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Contratapa|Jueves, 11 de septiembre de 2014

Lugones, en estos días

Por Enrique Medina
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Una puerta abierta invita. Hay bastante gente. Se alegra Leopoldo Lugones. Con la mano se plancha el pelo ya planchado. Acaricia el bigote. Como no ve conocidos busca una silla. Se sienta y limpia los anteojos de grueso armazón. Una mujer se acerca y le pregunta: ¿Es usted, Lugones? Sí, ¿por qué?, y se pone de pie. Ella le manifiesta su admiración y le agradece la presencia en nombre de APA. Somos artistas premiados argentinos, ¿sabe? No estábamos seguros de que viniera, hay tantos rumores que una ya no sabe a quién creerle, ¿vio?, estamos felices de que haya podido hacerse un hueco y venir. Lugones responde sonriendo: Bueno, lo de hueco supongo que es aleatorio ¿no...? Ella se disculpa por imprudente: Es que, sabiendo que nosotros, los artistas, estamos más allá de lo rigurosamente temporal, pienso que el suyo no fue un suicidio común, fue un golpe a la poesía y al amor, ¿no...? Le confieso que yo me sentí muy golpeada de que se suicidara con cianuro y whisky. Lugones se sobresalta: Fue con agua, lo del whisky lo echó a correr Marechal... La mujer interrumpe: Ajá, sí, recuerdo que Marechal dijo que, como nacionalista, debió pegarse un tiro, que el cianuro era poco varonil, aunque él murió durmiendo, creo, bueno, fue una moda de entonces, digamos, usted, Alfonsina, Quiroga, Lisandro de la Torre, la gente se batía a duelo... Lugones agrega lacónico: Marta Lynch... Se acercan otras autoridades y saludan. Le avisan al poeta Antonio Requeni que ha llegado su invitado; deja de ordenar los libros en la mesa de ventas y acude presuroso. Abrazos, felicitaciones, agradecimientos, y Requeni le entrega el libro que presentará en minutos: Aun sabiendo sus dificultades de tiempo y espacio, me animé a invitarlo, Lugones, porque si no me engaño, usted no malquería a las nuevas generaciones de poetas, y siento que le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Lugones le dice: Sus palabras me recuerdan un texto señero. Y vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso, acaso porque en él ha reconocido su propia voz. Se arrima más gente. El pintor Jesús Marcos y la actriz Ingrid Pelicori lo saludan efusivamente. Lugones, por costumbre o por mandato celestial, queda encandilado ante la belleza de la mujer pero disimula, y le afirma a Marcos que la exposición de hace unos días en la galería Colección Alvear de Zurbarán fue estupenda y la serie “Figuras en interiores”, magnífica. Llegan más poetas y la presentación del libro se transforma en fiesta. Los asistentes se ordenan y hay palabras que celebran a Requeni por Poesía Reunida, que es el conjunto de los mejores poemas de su perseverancia y celo. La actriz y el poeta leen algunos versos y los aplausos certifican la aprobación. Luego se mastican sanguchitos y se bebe algún vinito; este elogio del entusiasmo permite que por fin Lugones lleve a un aparte a Requeni y lo conmine sin miramientos: ¡Me he enterado de que estás escribiendo mi biografía no autorizada! ¿Qué debo pensar...? Requeni, que se la veía venir, deja a un costado su papel de poeta y echa mano al de periodista-todo-terreno: Por qué el nerviosismo, Lugones, será una biografía conjetural, digamos presumible; las observaciones cotidianas, menores, no decisivas en el cuadro específico de la literatura, deberán reflejar un costado novedoso del biografiado, sus hobbies, preferencias deportivas, usted fue un fanático de la esgrima, lástima que no le interesaba el fútbol, es lo que hoy importa, en realidad a la esgrima ya nadie le da..., pero sí es destacable su importancia como escritor en un tiempo convulsionado como el que le tocó remar, así que no veo por qué la duda, sólo tendrá que soportar algún tirón de orejas por aquello de “ha llegado la hora de la espada” y etcétera, y su hijo y Uriburu, el Roca que no pudo terminar pero que se lo terminó, es un decir, claro, Félix Luna; pero no se preocupe, le garantizo respeto a su genio y figura. Lugones lo agarra del brazo y lo aleja aún más: Me interesa saber si me juzgarás con atraso torpe o te ubicarás en mi época, qué dirás sobre mi vida privada, mis asuntos de polleras, eso quiero decir... Con el acato debido, Requeni libera su brazo: Poco puedo agregar a “Los poemas de Aglaura” y a lo publicado sobre Emilia Cadelago... Lugones vuelve a aferrarle el brazo: ¡Me estás mintiendo! Borges me ha dicho que tenés buena información sobre la Nena... Y al decir “Nena” como que el cuerpo se le diluye. Requeni lo sostiene: ¡Lugones, Lugones, no me afloje! Lo arrastra a un rincón, lo sienta en un banco y le busca un vaso con agua. Lugones bebe: Quiero saber qué pasó con ella... Requeni lo ve entregado y ya sin vaina que lo envalentone, casi harto de la muerte; así que se sienta y lo abraza como a un hombre, olvidando al genial poeta: Es que esa historia será el capítulo final, y quería que fuera novedad hasta para usted, Lugones; le cuento: la Nena, es decir María Alicia Domínguez, a la que usted le regalaba largamente 34 años en edad, noble poetisa, su novia en aquel tiempo aunque hoy sería más exacto decir “amante” sin vueltas, fue amiga mía, fuimos hermanos en la poesía junto con Enrique Banchs, Alejandra Pizarnik, Santoro, Calvetti... Yo fui muy amigo de ella y me mostró una serie de poemas que usted le escribió con el título de “Poemas para la Nena”, versos muy flojos, la verdad sea dicha y con respeto, que aparecieron años después en un Boletín de la Academia de Letras. Ella guardaba con amor los anteojos de grueso armazón que usted le regaló, creo que son estos mismos, a veces ella los usaba, quizá para simular que lo seguía teniendo a usted de alguna manera; también tenía su estilográfica y originales manuscritos que eran los artículos sobre temas griegos que usted había publicado en su momento en La Nación... María Alicia murió hará unos 25 o 30 años, creo que en el ’84. Antes escribió el poema: “Siempre”, cuyos versos dicen: “¡Siempre en mi corazón y mi memoria./ Sereno, como el alma de lo inerte,/ Justo, como la inmensa trayectoria/ De los astros. Veraz como la muerte”. Nunca lo olvidó. Sé que todo ese material quedó en manos de su sobrina María Teresa Cortina, profesora de letras, hija de don Augusto Cortina, que fue también un conocido catedrático y estuvo junto a Henríquez Ureña cuando éste murió de un ataque cardíaco en el vagón del tren que los llevaba a la Universidad de La Plata. María Teresa murió hace un año y no sé dónde habrán ido a parar esos materiales suyos, Leopoldo. ¿Puedo llamarlo Leopoldo...? Lugones se recupera, se calza los lentes para reprimir el congojo: Sí, sí, por supuesto, ¿acaso yo no te tuteo...? Salen por una puerta oculta. En la calle, las luces y el tráfico congestionan a la gente deseosa de regresar a sus hogares. Lugones pregunta: ¿Y de Borges qué se hizo...? Requeni sonríe: Como diría Kipling, ésa es otra historia, pero vale que lo hayas recordado porque yo no sabía cómo cerrar esta página; en “El Hacedor”, que te lo dedica, él escribió: “En este punto se deshace mi sueño, como el agua en el agua. Usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será, me digo, pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado”.

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