno devorador. Jehová pidiéndole a Abraham que le pruebe su fidelidad sacrificándole un hijo y, después, ordenándole a Jesucristo que suba a la cruz y “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.

Cuando José Bretón, el padre de José y Ruth, aseguró el pasado 8 de octubre haberlos perdido en un parque de Córdoba, la madre de los niños, Ruth Ortiz, no demoró en decir “Todos los que conocen a José Bretón saben que no perdió a mis hijos. Y a los que no lo conocen se los digo yo”. Y parece que todos los que conocían a José Bretón, Ruth Ortiz incluida, pensaban que José Bretón no había extraviado, sino que había matado a sus hijos.

Y es que José Bretón –además de tener un coeficiente intelectual superior– es un personaje más bien oscuro: ex soldado en Bosnia, donde tuvo “malas experiencias”, con “rasgos excesivos de manipulación”, soberbio y desempleado desde hacía tiempo, calculador y perfeccionista al punto de no poder asumir la idea de una separación conyugal, proclive a lanzar amenazas y mostrar su puño a los cielos y a decir que se iba a vengar de su ex esposa como represalia por osar no quererlo más.

Así, José Bretón busca a sus hijos y los “pierde”. Después y desde entonces, análisis de videotapes donde se ve que entra y sale del parque sin los niños, reconstrucción de la escena, decodificación de extrañas llamadas telefónicas, tiempos que no cuadran, y una calma que no cierra y no cuadra con un padre cuyo hijos no parecen. Hace años, Rodríguez extravió al suyo por un minuto, a la salida de un cine, y supo a la perfección qué es lo que se siente durante un ataque cardíaco y un derrame cerebral y un incendio y un naufragio y una guerra y un definitivo impacto de meteorito sobre la superficie del planeta.

Veinte días después, Bretón –jurándose inocente, pero como sospechoso absoluto para investigadores y opinión pública– entra en prisión. Y se descubren restos de huesos quemados en una finca de los abuelos paternos que, al ser analizados, son de animales. Ahora –vueltos a analizar a pedido de Ruth Ortiz y por oferta de particulares de prestigio internacional– resultan ser, de nuevo, “a simple vista”, de animales. Pero de animales pertenecientes a la especie de niña y niño de seis y dos años.

CUATRO La finca donde el pasado octubre José Bretón encendió con pericia el fuego de un crematorio armado y desarmado con ladrillos y una mesa de metal se llama (Rodríguez se pregunta cómo puede ser tan hijo de puta el desconocido autor de la realidad) Las Quemadillas. Informado de las nuevas conclusiones, José Bretón (quién días antes de la desaparición de sus hijos compró 140 litros de gasoil y se hizo dos cajas de pastillas relajantes, y sí admitió haber quemado recuerdos y cosas de su mujer ese día) se mostró indignado ante la “aberración” de que digan que esos fragmentos óseos de niños son de sus hijos. En cualquier caso, cabe preguntarse qué hacen huesos de niños en Las Quemadillas, entre las cenizas de una hoguera, junto a la que José Bretón alguna vez sugirió a los policías “poner música y pedir unas pizzas”. Cabe preguntarse tantas cosas y todos se las preguntan y van desde el tecnicismo de cuántos años de condena le tocan a un monstruo (Rodríguez piensa que, para ciertos crímenes, debería inventarse algo llamado “pena de muerte en cámara lenta”, y tiene varias ideas al respecto para ofrecer a las autoridades); pasan por el misterio de cómo pudo equivocarse tanto el laboratorio forense policial “siendo España primera potencia mundial en análisis de restos quemados”; hasta cómo un padre puede hacerles eso a sus hijos. También se informa que, por el estado de los restos, no podrá esclarecerse nunca si los niños seguían vivos a la hora de ser arrojados a las llamas.

Mejor así.

CINCO Hay una razón para el que los padres miren a sus hijos como los miran cuando éstos ya están dormidos y con la luz apagada. Y es que un niño despierto e iluminado difícilmente podría soportar la intensidad de esa mirada tan posesiva como liberadora: su amor sin límites, su infinito agradecimiento, el terror por todo lo que puede llegar a pasarles a los pequeños grandes y, por lo tanto, a los grandes pequeños. Padres e hijos son lo mismo. Unidos hasta que la muerte los separa y proyectándose desde el pasado hacia la eternidad.

Así mira ahora Rodríguez a su hijo. Y –concluido el último noticiero de la noche, otra vez esa foto en la que una niña señala tanto al culpable directo como a los responsables indirectos– sin importarle que su hijo esté dormido y que esté entrando en esa edad en que empieza a gustarle que no le guste que lo abracen, Rodríguez entra al cuarto. Y enciende la luz. Y lo despierta y lo mira y lo abraza. Con fuerza. Que se joda si no le gusta. No va a soltarlo. Sentado en el borde de la camita, Rodríguez abraza a su hijo para no caerse.

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