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Contratapa|Viernes, 18 de septiembre de 2015

Las Harpías y las Gracias

Por Mario Goloboff *
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Las tres Gracias, de Antonio Canova.

Hay algunas señoras de la oposición, política, mediática, empresarial, a las que conviene no nombrar por razones de elegancia y de estilo, y también de prudencia, ya que son de judicializar muy velozmente toda cuestión ética, señoras en quienes obligadamente uno piensa cuando alude a ciertos personajes mitológicos vinculados, como por azar, con algunos actuales, por sus nombres o sus ocupaciones o sus figuraciones o actuaciones, y descriptos en los libros entendidos, por ejemplo el Diccionario de uso del español, de María Moliner: “Monstruo fabuloso con rostro de mujer y cuerpo de ave de rapiña”, o alguno de mitología: “mitad mujeres y mitad buitres” (sic). No es que quiera ensañarse con aquéllas ni mucho menos, porque, según la leyenda, las Harpías eran además “hermosas mujeres aladas” que sólo fueron perdiendo gracia con el correr del tiempo y las tareas encomendadas para cumplir un castigo decidido por Zeus: robar continuamente la comida de Fineo antes de que él pudiera tomarla por su cuenta; transformarse en genios maléficos con cuerpo de ave de rapiña, horrendo rostro de mujer, orejas de oso y afiladas garras, que llevaban consigo tempestades, pestes e infortunio; pelear contra los Argonautas hasta ser, felizmente, derrotadas.

Desgraciada imagen que acabó por imponerse y que ha pervivido hasta la actualidad. Parece que las Harpías eran dos. De ellas sí podemos dar los nombres, hace mucho tiempo que no operan: tanto Hesíodo en su Teogonía (siglos VIII-VII a. C) como Apolodoro, el falso, en su Biblioteca (siglos I-II), coinciden en llamarlas Aello, “vuelo tempestuoso”, y Ocípete, “vuelo rápido”. Homero agrega una tercera, Podarge, “pies veloces o brillantes”, que llegó a ser amor del viento Céfiro, encuentro del que nacerían los caballos de Aquiles. Algunos comentaristas, y aun en la iconografía románica, confunden (no sin razones, porque la imprecisión viene de antaño) “arpías” y “sirenas”. Pero no deben mezclarse; Virgilio en la Eneida (Libro Tercero) lo aclara: “Jamás salieron de las aguas estigias, suscitados por la cólera de los dioses, monstruos más tristes ni peste más repugnante; tienen cuerpo de pájaro con cara de virgen, expelen un fetidísimo excremento, sus manos son agudas garras, y llevan siempre el rostro descolorido de hambre...”

Su mito originario está ligado estrechamente a Fineo, rey de Tracia que tenía el don de la profecía. Zeus, furioso porque había revelado sin consentimiento algunos secretos de los dioses del Olimpo, decidió castigarlo confinándolo en una isla con un festín del que no podía comer nada, pues las Harpías siempre robaban la comida de sus manos justo antes de que pudiera tomarla. El castigo se prolongó hasta la llegada de Jasón y los Argonautas, que enviaron tras aquéllas a los héroes alados, los Boréadas. Estos lograron espantarlas, pero no las mataron, a petición de Iris, quien prometió que Fineo no volvería a ser molestado. Agradecido por su ayuda, Fineo contó a los Argonautas cómo superar las Simplégades (rocas que se movían y se entrechocaban, situadas probablemente, como Escila y Caribdis, en el estrecho de Mesina) para poder continuar su periplo.

Las Harpías o Arpías (en griego antiguo Harpyia, “que vuela y saquea”) habían sido inicialmente criaturas con apariencia de hermosas mujeres aladas, cuyo cometido principal era hacer cumplir el castigo impuesto por Zeus a Fineo: valiéndose de su capacidad de volar, robaban continuamente la comida de aquél antes de que pudiera tomarla. Leyendas posteriores las transformaron en seres o genios maléficos y fueron añadiendo nuevos detalles o modificando las acciones con el tiempo: las Harpías ya no robaban la comida sino que la ensuciaban con sus excrementos, corrompiéndola. Pronto, empezaron a ser vistas como difusoras de suciedad y enfermedad, adquiriendo así su más célebre apariencia monstruosa. Richard David Barnett, aplicado estudioso de la Antigüedad del British Museum, sugiere en su trabajo Influencias orientales antiguas en la Grecia arcaica que la iconografía de las Harpías fue adoptada de los adornos de los calderos de bronce de Urartu (primeros reinos de Armenia, ubicados entre el Mar Negro y el sudeste del Caspio), y que en ellos se pueden apreciar pájaros con rostro femenino.

Pero no se tema: la mitología no dio sólo esas horribles criaturas; en compensación, siempre hubo creación de figuras hermosas, como las de las Cárites, por ejemplo (Gracias, para los romanos), diosas del encanto, la belleza, la delicadeza y la fertilidad, que según Homero formaban parte, por ello, del séquito de Afrodita. Y que también, para los helenos, eran tres, denominadas de la menor a la mayor Aglaya, Eufrósine y Talia (aunque otros pueblos decían que eran dos y los espartanos entendían que la tercera era Cleta y no Talia). Se las consideraba hijas de Zeus y de Eurínome (hija a su vez de Océano, el titán). Pamfos o Pamphos, un poeta mítico griego que el célebre historiador, geógrafo y viajero del siglo II, Pausanias, ubica como anterior a Homero y cuyo nombre está particularmente conectado al Atica, poeta a quien se le atribuyen numerosos himnos antiguos, entre los cuales uno a Démeter, otro a Artemis, así como a Poseidón, a Zeus y a Eros, según lo poco más que sabemos sobre él, fue el primero en cantarles, pero su poesía no contiene información sobre número o nombres. Homero (quien también alude a ellas) se refiere a una esposa de Hefesto, y en el discurso de Hipnos aparece este verso: “Realmente me darás una de las más jóvenes Cárites”[.....].

A veces, se confunde a las Gracias, o se confunden sus virtudes y funciones con las de las Musas. En muchas narraciones, sus cualidades aparecen mimetizadas con las de éstas, con quienes compartían juegos y bailes, ya que las primeras provocaban la inspiración divina, y las Musas, quizás más terrenales, otorgaban alegría, sabiduría y, en ocasiones, la capacidad para que los humanos desarrollaran un talento artístico excepcional, apoyadas, sin duda alguna, por dioses mayores y menores. Pero todas ellas provocaban la misma inspiración, divina y humana, e impulsaban, con erotismo cierto, a la creación artística y al genio. Si bien las Gracias jugaban un papel bastante más carnal entre los griegos, representadas siempre desnudas, tomadas por los hombros, mirando dos hacia un lado y la tercera hacia el otro. Compitiendo nada menos que con Afrodita por el don de la belleza y simulando consolarla cuando había perdido a Adonis. En todo caso, casi podría afirmarse que las Gracias aparecen más representadas (o imaginadas) por la pintura y por la plástica que por la literatura, y enormes pintores, sobre todo del Renacimiento, han hecho de ellas símbolos actuales. Y es maravilloso comprobar cómo las palabras (porque ¿de qué otra materia estarían hechas?) pueden seguir transformando y metamorfoseando hasta la eternidad las figuras y convirtiendo en realidad casi visible lo que es sólo realidad verbal.

Así, todo en la vida se compensa, al invierno sucede la primavera, a ésta el verano, y lo bueno va tapando lo malo, lo bello lo feo, y el amor al odio. La política y la democracia, también inventadas por los griegos, parece que pueden, si logran imponerse, llegar a conformar el universo.

* Escritor, docente universitario.

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