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Contratapa|Sábado, 23 de marzo de 2013

Rezo por vos

Por Sandra Russo
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“Recen por mí” es probablemente la frase más pronunciada por el ex cardenal Jorge Bergoglio desde que es el papa Francisco, y va camino a ser uno de sus sellos distintivos. Formó parte de su presentación pública apenas ungido como “obispo de Roma”, según también optó llamarse a sí mismo, en el mismo discurso en el que, por primera vez después de dos papados, fue pronunciada en ese balcón vaticano la palabra “pueblo”. Quién sabe qué palanca espiritual, qué masa de energía encauzada por millones de personas está pidiendo el Papa, qué fuerza extra propone que se geste en colectivo con su feligresía. Pero lo pide, insiste tanto en su “recen por mí”, que ya traspasa lo verbal y anida en una actitud.

Su designación desató en la Argentina y en el mundo múltiples interpretaciones y lecturas. ¿El primer papa latinoamericano qué expresaba?, apenas conocida la noticia, inescindible de la sorpresiva renuncia de su antecesor. ¿A qué le llamará ahora la Iglesia Católica “evangelización”? ¿Implicaba esa designación la voluntad de disciplinar con ortodoxia católica a una región que amplía derechos y desoye las recetas económicas que rigen en la latitud donde reinan los papas? ¿O era el gesto autocrítico con el que la Iglesia que equivale a Occidente admite una derrota moral? ¿Exhibía la necesidad de virar el timón para rescatar vocaciones, recuperar prestigio, aplacar escándalos? ¿Era una movida política o espiritual? El primer papa latinoamericano, ¿qué significaba en esas horas del primer impacto? Mucho, seguro. ¿Pero en qué sentido?

De toda la región, la Argentina es el país en el que el terrorismo de Estado de hace tres décadas fue puesto con más énfasis y voluntad política sobre la mesa. Eran conocidas las denuncias sobre algún tipo de responsabilidad de Bergoglio que, sobre sus desapariciones, le adjudicaron en su momento los jesuitas Yorio y Jalics. Yorio murió y ahora Jalics desmiente esa responsabilidad. El ex cardenal emerge de la media sombra, porque la poca luz, en esos años, se la quedaron los obispos y los curas que, arraigados en los sectores populares –e involucrados en sus luchas, que muchas veces era la lucha por una vida digna– fueron asesinados junto con miles de opositores a los regímenes autoritarios de esa época. El símbolo de todos ellos fue el obispo Enrique Angelelli.

No eran conocidos, en cambio, los testimonios como el del cura Miguel La Civita, colaborador de Angelelli, que esta semana describió cómo, en 1976, él y otros seminaristas de la diócesis riojana fueron alojados y protegidos por Bergoglio en el Colegio Máximo de los jesuitas, de San Miguel, que él dirigía. También se supo, en estos días, que Bergoglio firmó en 2011 el pedido de beatificación del cura Juan de Dios Murias, torturado y asesinado por el terrorismo de Estado en 1976, junto al cura Gabriel Longueville. Esas dos muertes eran las que investigaba Angelelli cuando fue también asesinado un mes más tarde.

Se ignora todavía si el nuevo papa dará curso a ese pedido de beatificación del que participó, pero si lo hiciera, ya no estaríamos ante un gesto como el de pagar su hotel o suspender desde Roma su suscripción a La Nación. En ese caso, la beatificación de Murias sería de un peso simbólico enorme y daría visibilidad dentro de la Iglesia Católica a los centenares de sacerdotes de la Teología de la Liberación que durante los años de plomo fueron ejecutados y martirizados en toda la región, junto a miles de personas, no por formar parte de agrupaciones armadas sino por hacer efectivo ese deseo que hoy expresa el Papa: quedarse al lado de los pobres, pedir una Iglesia pobre, volver a las fuentes de lo que alguna vez los inclinó a sus vocaciones.

Sin detenerse en estas historias que los argentinos tenemos tan presentes, desde otros puntos de la región hubo reacciones disímiles y temperamentales. Se puso en evidencia, por ejemplo, el carácter de época de los socialismos del siglo XXI, plagados de dirigentes que empatizan con la fe cristiana de sus pueblos, pero que no gobiernan queriendo agradar a Roma. Rafael Correa no tardó en alborozarse con su “¡Viva Francisco I”! En Venezuela, Nicolás Maduro no hesitó en afirmar que en su elección había intervenido el comandante Hugo Chávez desde el cielo. En Uruguay, el presidente José Mujica hizo gala del laicismo que distingue a su país, y dijo que lo único que tiene en común con el Papa es el mate y el tango. La presidenta brasileña Dilma Rousseff le puso onda y dijo el chiste por el que más de uno se ofendió. Por su parte, la presidenta argentina se comportó como lo que siempre dijo que es, una mujer católica, y en ese primer momento del encuentro con el papa Francisco le dijo: “Jorge, esto es increíble. ¿Se acuerda cuando dijimos que nos íbamos a volver a encontrar?” “Y mire dónde fue”, le contestó el Papa.

Así estamos, todos y todas, hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, subidos a la montaña rusa de la época, que está abierta y es impredecible. Es innegable el corte transversal de la religión. Los que no somos católicos venimos hace décadas, cuando no siglos, pidiéndole a la Iglesia que nos deje en paz con nuestras convicciones personalísimas y se limite a exigir su dogma a sus fieles. Esa postura política no debería enceguecer ante la alegría genuina de tanta gente que de verdad desea que su propia Iglesia se le aproxime. Y en este punto, me permito decir que, si nos dejan, esa alegría se puede compartir, que es un verbo en común entre unos y otros.

Si algo caracteriza lo nuevo que encarna la región es que la historia no está escrita sino escribiéndose. Un primer papa latinoamericano puede querer decir muchas cosas que todavía no sabemos o no podemos descifrar. Pero seguramente, en lo que eso finalmente se traduzca no intervendrán solamente ni el Papa ni los presidentes ni los cardenales ni los teólogos ni los intelectuales orgánicos o críticos. Las democracias participativas que han permitido que la región emerja se cocinan en una olla colectiva. El teólogo de la Liberación Leonardo Boff dijo esta semana que “Francisco es más que un nombre. Es un modelo de Iglesia”. Ojalá Bergoglio tenga en lo hondo de su mente y de su corazón ese modelo de Iglesia más piadoso y más humilde. Y ojalá, desde sus decisiones como papa, siga honrando el significado de la palabra pueblo.

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