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Contratapa|Jueves, 2 de octubre de 2003
CONVERSACION CON DON DELILLO

Breve historia del terror

Por Rodrigo Fresán
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UNO Don DeLillo tiene uno de esos rostros patrios, patriotas y patrióticos. Uno de esos rostros de antiguo prócer norteamericano que poco y nada costaría imaginar esculpido junto a esas otras históricas cabezas en la ladera de piedra del Monte Rushmore. Y otra cosa, un fenómeno extraño: Don DeLillo es mucho más pequeño de lo que uno imaginaba a partir de fotografías pero –a medida que va transcurriendo el día– Don DeLillo parece ir aumentando de tamaño hasta alcanzar las exactas y proféticas proporciones que uno siempre le atribuyó. Es entonces cuando, por fin, Don DeLillo da un poco de miedo. Y si no que se lo pregunten al fotógrafo al que DeLillo fulminó primero con la mirada y después con las palabras justas cuando –mientras firmaba ejemplares de Cosmópolis, recién editada por Seix Barral, en una librería del Raval de Barcelona– le preguntó y ordenó si ya no iba siendo hora de que guardara la cámara y lo dejara en paz y el pobre hombre huyó a velocidad de flash, aterrorizado.

DOS Para Don DeLillo el terror es el tema; y el terror ha llegado para quedarse en los Estados Unidos. Ya saben: el Sueño Americano descubriéndose como insomne Pesadilla Americana. Esa curva peligrosa que comienza a contar y a degollar ovejas a partir del magnicidio del primer Kennedy y acaba intersectando las trayectorias de un par de aviones cambiando de curso y de intenciones y, de pronto, con tantas ganas de conocer de cerca el World Trade Center: esas dos torres poderosas que aparecían, envueltas en una niebla casi épica, en la portada de Submundo, su gran novela americana.
Dice DeLillo: “Al final todo se reduce a eso: una mañana como cualquier otra que, sin aviso, sin que nadie pudiera imaginarlo, se convierte en un pedazo de historia, en historia hecha pedazos. Y entonces millones de norteamericanos descubriendo en vivo y en directo, en sus televisores, que aquello que hasta entonces podían soportar y vivir como rasgo simplemente paranoico se ha convertido en la más implacable de las realidades, en pánico puro... Y es curioso. Porque yo estaba en Manhattan aquel 11 de septiembre y lo vi todo muy de cerca y no pensé en la portada de Submundo sino hasta muchos meses después. Nadie me lo mencionó. Tal vez porque pensaban que me molestaría... Lo que me molesta es que me saquen fotos. ¿Hay algo más tonto que la foto de un escritor?”

TRES Todas esas fotos de todos esos hipotéticos terroristas en los noticieros eternos de la Fox News. Le pregunto a DeLillo si se sienta a ver todo ese ruido blanco, si lo disfruta, si le sirve de algo. “Ah, funciona un poco como soundtrack, como murmullo eléctrico y como prueba incontestable de que el terror se ha convertido en el inevitable gran género narrativo de nuestros días. No me refiero, está claro, a la ficción sino a nuestra realidad. Antes era una sospecha de pocos: la idea de que, tal vez desde mediados de los ‘80 –cuando de un modo u otro todas las noticias empezaron a ser malas noticias– los novelistas ya no eran los responsables de “contar el mundo” y que habían sido suplantados por la explosiva prosa física de los terroristas. Desde entonces, me parece, se puede sentir el terror como elemento fundamental en la composición del aire que respiramos, de los alimentos que comemos, de las relaciones que entablamos... Llamémosla la Edad del Terror. El terrorismo –los modales del terrorismo, la sorpresa del terrorismo, la invisibilidad del terrorismo que en cuestión de segundos se hace visible para todos– es algo que ninguna sociedad puede absorber. Imposible digerir eso. Y es a lo que ahora nos enfrentamos los norteamericanos: por primera vez en toda nuestra historia –superada la Edad del Dinero– somos conscientes de nuestra propia fragilidad, de que podemos desaparecer en cualquiermomento. Yo hace décadas que me nutro de ese miedo. Toda mi obra está apoyada sobre las cuatro patas de ese miedo norteamericano. Me interesan las enormes posibilidades literarias de ese miedo, las historias que genera. Lo que no implica necesariamente que yo sea un paranoico de cuidado. Nada de eso. ¿Cuál será la función de los escritores en todo esto? Bueno el rol de los que practicamos la ficción suele estar sobrevalorado y tiende a adquirir un status que no le corresponde cuando las cosas se complican. Tiene su gracia, es como si de pronto todos vinieran a nosotros –quienes durante años fuimos considerados como simples distractores de la realidad– en busca de precisiones oraculares, de fórmulas secretas, de palabras que ayuden a comprender lo incomprensible. Y no es así. Nuestra acción es más local que global. Hacemos lo que podemos y lo que podemos hacer es más bien poco. Pero alguien tiene que hacerlo. La gente, los lectores, tienden a pensar que en los escritores puede haber algo de profético. Yo creo que en realidad nos limitamos a sintonizar lo que está ocurriendo. El presente. Sólo que se trata de un presente secreto. Un presente que sólo vemos nosotros por más que esté ahí. Así que nuestro trabajo y nuestra responsabilidad pasa por narrar el terror de ese secreto de la mejor manera posible.”

CUATRO Y Cosmópolis es otra novela sobre el terror del hombre americano; sobre aquello que ocurre cuando alguien acostumbrado a dar miedo comprende que le ha llegado la hora de temblar. En Cosmópolis asistimos a un día en la vida y en la super-limousina del broker Eric Michael Packer, a ese día de 2000 en que el índice de las acciones informáticas se vino abajo como torre gemela. El intenso terror de esa jornada atacando la vida y obra de un hombre listo para el matadero. Cosmópolis tiene un final infeliz pero -novela de DeLillo después de todo– un final también epifánico y como esculpido en el frío mármol de una estatua aterrorizada. Un final petrificado en el tiempo. Dice DeLillo: “Si algo perdimos el 11/9/01 es la noción de futuro. Los norteamericanos estábamos seguros de poseer el futuro, de conocerlo, de saberlo siempre de nuestro lado. Ahora no, ahora puede suceder cualquier cosa”. Le cito a DeLillo una frase de Adlai Stevenson: “Los americanos, subconscientemente, han asumido que toda historia siempre tendrá un final feliz”. DeLillo sonríe: “Puede ser. El problema es que ahora está mucho más lejos. Lo han empujado hacia adelante. Ahora es un final feliz tan lejano que ya no se ve desde aquí”.

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