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Contratapa|Miércoles, 2 de enero de 2013

Homo Next

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO El 1º de enero es como el día siguiente a un supuesto fin del mundo que no tuvo lugar: así, después de tanto preparacionismo, todo sigue y todo continúa. Cuando despertamos, el dinosaurio –cada vez más antiguo–- sigue estando ahí. Y el dinosaurio es uno mismo. Y la única novedad consiste en el cambio de ese cuarto dígito que se resiste a ser descartado del mismo modo en que uno se resiste a dejar de pensar en que algo debería alterarse para mejorar, ¿sí?, ¿no? Pero –para bien o para mal– el síntoma pasa pronto.

DOS Cuando Rodríguez despertó todo seguía como en el 2012, sólo que, ahora, con todo un 2013 por delante. Lo que no se sabe si era una buena o mala noticia; del mismo que la ausencia de Apocalipsis días atrás sumió a unos cuantos en la profunda depresión de no ser últimas líneas sino, apenas, palabras sueltas en una novela sin final. ¿No les parecía suficientemente holocáustico que uno de los regalos más vendidos/comprados estas Navidades en EE.UU. hayan sido mochilas antibalas para escolares? ¿No resulta ya muy arrasador el hecho de que algunos de los hitos culturales recientes hayan sido el surcoreano Psy y su Gangnam Style o el pescadero indio Nazir y su One Pound Fish Man? ¿O el “restaurado” Ecce Homo de Cecilia Giménez? En cualquier caso, piensa ahora Rodríguez, todo el concepto de un definitivo kaboom! está plantado sobre un proustiano “error óptico”. Porque el Apocalipsis no es el Big Pfff en sí sino, apenas, la revelación de un The End al alucinado de turno con todo lujo de detalles para que él o ella después lo vaya contando por ahí sin que nadie le crea mucho o unos cuantos le crean de más.

Rodríguez leyó que una encuesta francesa determinó que había cinco millones de españoles que creían que el pasado 21 de diciembre sería el fin del mundo y no pudo evitar preguntarse cuántos de ellos estarían entre esos casi seis millones en el paro a los que ya no les queda sino esperar el acabóse; porque ellos ya fueron y difícilmente vuelvan. Así, el Grand Finale profético como algo muy parecido a la muerte: pensamos en ella toda una vida para que transcurra en apenas un segundo sin darnos tiempo a comprender qué pasó y qué ha dejado de pasar, mientras, imperfectos, nos convertimos, indefectiblemente, en pasado perfecto.

TRES Aclarado esto, Rodríguez se pregunta –año nuevo, vida vieja– cómo y por dónde continuar. ¿De qué manera encarar y afrontar los idus que se le vienen encima? ¿Como el Homo Novus primogénito y consular de la Antigua Roma? ¿Como el todopoderoso Übermensch marca Nietzche? ¿Como el volador Homo Cosmicus predicho por Konstantin Eduardovich Tsiolkovsky y listo para hallar su destino hasta el infinito y más allá? ¿Como el soviético y revolucionario Hombre nuevo? Todos y cada uno, a su manera, fracasaron y se quedaron por el camino. Y de pronto, Rodríguez descubre quién es él antropológicamente. Y no es buena nueva ni gran hallazgo. Rodríguez lo comprende, como todos los primeros de año, frente a su película favorita. Esa dickensiana It’s a Wonderful Life de Frank Capra que, se supone, debe verse en Nochebuena y no en la mañana del primer día del calendario georgiano. Pero a Rodríguez este film siempre le pareció más apropiado como fondo para inicio que para conclusión. Ya saben: un vertiginoso James Stewart como el sufrido George Bailey, hundido en su abismo fiscal, deseando una historia alternativa en la que él ya no figure. Y en Internet hay muchas imágenes del actor y del personaje. Pero a Rodríguez le cuesta encontrar una de esa escena que muestra y describe a la perfección cómo se siente él. Recuerden: el momento en que un desorbitado Bailey sale, borracho y tropezando, del familiar Bar Martini’s reconvertido en el, digámoslo, mucho más divertido tugurio Nick’s. Y Bailey mira fijo a cámara y, ah, esos ojos. “¿Qué pasó?”, parece preguntarse Bailey, en la oscura noche de su inocencia. Y la respuesta –entre angelical e infernal– es “Pasaste tú”. Rodríguez, por fin, encuentra el fotograma y se dice: “Aquí está mi salvapantallas para los próximos doce meses”.

CUATRO En lo que hace a Rodríguez, su primer deseo para el 2013 ya no se ha cumplido. Tenía programado atragantarse a la altura de la sexta uva y campanada, sufrir accidente cardíaco-cerebral, y yacer en coma suspensiva mientras le cantaban y le leían y le masajean, hasta el próximo diciembre. Pero no. Y lo/los demás, bien, gracias. La esposa de Rodríguez ha recibido como regalo, el 25 pasado, un muy de moda Abdo Gain y cruje y gime, de culo en la sala; nada que ver con esos apolíneos seres sonrientes que lo promocionan a toda hora por la tv. Y, ah, comienzan a esfumarse los absurdos anuncios de perfumes (adiós a ese poético y ridículo Brad Pitt) y a los barrocos anuncios de lotería (siempre con esa musiquilla de Edward Scissorhands). Y todo continúa. Vuelven de sus minivacaciones los tertulianos televisivos para continuar aullando. Otro flexible y futuro atleta niño chino es rescatado por los bomberos de una lavadora donde se metió para así poder salir en un noticiero. Continúa subiendo el consumo de alcohol (ya vamos por el 30 por ciento) entre adolescentes, decrece el de telefonía móvil (dos millones de líneas dadas de baja en los últimos doce meses) y asciende sin pausa el número de turistas. Continúa el peligro de linchamiento a esa panadero valenciano que ofrece barras económicas a 20 céntimos (y aniquila a la competencia). Y los manifestantes y parados y recortados continúan preparando vistosas coreografías masivas (una de las últimas, al ritmo del tema de Mission: Impossible, ha sido la de los habitantes de un pueblo llamado Tembleque que se queda sin consultorio médico) para acceder así a la gloria de YouTube. Y se conoce la nada reveladora revelación de que los “grandes empresarios catalanes” le pidieron a CiU y al rebajado Mas que no negociase con ERC y con ese tipo inmanejable que se parece tanto al volátil ministro de la segunda temporada de la nórdica The Killing. Pero Mas no les hizo caso y todos coinciden que el pacto entre opuestos va a durar más bien poco. De todo este ruido sucio y atronador, Rodríguez rescata y no puede olvidar la sonrisa desdentada y la voz rota de un jubilado al que, en la noche del 20, entrevistaron en la calle, le preguntaron por la posibilidad de un fin de todas las cosas, y respondió: “Pues nos vamos todos a tomar por el culo”. Vuelto a ser interrogado en cuanto a lo que sucedería de no suceder nada, el jubilado insistió: “Pues nos vamos todos a tomar por el culo”. En lo que hace a cuestiones oraculares, Rodríguez, en los últimos tiempos, no ha visto ni oído nada más legítimo y acertado.

Feliz año nuevo que –como sucede con los autos nuevos– comienza a perder su lustre y su fragancia y su valor apenas sale del concesionario.

Conduzcan con precaución, cuidado con atropellar a ese George Bailey que corre riendo a carcajadas por las calles de un pueblo que jamás podrá dejar atrás, y que pase el que sigue, el que continúa.

Next!

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