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Contratapa|Domingo, 8 de marzo de 2015

Caín, el mal y el capitalismo en una gran obra de Mauricio Kartun

Por José Pablo Feinmann
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Los teólogos son los abogados de Dios. Hay muchas clases de abogados, tal vez por eso tengamos que añadir que los teólogos son los abogados defensores de Dios. Lo defienden de sus fiscales. Que, a través de la Historia y sus incesantes catástrofes, han proliferado al calor del sufrimiento humano hasta llegar al punto exquisito de la acusación: desentenderse del acusado, olvidarlo, considerar que, exista o no: cuestión irrelevante, ese gigantesco personaje que acalló a Job con la mera enumeración de sus actos de omnipotencia, ha desistido de entremezclarse con los sujetos humanos, ya que su voz no se deja oír, y, según se quejará Nietzsche, “¡Dos mil años y ningún nuevo dios!”. Una queja que, más allá de pedir una novedad en el ámbito de lo divino celestial, pedía que el viejo Dios se hiciera presente de una vez por todas para evitar el mal, el sufrimiento. Desde Job hasta el Cándido de Voltaire, los sujetos humanos han clamado por la intervención de Dios en la historia humana, pues el mal, según decía Cándido al Dr. Pangloss, “se ha enseñoreado de la tierra”. Los teólogos, entonces, son los Dres. Pangloss del Todopoderoso. Buscan justificar el núcleo central de la acusación: si Dios es Todopoderoso, ¿por qué no puede erradicar el Mal que “se ha enseñoreado de la tierra”?. “Por ejemplo (escribe Paul Ricoeur), cómo afirmar de manera conjunta y sin contradicción las tres proposiciones siguientes: Dios es todopoderoso; Dios es absolutamente bueno; sin embargo, el mal existe” (Paul Ricoeur, El mal, un desafío a la filosofía y a la teología, Amorrortu, Buenos Aires, 2004, p. 21).

El mal surge del pecado y la desobediencia. El relato del Génesis es de derecha. Todo tiene que seguir tal como el poder lo ha establecido. Si el Paraíso es un lugar edénico-celestial es porque en él no hay conflictos. Todo conflicto será una desobediencia a Dios, una rebeldía. Aquí, el sujeto humano es inocente, cosa que no debe ser, dirá Hegel. La serpiente es el espíritu de lo negativo. Sin la existencia del mal no habría historia humana. Eva, la serpiente y la manzana quiebran la armonía del Paraíso. El Génesis, en el modo de la condena, narra la intromisión de la rebeldía en un espacio en que sólo basta obedecer para vivir en paz y armonía eternas. No hay dictadura que no diga esto a sus sometidos. Dios es el dictador del Edén. No coman el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Sin la tentación de Satán y la curiosidad de Eva y su seducción de Adán para obligarlo a comer el fruto prohibido, no habría historia humana. En suma, para el Génesis, el pecado es desobedecer las normas que ha impuesto el poder dictatorial. Es por el mal que hay historia de los sujetos humanos. Es por Judas que el Cristo puede llevar a cabo su tarea de redención.

Una vez que Adán y Eva han pecado son condenados a la historicidad. De aquí que Hegel pueda decir (en uno de sus más brillantes dictums) que la historia avanza por su lado malo. Nosotros deberemos eliminar la identificación hegeliana entre avance y progreso dialéctico. La historia no progresa ni hay nada prefijado en ella. Pero, sin duda, avanza. Tampoco sabemos hacia dónde. Adán y Eva tienen hijos. Aquí surge la historia como conflicto. Cuando Caín mata a Abel introduce el antagonismo en la historia. La resolución del antagonismo es la muerte de uno de sus polos. Pero esa resolución se ha alcanzado por medio del sufrimiento. Matar al otro implica hacerlo sufrir. De aquí la propuesta que debemos oponer a la de Camus sobre la cuestión fundamental de la filosofía. Que no es el suicidio, sino la decisión sobre si hay o no hay que matar. Si la historia avanza por su lado malo es porque los sujetos humanos se matan unos a otros desde el comienzo de los tiempos, desde que Caín mató a su hermano Abel. Pareciera que hay que matar. Pero matar es el mal. La mejor definición del mal, conjeturo, es la que postula que matar o provocar el sufrimiento del Otro es lo malo. Matar es siempre un acto violento. Por consiguiente, el mal es la violencia. Cito otra vez a Ricoeur: “Sea ética o política, toda acción que disminuya la cantidad de violencia ejercida por unos hombres contra otros, disminuye el nivel de sufrimiento en el mundo” (Ricoeur, Ibid., p. 61). Pero si la historia como antagonismo surge con Caín, el asesino de Abel, tendremos que sostener que el mal (el sufrimiento de los otros) le es inescindible a esa catástrofe (a ese paisaje de ruinas) que Benjamin entrevió como la historia de los hombres. Reducir la violencia es reducir el mal. Pero sin el mal no habría historia. Esto lo decimos en un tiempo histórico en que el mal se ha enseñoreado de la tierra, y de un modo aún más peligroso, más destructivo que ése que angustiaba al Cándido volteriano.

Estas temáticas –explícitas o latentes– se tratan en la obra que Mauricio Kartun exhibe en el Teatro del Pueblo: Terrenal, pequeño misterio ácrata. En un espacio atemporal, en una tierra baldía, están Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva, los pecadores, los protagonistas de la desobediencia fundante. Caín, laborioso, levanta una pared y se construye una casa. Abel llega achispado por la fiesta de la noche anterior. Tenemos definidos a los dos personajes. Caín es una especie de Chanchito Práctico a lo Disney. Abel, un hombre sencillo, apegado a los placeres elementales de la vida. Caín lo recibe con disgusto: “Anoche bebió, descamisadito de los ranchos”. Abel responde: “El sábado es líquido”. Como vemos, de entrada apenas, Caín peroniza a su hermano fiestero. Es con desdén que le ha dicho “descamisadito de los ranchos”. Abel sostiene una concepción etílica del día en que se descansa, en que se olvida el trabajo: “El sábado es líquido”. El sábado, entonces, es para emborracharse. Sin embargo, Caín es laborioso y prefiere el cemento que amontona ladrillos y construye casas antes que el vino de los ranchos que sólo embriaga y embrutece. Saben que Tatita no ha venido en mucho tiempo y acaso no aparezca nunca. Tatita no es Godot, como he leído por ahí. Kartun no se ha sometido al esquema beckettiano: personajes que esperan algo que no llega. No, los dos pobres seres de Beckett esperaban a Godot para justificar su pobreza existencial. Godot, el sentido, no viene de afuera, no es un regalo. Hay que inventarlo. Cada uno debe ser su Godot, inventarlo e inventarse. Tatita es Dios y llega. Caín y Abel se sorprenden. “¿Cómo entró, Tatita?” “Tengo llave.” Tatita es un personaje espectacular. Habla con tonada cordobesa y sabe decir dichos populares con gran sentido de la ocasión. “Donde hay humo hay asado, decía un gaucho y corría detrás de una locomotora.” Finalmente, Caín mata a Abel. Habían discutido mucho. Eran muy diferentes. No podían convivir. Abel decía: “Patrimonio de la humanidad es la tierra”. Caín negaba: “No, señor: la tierra... es de quien la trabaja”. Abel, burlón, se reía con ganas: “Con tal de defender el capital es capaz de hacerse comunista”. Harto, Caín comete su acto definitivo: asesina a su hermano, introduce la negatividad suprema en la historia, el lado malo, el mal. En seguida se justifica: “Yo no fui. Defensa propia. Yo le di el alto. Legítima defensa. Vivimos en continua zozobra. Acá te matan por el ser y la nada. No hay justicia, no hay ley. Por Dios... No hay castigo”. Aparece Tatita y la obra se arroja hacia su fin por medio de un formidable monólogo que deja caer sobre el criminal propietario. (Aquí, el actor Claudio Rissi llega a lo sublime. Pocas veces en la historia del teatro un actor consiguió una estatura semejante. No sólo llenó la escena. La desbordó. Decía, también, un texto jugado, inaudito en estos tiempos de escritores prudentes, que se plantean, antes de escribir, qué ponen en riesgo si escriben contra el poder. Los otros dos Claudios –Da Passano y Bel– también alcanzan niveles magníficos, opulentos.) Caín dice –defendiéndose– que él no quiso pelear. Tatita contesta: “¿Y quién te dijo que pelear estaba mal, idiota? Pelear es ser par. El bofetón es vida. Sin choque no hay chispa. Nada se mueve sin riña”. Caín: (Reprocha) “¿Violencia, Tatita?”. Tatita: “No. Dialéctica, infeliz. La miseria no es pelear. Miseria es matar al par. El uno crece de a dos. El dos peleando es armonía. Es vuelo. El uno solo crece monstruo. Pájaro de un ala sola. Como vos. Te amputaste un ala. Juntos podían ser ángel y mirate, terminaste gallina bataraza”. Tatita no ignora que Caín será duro de vencer. Que su estirpe egoísta y criminal devastará la tierra. Pero también habrá de persistir la estirpe de Abel. Será la sombra acechante que impedirá el sueño sereno de Caín, que no lo dejará disfrutar de sus triunfos, que lo llevará a vivir con miedo, a levantar muros cada vez más altos, sin que ninguno le entregue sosiego. Tendrá que vivir matando a los otros, haciéndolos sufrir, haciendo el mal. Tatita: “Amarás más a los inmuebles que a los hombres. Y llevarás adentro el peor de los castigos que alguien puede llevar. Pero el peor de todos: no querrás que te vaya mejor. Querrás que a los otros les vaya peor”.

¿Volverá alguna vez Tatita? ¿Dejará la tierra en manos de Caín? ¿Hará algo para amainar el sufrimiento humano? Difícil saberlo. Pero Kartun –en un momento de su magnífica obra– entrega una esperanza. Tatita podrá hacer su entrada en cualquier momento porque, sencillamente, tiene llave.

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