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Contratapa|Lunes, 30 de junio de 2003

Breve historia del calor

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO En el principio fue el calor. Me refiero aquí al Gran Principio, al Big Bang, a los títulos de apertura de nuestra película. “¡Hágase la luz!” es, en realidad, “¡Hágase el calor!”. Y el calor se hizo. Y nos deshace. Ya saben: la explosión cósmica y expansiva que da luz a millones de estrellas súbitamente preocupadas por separarse unas de otras, porque no las vean juntas, generando todo ese calor. Lo mismo nos ocurre a nosotros: cuando hace calor no nos Gusta pegotearnos y metemos las cabezas en los iglúes eléctricos de nuestras heladeras y ya sé que hablé un poco de esto “del calor” la semana pasada pero, qué quieren, la semana pasó y el calor sigue aquí, calentito y de lo más pancho.

DOS Sépanlo: el calor que por estos días azota a Europa –en los primeros días del verano boreal 2003– no es un calor normal. Es un calor que –aseguran promedios y estadísticas– está, según la zona, entre 8 y 19 grados por encima de lo que corresponde a esta época del año. Ejemplo: el pasado viernes en Sevilla hizo 47 grados de temperatura. Y yo tengo que viajar a Sevilla el próximo miércoles. Por lo que –están más que advertidos– es más que probable que mi próxima contratapa mencione, de un modo u otro, al calor y a sus consecuencias.

TRES Y el calor –a diferencia del frío, que no tiene por qué enfriar las cosas– calienta los acontecimientos y las conductas. Europa está caliente. Europa discute y prepara los papeles: jefes de Estado reunidos en Salónica bajo el implacable sol griego y discutiendo una nueva Constitución para el continente, una nueva ampliación, y una recomposición de las buenas relaciones con Estados Unidos luego de las múltiples desavenencias por la reciente guerra en Irak lista para convertirse en la próxima guerra en Irán, parece. Pero de lo que en realidad se trata es de conformar un segundo gran poder, que equilibre el tablero de juego como alguna vez lo equilibró la Unión Soviética. Y desde aquí –viviendo aquí– Estados Unidos se percibe como el más obvio de los misterios: un imperio de ingenuos dotados de un poder escalofriante. Algo así. Basta con ver el canal informativo Fox –o leer el largo e inclemente artículo que no hace mucho el semanario The New Yorker le dedicó a esta cadena– para comprender cómo funciona la cabeza del norteamericano medio. Ahora, la rubia conductora de “Fox and Friends” teoriza acerca de que “todo ese bla-bla-blá del calentamiento global tal vez sea un invento de los países subdesarrollados que sienten envidia por nuestro poderío industrial” o algo así. Y a mí me sube la temperatura por el solo hecho de comprender que vivimos en un mundo inflamable con demasiados fósforos en las demasiadas manos de demasiadas personas demasiado fogosas.

CUATRO Pero Europa no es un país, claro. Y si algo se agradece con este calor es el vivir en un territorio armado como un rompecabezas y con tanta historia atrás: se disfruta de la visión de un solo paisaje pero nunca se pierden de vista las inevitables junturas y cicatrices que marcan el sitio exacto donde una pieza encaja con otra. Una condición refrescante en la que ya hubo tanta tragedia y tanta comedia después de la tragedia que ya a nadie le extraña demasiado lo que puede suceder.

CINCO Y viajo por un día a París a entrevistar a Johnny Depp. Adentro del avión hace calor y un pequeño cortocircuito ha provocado que una alarma suene a lo largo de la casi hora y media que dura el viaje desde Barcelona. En París también hace calor –el calor, como el esperanto, es un idioma internacional– y Johnny Depp me dice que tiene calor (pero, como las verdaderas stars, Johnny Depp no transpira; tal vez las verdaderas stars lleven injertado en su cuerpo un aire acondicionado) y en la calle hombres y mujeres se prenden fuego en protesta contra las redadas de los Mujaidines del Pueblo, grupo de la oposición iraní. Y el libro que me llevé para leer no es el más indicado –las muy calurosas y desérticas The Collected Stories of Paul Bowles– así que entro a una librería inglesa de la Rue de Rivoli y pido algo muy frío, lo más frío que haya: un policial que se llama The Ice Harvest y al que una de las citas de la contratapa compara con Fargo de los Coen. Perfecto. De regreso en mi casa, el calor ha dilatado el marco de la puerta de entrada y no se abre y me deshidrato un poquito más. Es decir: me pongo a llorar.

SEIS Yendo de la cama a la ducha y la noche del viernes es imposible dormir y –cuando se consigue acceder a un sueño ligero– uno sueña con algo parecido a lo que le sucede a Tintín en El cangrejo de las pinzas de oro. Los que lo leyeron saben a lo que me refiero: ese cuadro a toda página, lleno de arena, con Tintín dibujado tan pero tan chiquito en la inmensidad del calor y los espejismos. El insomnio me hace lamentarme de que aquí no abran hoy las librerías hasta la medianoche para vender el nuevo Harry Potter. ¡Ah, el aire acondicionado de las librerías! Lo que deben de estar disfrutando los padres de Londres porque, seguro, allá no tuvieron una semana tan calurosa como la de acá: la certificación de que España es el país más ruidoso del mundo; la cifra siempre creciente de mujeres asesinadas por sus maridos y el dictamen de un juez de Barcelona que explica que masturbarse frente a una mujer desconocida luego de haberle manoseado los pechos y obligarla a besarlo y después amenazarla de muerte no es algo “necesariamente vejatorio”; las acusaciones entre el PSOE y el PP por corrupciones de diputados “tránsfugas”; la puja entre el Barcelona y el Real Madrid por ver quién se queda con Beckham (ganó el Real Madrid y ya no es un equipo de fútbol sino algo más parecido a los X-Men); el romance entre la tonadillera y el alcalde de Marbella; y la Noche de San Juan, la gente sacó a la calle a quemar en hogueras todo lo que quería quemar. Y esto –el verano, el calor– recién empieza.

SIETE Y en algún momento terminará. Pero terminará caluroso. Igual que empezó. Todas esas estrellas perderán impulso, habrán llegado al sitio más extremo de la onda expansiva del Big Bang, e iniciarán el lento marcha atrás camino de regreso a casa: a ese primer y ardiente punto de energía pura. Y entonces nuestro cielo se llenará de estrellas cada vez más cercanas, cada vez más rápidas, y ya no habrá ni noche ni frío y todo será luz y calor y, por suerte, nosotros ya no estaremos para verlo porque nos habremos extinguido y derretido víctimas de nuestros pequeños e intrascendente calores. Entonces –por fin, con un poco de suerte– se hará la frescura de la oscuridad.

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