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Contratapa|Martes, 8 de diciembre de 2015

Homo Momia

Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona

UNO Ultimamente –los brazos cruzados sobre el pecho, de espaldas–Rodríguez se despierta temprano. Tampoco es que duerma muy bien. O mucho. Pero emite una suerte de gemido añejo y abre los ojos, como obedeciendo a un conjuro recitado con voz rara y lengua muerta. Y, enseguida, Rodríguez se convence de haber recibido el premio consuelo de despertarse: esa sensación como de regreso a un mundo donde la gente no va desnuda por la calle ni vuela ni cae desde lo alto ni conversa con muertos, sino que va vestida por la calle y se arrastra y se estrella y llega muerta al final del día. Ya dormir otra vez. Pero lo de antes: Rodríguez, de unos días a esta parte, abre los ojos rápido y lo primero que hace es meterse en algún site de periódico para saber si hay novedades acerca de algo inmemorial, acerca de lo único que le interesa del ahora y no, no es lo del galeón San José sino algo anterior. A saber: la posibilidad al 90 por ciento –según el gobierno egipcio y su “Ministro de Antigüedades” Mahmud al Damaty, siguiendo la teoría propuesta el pasado agosto por el célebre arqueólogo británico Nicholas Reeves– de que el sepulcro de Tutankamón, descubierto el 26 de noviembre de 1922 por los supuestamente malditos Howard Carter y su mecenas Lord Carnarvon, en realidad no haya sido, todos estos milenios, más que el anticipo y aperitivo y coming soonde algo mucho más grande e inviolado. Yque, claro, ayude a reactivar el turismo local después de tanto atentado. Tal vez, el sepulcro de Kiya (segunda esposa de Akenatón y madre de Tutankamón) o de Meritatón (hija de Akenatón y Nefertiti), o (premio mayor) el de la propia Nefertiti. Hasta ahora, los radares y sonares han captado “puntos fríos”, corrientes de aire fantasma medidas por pruebas termográficas con rayos infrarrojos, y rebotes misteriosos en las ondas escaneadas por el experto japonés Hirokatsy Watanabe. YRodríguez atesora todos esos datos dinásticos y científicos. Yse lleva su pantalla al baño y se sienta en su trono y, faraónico, mira fijo el rollo de papel higiénico y se pregunta cuántos metros necesitará para envolverse y momificarse.

DOS De chico, claro, lo hizo varias/muchas veces. Pero, entonces, el papel higiénico era más duro y resistente. Yél más pequeño. Y–aunque su auténtica vocación era la de ser arqueólogo– resultaba más barato e inmediato el ser momia. Ya se sabe: una especie de zombie singular con historia y abolengo y trascendencia. Ytan romántica. Siempre había algo de despecho e insistencia en la Momia (condición que Coppola contagió a su Drácula) intentando recuperar a su amada a lo largo de los siglos. Si a la Momia le gustase la música, piensa Rodríguez, seguro que es fan de Adele: faraona indiscutible de la canción abandónica pero triunfal y melodiosa apóloga del acoso al ex sin llegar a la exageración de la atracción fatal, pero casi casi. Ydespués, claro, estaba eso tan raro: la momia era hombre pero era la Momia. Yél las miraba –mientras sus amigos manoseaban los primeros desnudos del Destape– en sus ejemplares de la revista Famous Monsters. Allí estaban todas. Kharis, la que más películas filmó. Yla mejor de todas, la muy expresionista de Boris Karloff dirigida por Karl Freund y maquillada por Jack Pierce: el vendado y sepultado vivo Imhotep (que, en un prodigio de cosmopolitismo, en sus ratos libres se hacía pasar por el siniestro Ardath Bey, un egipcio de sombrero fez y mirada perforante y siempre listo para subyugar a los egiptólogos británicos que andaban dando vueltas por ahí) y que fue reciclada con cierta gracia para esa versión fin de milenio con Brendan Fraser en plan Indiana Jones. Y ya se anuncia reboot de la criatura para 2017 y con momia hembra como parte de una operación para resucitar a los venerados monstruos de la Universal Studios en una serie de films cruzados. Yestaban también sus momias escritas, que no eran tan momias pero aun así, muy fatales y hechiceras: la Ayesha de H. Rider Haggard y la Tera de Bram Stoker. Yaquella momia de Arthur Conan Doyle que acaba consiguiendo trabajo en un museo para así poder acompañar a los restos de su amada. Yla Gran Novela Amerigipcia de Norman Mailer. Y–last but not least– las momias argentinas que Rodríguez conoció en su viaje adolescente a Buenos Aires: una blanca y lenta y otra negray espasmódica (¿teoría de los dos demonios momificados?) en un programa de TVde lucha libre. Sentado en un sofá y rozando a su prima porteña, Mirta Rodríguez, desaparecida y ahogada. Mirta como su princesa Ankhes-en-amon a la que todavía hoy Rodríguez intenta revivir. YRodríguez sólo querría ir a buscarla y a rebuscarlas. Atodas ellas. Ala suya y a las de todos. Pero, cuando comunicó que cuando fuese grande quería excavar tumbas en la arena, su padre le cruzó la cara de una bofetada y le dijo que nada de perder el tiempo en la playa. Y que lo que él quería era un diploma: abogado o doctor o maestro o veterinario o –en el peor de los casos, para lo que no se necesita diploma– político. Rodríguez acabó siendo publicista. Pero, a la luz de la presente precampaña, tal vez debió haber sido político: aventurero. Esos políticos que ahora hacen de todo con tal de que la gente los vea. Planear en ala delta o flotar en globo, arrastrarse por el Camino de Santiago o escalar montañas. Cualquier cosa (menos Rajoy, que ha optado por actividades más plácidas como sentarse a jugar y a perder partidas de dominó con apergaminados jubilados de pueblo) que no sea hacer política; porque estas actividades parecen, todas, más sustitutivas que complementarias. Ano ser que, por hacer política, se entienda la evisceración de competidores en el ascenso por la pirámide del poder. Falta menos, está Rodríguez, para que alguno de ellos levante su mano y –sin temer a maldiciones– se ofrezca a que lo vuelen hasta El Cairo y ahí a derribar pared y acceder, antorcha en mano, a los tesoros del pasado que lo proyecten hacia el futuro.

TRES Y una vez, a principios de milenio, Rodríguez estuvo en el Valle de los Reyes. Y nunca se olvidará de ese taxista local que se lamentaba tanto por el avance del islamismo monoteísta y el olvido hacia los viejos dioses propios. Gatos y chacales y halcones y escarabajos. En casa no sucede, piensa ahora Rodríguez: los venerables dioses españoles permanecen todos en su sitio. Y los dioses recién llegados lo han hecho para quedarse. Y, sí, hasta hay un perfume tutankamónico en el aire, porque entraron ladrones en un despacho/antecámara funeraria de inmortal muerto político: el locuaz Felipegonzálezophis I. Y se llevaron de allí pergaminos confidenciales, parece. Y hay noches en las que a Rodríguez le parece que la calles está llena de momias o, tal vez, de gente vendada pidiendo primeros o últimos auxilios, socorros finales, vagando por un país en el que –las estadísticas no dejan de advertirlo como quien pronuncia una maldición– cada vez se nace menos y se muere más. Puntos fríos y el frígido censo español va camino de ser el Libro de los Muertos. Ultimamente Rodríguez se acuesta temprano –pero demora tanto en dormirse– y se amortaja con las sábanas. Como una momia; orando porque no la descubran y porque la dejen descansar en paz, malditos sean.

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