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Contratapa|Viernes, 12 de septiembre de 2003

Historia verdadera

Por Rodrigo Fresán
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UNO Escribo esto el 11 de septiembre y, ya se sabe, es un día histórico, macrohistórico. Treinta años del adiós de Allende, dos años del adiós del World Trade Center y –entre uno y otro adiós, más allá del espacio y del tiempo– se trata de efemérides poderosas, sin fecha de vencimiento o, en todo caso, automáticamente renovables. Son fechas inolvidables, ajenas a toda posibilidad de amnesia. Son hitos mundiales, efemérides nada efímeras que permiten volver a hablar del principio, del durante o del fin de la Historia y que se van acercando peligrosamente al reflejo automático, a una memoria que se pone en movimiento con sólo posar el mouse de nuestro cerebro sobre el file correspondiente.

DOS Tal vez entonces, por llevar la contra, me fijo en una pequeña noticia en las páginas con peor vista del diario. Una de esas noticias que una vez más te hacen súbitamente consciente de que las ramas de la ficción tienen las raíces firme y profundamente clavadas en lo verdadero. Ni siquiera hace falta recordar que Balzac, Flaubert, Hugo y Zola les arrancaron a los journals de sus días obras maestras de la literatura. Alcanza con leerla y contarla, con narrar esta historia verdadera. Aquí va: un hombre asfixió sin darse cuenta a su mujer. Después fue a entregarse a la policía. Después fue enjuiciado y hallado culpable. Después el hombre se suicidó.

TRES Puesta así, no parece gran cosa, claro. Agregarle, entonces, los detalles pertinentes. El hombre se llamaba Eutimio Muñoz, tenía 72 años y vivía en Palencia. Mató a su mujer, Elvira Rodríguez, de 75 años, el 25 de octubre de 2002. En la vista oral, Eutimio Muñoz declaró que había sufrido maltratos por parte de su hermana mayor durante los años de la Guerra Civil y se supo que su difunta esposa había interpuesto denuncias por malos tratos en dos ocasiones. Un año de espera y doce horas después de haber sido declarado culpable de homicidio –con la agravante de parentesco y la atenuante de arrepentimiento espontáneo– Eutimio Muñoz se suicidó en el Centro Penitenciario de La Moraleja, en Dueñas, el 10 de septiembre del 2003. Un poco mejor, pero...

CUATRO Así: la noche en que mató a su esposa, Eutimio Muñoz se presentó en la sala de emergencias del Hospital Provincial San Telmo de Palencia y le dijo al médico de guardia una de esas frases por la que los escritores somos capaces de hacer casi cualquier cosa. Una frase que los personajes de ficción más audaces jamás se atreverían a pronunciar por considerarla, sí, ficticia. “Mi mujer está un poco muerta”, dijo Eutimio Muñoz. Después, Eutimio Muñoz le explicó al médico que: “Yo sólo la abracé con cariño. La abracé y le preguntaba: ‘¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de mí?’”. Después, declaró, ambos cayeron al suelo y Eutimio Muñoz no recordaba nada más salvo que, él estaba un poco vivo y su mujer un poco muerta. Y que, está claro, hay amores que matan y cariños asfixiantes.
CINCO Mejor todavía, vamos todavía un poco más lejos de lo verosímil y más cerca de la realidad; de esa realidad que se las arregla para incluir tanto a dos aviones estrellándose contra dos edificios y a un dictador que, súbitamente, deja atrás su silla de ruedas y camina seguro y sonriente para abrazar con fuerza –como Eutimio Muñoz a Elvira Rodríguez– a sus queridos familiares y seguidores.
Eutimio Muñoz, luego de informarle al médico que su esposa está un poco muerta, le pide una habitación y el asesoramiento pertinente para suicidarse. “¿Por qué quiere quitarse la vida?”, preguntó el doctor. Eutimio Muñoz le respondió que, como era donante voluntario de órganos, quería hacerlo bajo control médico y no en su casa a solas, porque “no fuera a ser cosa que se estropearan y después no sirvieran para nada”. Después, cuando llegan los oficiales de policía, Eutimio Muñoz les dice que ya ha hecho testamento hológrafo que les lee entre lágrimas y donde se especifica que “Todos nuestros bienes pasen a un centro beneficiario y ninguno a nuestras respectivas familias...”. La autopsia a Elvira Rodríguez revela que había sido estrangulada sobre las 23.30 del 25 de octubre del 2002 al ser agarrada por detrás y apretada su garganta con un antebrazo. “Yo sólo la abracé con cariño”, se defendió una y otra vez Eutimio Muñoz.

SEIS Está claro que el suicidio de Eutimio Muñoz se posterga. Cárcel, juicio (Eutimio Muñoz llora casi todas las sesiones, agradece a los periodistas, les tira besos mientras exclama “os quiero, os quiero, que nunca sufráis lo que yo”, la foto en el diario de hoy lo muestra con las manos en posición de rezo desesperado) y veredicto: la fiscalía había pedido 14 años, el letrado de la acusación particular (parientes de Elvira Rodríguez) rebajó su primer pedido de veinte años a 14, su abogado defensor tuvo que resignarse a aceptar 11 años y medio. En cualquier caso –acogiéndose al beneficio penitenciario que impide cumplir penas de cárcel a los septuagenarios– la sentencia y la condena eran simbólicas y el hombre iba a volver a casa en cuestión de días. Pero Eutimio Muñoz ya se sentía condenado, ya era un poco suicida desde esa noche en que un abrazo apasionado dejó a su mujer un poco muerta. Ahora, de golpe, Eutimio Muñoz era otro vulgar asesino de esposa, otro enfermo de esa peste que azota a España y que hace que los maridos aniquilen a sus mujeres casi sin darse cuenta, poseídos por una furia ciega y roja. Y él insiste que no, que él no es así, que “discutían lo normal” y que “nunca le puso una mano encima”.
Ayer, los funcionarios de prisiones lo hallaron tirado en el piso, boca abajo, con la cabeza metida en una bolsa de plástico, un poco muerto, listo para el cementerio.

SIETE Ahora lo veo a Eutimio Muñoz en el noticiero. Un video de días atrás pero ya inamoviblemente antiguo. Lo pasan después del Pentágono y del Palacio de la Moneda. Los dos en llamas. Los dos un poco quemados. Dentro de un año o de diez años nadie se acordará de Eutimio Muñoz salvo sus familiares, los familiares de Elvira Muñoz, y yo que escribo esto mientras pienso en que, si se las abraza como corresponde, con fuerza y amor, las historias verdaderas se mueren un poco para poder resucitar convertidas en verdaderas historias.

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