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Contratapa|Martes, 15 de julio de 2014

Homo Odio

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO La otra noche Rodríguez volvió a verla. La noche del cazador, dirigida por Charles Laughton. Cuento de hadas con ogro y Robert Mitchum como Harry Powell: psycho-evangélico y asesino en serie y perseguidor de niños indefensos pero no tanto. Harry Powell que hace crujir sus nudillos tatuados. En una mano la palabra LOVE (amor) y, en la otra, la palabra HATE (odio). Y, ah, esa escena en la que el reverendo loco escenifica la lucha de ambas fuerzas, opuestas pero inseparables, como una pulseada donde a veces ganan los buenos y a veces los malos, pero sin quedar claro dónde militan unos y otros. Porque a la hora de este y de cualquier bipartidismo, se sabe, nunca nada está todo claro.

DOS Así, era domingo de final Mundial (gran fenómeno planetario del AMOR/ODIO) y el PSOE –con un sentido más cada vez más (re)torcido de la realidad y de la oportunidad– había tenido la idea de escoger justo este día para buscar nuevo jefecito vía ejercicio democrático y transparente que debía excitar y emocionar a la ciudadanía toda con su fair play compañeril. Y resulta que en la final no estuvo La Roja (que casi ni estuvo en el principio). Y que la gente supuestamente de izquierdas (¿qué era eso?, ¿cuál es la izquierda cuando –es tan fácil confundirse o hacerse el distraído y agarrar para el otro lado– se la contempla frente a su propio espejito más trágico que mágico?) fue de aquí para allá pensando en si ama u odia. La derecha española lo tiene mucho más claro y fácil: odia sin fisuras ni disimulo a Pablo “Podemos” Iglesias, la idea perfecta para todo diestro paranoide de “cerdo comunista boliviariano anarco telepredicador de Poniente” o algo así. A los dirigentes y dirigidos del Partido Popular, Pablo Iglesias los distrae de luchas internas, de la modalidad Darth Vader con que Aznar clava sus ojitos en Rajoy, del caso ese de la madre e hija militante que acribillan a balazos a presidenta del PP y de la diputación de León porque fueron dejadas de lado, de lo que pueda llegar a hacer José Luis “Montecristo” Bárcenas desde su calabozo, de la posibilidad de que la infanta Cristina no sea sólo una abnegada y enamorada esposa que sólo creía tanto en su maridito. Mucho más complicado lo tienen aquellos a los que les enseñaron a cantar esas canciones donde aparece mucho la palabra “utopía” y que –luego de vivir años cambiando automóvil como quien cambia calzoncillos– descubren que el dulce sueño terminó y empezó la amarga pesadilla. Y, sí, odian haberse despertado. Si algo odia la gente es que la despierten para quitarle el sueño.

TRES Así, Rodríguez & Co. llevan ya muchos años de insomnio y se han ido convirtiendo en siniestros odiadores profesionales luchando internamente con ese cada vez menos diestro amateur amador mientras hacen esfuerzos crecientes para no irse a las manos. Pero no es sencillo. Muchos optan por ventilar su odio a través de dedos y de tuits y anónimos/alias en la electrocutada noche oscura del alma eléctrica y ya son muchos los políticos que piden “una regulación específica” de todo ese odio en el aire. Rodríguez no transmite su odio. Rodríguez considera su odio algo íntimo y unplugged. De ahí que, antes de meterse en la camita que le han hecho, Rodríguez tome lista de las cosas que odió a lo ancho de todo el largo día. Hasta hace poco se decía –se quería convencer– de que ésta era una forma de “purgarse” para cerrar los ojos más liviano. Pero de un tiempo a esta parte comprende que, también, lo hace para “pasar en limpio” su ranking de lo detestable. Y que va empleando más y más tiempo en esa tarea. Y que los odios obvios y automáticos (los alegatos llorosos de padres que asesinan a sus hijitos o las muecas enrojecidas de los más numerosos y devoradores partidos de ultraderechas) se ven siempre aumentados por desconocidos de inmediato célebres que llegan a la fiestita.

El último autoinvitado ha sido Jenaro García, desenmascarado consejero delegado de Gowex, exitosísima megaempresa de wifi que –como ya es costumbre– resultó ser un fracaso absoluto sin que ninguna autoridad gubernamental la controlase en lugar de darle crédito y créditos en nombre de la “Marca España” y todo eso. La imagen/logo de Gowex es/era una mano –¿LOVE? ¿HATE?– con el pulgar levantado. Y García no fue Jobs, pero convirtió a muchos inversores y empleados suyos en Job. Compungido, el enredador García dio la face vía red social y colgó mensaje/disculpa más bien extraño, como de predicador alucinado. Rodríguez –quien no había invertido nada en Gowex, pero odia a García lo mismo– imprimió el texto de la misiva de Mr. Gowex. Y no puede dejar de leerla. Empieza así: “Hola, estoy seguro de que todos habéis quedado altamente decepcionados con mi comportamiento y no es para menos”. Y continúa: “Sé que ahora carezco de la credibilidad necesaria para poder comentar las cosas que voy a transmitir aquí, pero no me distingo por conformarme con lo que otros piensan y por ello me atrevo a hablaros de esta forma. Quiero transmitiros mi desolación por lo que ha sucedido y quiero que sepáis que siempre os excluiré de cualquier tipo de relación con los hechos negativos de esta situación. No faltaba más”. Y sigue: “Quiero que sepáis que os agradezco vuestro trabajo y profesionalidad y que sepáis que sois una gente extraordinaria y que nadie en el mundo ha pasado por una experiencia laboral y humana como la que estáis pasando y vais a pasar. Yo no me iría de Gowex por nada del mundo, dado que va a forjar el carácter y personalidad de los que decidan realizar la travesía”. Y cierra: “Ahora, para despedirme quiero mostraros uno de mis poemas favoritos. Desde que perdí a mi familia, siempre... siempre he buscado un apoyo y este poema nunca... nunca me ha fallado”. Y García copy y paste el texto completo del poema “If” de Rudyard Kipling. Ese que arranca con un “Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor, han perdido la suya y te culpan de ello...”.

Después, terminado el Mundial, empezó la universal La noche del cazador. Y Rodríguez, mientras se acomodaba en el sillón, se dijo que era una suerte que Laughton hubiese llamado a Robert Mitchum y no a Orson Welles para cubrir el rol de Harry Powell porque, de haberlo hecho, seguro que le hubiese pasado lo mismo que a Carol Reed con El tercer hombre: todos hubiesen creído y asegurado que Welles se la había dirigido entre sombras. Y Welles no hubiese hecho gran cosa por desmentirlo. “Odiaría que le hubieran hecho algo así al amable Laughton”, piensa. Y Rodríguez –mientras las extrañas promociones de Canal Plus no dejan de invitar a la psicosis con slogans del tipo “Si lo vives, es real” o “Abusa de tu imaginación”– se dice a sí mismo, casi conmovido: “Pero mira las cosas que se me ocurren”. Y, sí, es verdad, habiéndose purgado, vacío de odio pero ya listo para volver a llenarse, Rodríguez se siente mucho mejor. Laxo, casi “acochinado”, en el decir de la vicepresidenta, todo LOVE y nada HATE. “Gracias, Jenaro, por el poema de otro y por los versos tuyos”, se relaja Rodríguez.

Y ahí, en la pantalla, un tipo odioso pero tan amoroso se mira las letras tatuadas en sus dedos.

Y sonríe preguntándose qué va a ganar y respondiéndose que ya lo sabe.

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