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Contratapa|Miércoles, 28 de enero de 2015

Homo Terrorista

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO Si nos ponemos químicos/físicos, el terror es ese elemento/materia que se genera en el terrorista y sale disparado y disparando desde él para acabar fundiéndose con el aterrorizado. Y fundirlo. Como esa mano de alien saltando del huevo y agarrándose a la cara y metiendo un tubo hasta el fondo del pecho. Y ahí se queda y ahí crece hasta que el terror brota del aterrorizado y se pone a corretear y ya saben cómo sigue. La única diferencia es que aquí y ahora no hay Ripley para resistir a los elementos extremistas llegados desde más allá de los confines del espacio, tiembla y gime y suda Rodríguez.

DOS Y, sí, ya se dijo: no es que Rodríguez se haya convertido en xenófobo-islamófobo-teófobo. No. Pero es verdad que se la pasa viendo terroristas donde otros aterrorizados ahora sólo ven a Bárcenas suelto y con esa sonrisa de tiburón. O a Aznar. O miran a Grecia o a Davos. O repiten –como si fuesen los muy de moda Turing & Hawking– que el uno por ciento más rico de los españoles concentra más dinero que el 70 por ciento más pobre. Rodríguez recuerda los viejos buenos tiempos en los que su único terror era la metrofobia: el miedo a la poesía y la imposibilidad de rimar versos enamorados y adolescentes. Rodríguez prefiere no distraerse y cualquier cosa lo devuelve al núcleo del síntoma en cuestión. Aterrorizantes aquí y allá. El pesado Darth Vader de la semana pasada, el abrumador Alien de esta semana. Ejemplo: Rodríguez lee que el actor intenso y emo-rocker con nombre starwarsiano Jared Leto se ha comprado una base militar cerca de Laurel Canyon y la ha reconvertido en vivienda top. Y a Rodríguez le cuesta decidirse en cuanto a si Leto lo ha hecho porque tiene información clasificada de inminente invasión de Hollywood o si es el propio Leto quien prepara su lanzamiento (alcanza con esos videoclips de su banda, Thirty Seconds to Mars, para comprender que al chico le sobra madera de crucificado o crucificador) como mesías musical. Rodríguez lee reportaje a uno de los tantos “especialistas en la materia jihadista”, éste se llama Ahron Bregman, y subraya declaraciones del tipo “prepárense para el horror de una guerra global sin fin... Será una guerra que no podremos ganar, pero debemos librarla. Inhibirse sería suicida”.

Pero si algo se siente Rodríguez es muy pero muy inhibido.

TRES Rodríguez ha querido conversar sobre sus temores con esposa e hija (pero están muy pre/ocupadas por las posibles paternidades secretas de Juan Carlos I: un hija belga y un hijo... ¡catalán!) y ni siquiera lo ha intentado con sus jefes/mellizos/publicistas/argentinos Fagliacce-Stein (quienes no dejan de estudiar con ojos de marketing videos de multitudes arrojándose sobre ejemplares de Charlie Hebdo o analizar la nueva novela de Michel Houellebecq quien dice “utilizar las tácticas del miedo” satirizando acerca de una Francia futura pero no muy lejana gobernada por un líder musulmán). Rodríguez ya estuvo allí. Mucho antes, pasó por Conrad & Dostoievski a la hora del terrorismo novelizado. Y, más cerca, leyó y vio y oyó cosas parecidas alrededor del mismo terror. Los chistes en serio de Bill Maher. El biógrafo de Jesucristo, el iraní Reza Aslan, puntualizando en la CNN uno por uno todos los erróneos lugares comunes cuando se trata de condenar la cultura musulmana. El cuento “Mi hijo, el fanático”, de Hanif Kureishi, explicando más y mejor que todos los editoriales de los periódicos. La muy criticada en su momento novela Terrorista de John Updike. Las declaraciones polémicas de Martin Amis y de Salman Rushdie. Los malos malísimos enturbantados de Homeland. Los thrillers de historia-alternativa como la Assassin Trilogy de Robert Ferrigno en los que buena parte de Estados Unidos se convierte al Islam luego de que Israel... Todo eso Rodríguez lo experimentó luego del 11 de septiembre de 2001, pensando aún que él no era más que un testigo. Un lector, un teleespectador, un oyente, uno más entre millones que exclamaban “oh” y “ah” frente a pantallas. Ahora, años después, luego de Atocha, Rodríguez dice “ugh”. Y no es el único, está claro. Pero se siente solo, sí, y mal acompañado por sí mismo. Y no deja de buscar y encontrar poluciones paranoides en Internet y, también, teorías que diseccionan la masacre de Charlie Hebdo no como un atentado religioso importado sino como los primeros pasos de un plan política y perfectamente calculado para provocar una guerra civil en Europa que después será exportada a otros frentes.

Pero lo que más impresiona y obsesiona a Rodríguez son las/infografías cartográficas. Los mapas que marcan idas y vueltas de estos jóvenes moviéndose por aquí y por allá. Yendo a deformarse como personas para formarse como terroristas. Volviendo para volar todo por los aires, ellos incluidos. Algo así como una forma rabiosa y feroz de neo-hippismo. El camino de Katmandú –como rebelión contra sus padres musulmanes o no, pero todos corrompidos por las tentaciones de Occidente– rematando en el callejón sin salida de un lugar llamado Kaboom. Los hijos, sus fanáticos, esperando a ser activados y detonados y, mientras tanto, pareciendo “jóvenes normales e inofensivos; pero todos lo parecen”, como diagnosticó, ambigua, una vecina de uno de los terroristas de París. Ahí, resortes tensos, como esa mano en el centro de un huevo, lista para saltar a la cara de los que pasaban por ahí. Porque a no olvidarlo: en Alien, es la tripulación del Nostromo la que opta por descender a un planeta equivocado, convencidos de que responden a una llamada de auxilio, pero en realidad cumpliendo órdenes secretas de una todopoderosa corporación. Y, para cuando se encuentran metidos en problemas, ya es demasiado tarde para buscar soluciones. Y lo único que queda es aquello del sálvese quien pueda.

CUATRO Por las noches, Rodríguez –luego de irse a la cama, que hay que descansar; pésame a la Familia Telerín por la muerte de su creador– sueña raro y feo. La última de sus pesadillas fue –además de aterrorizante– absurda. Y, se sabe, nada asusta más que algo que da miedo y no tiene sentido alguno. Tal vez –y para intentar limpiarse el regusto del noticiero donde se daba cuenta de la puesta a punto de la base aérea de Morón como estadounidense avanzada y anti jihadista permanente y la neutralización de una célula de hermanos en Ceuta listos para explotar y disparar– Rodríguez tiene tontos terrores dormidos. Influenciado por el tóxico visionado de Gran Hermano VIP, en el que los legendarios Los Chunguitos fueron expulsados por la producción por su aparente imposibilidad de controlar sus comentarios racistas y homófobos, soñó con eso, con esto. Con que los productores de Gran Hermano VIP, para reemplazar a los famosos cantarines y descartados, metían dentro de La Casa a un par de muy chungos terroristas islámicos. Y a ver quién es eliminado. Y a ver qué pasa. Y a ver cómo sigue.

Rodríguez se despertó con un grito y sintió alivio; pero enseguida regresó el terror de que en el espacio nadie te puede oír gritar. En el espacio los únicos gritos que se escuchan son los de los terroristas.

Los terroristas son aliens.

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