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Contratapa|Miércoles, 9 de marzo de 2016

El verosímil

Por Vicente Battista
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Ignoro por qué se siguen haciendo conjeturas en torno de la muerte del fiscal cuando ya no hay dudas en cómo se produjo. Las pruebas irrefutables las brindaron una augusta diputada de la Nación que, convengamos, no parece ser asidua lectora de Agatha Christie, y un ex espía de la Nación que, asimismo convengamos, no parece ser asiduo lector de John Le Carré. Según lo propuesto por la diputada, habrá que suponer que todo comenzó la tarde aquella en que un comando iraní realizó un vuelo directo de Teherán a Montevideo. Una vez que llegaron a la capital uruguaya sacaron pasaje en Buquebús con destino a Buenos Aires y es posible que con el fin de mitigar las tres horas que faltaban para embarcar hayan caminado por la 18 de Julio. Incluso pudieron haber visitado la zona del puerto y hasta, me atrevería a aventurar, saboreado un sabroso chivito, bocado que probaban por primera vez en su vida y que todos, exceptuando uno, vegetariano desde su tierna infancia, lo consideraron un plato digno de tenerse en cuenta. No hay información precisa de qué pensaron sobre el rito del termo y del mate; no sería arriesgado suponer que habrán considerado que efectivamente se trataba de una ceremonia religiosa, y solo habrá quedado en esa consideración: en definitiva, ellos no realizaban este viaje con el propósito de cuestionar otros modos de la fe.

A la hora señalada tuvieron que haber abordado el Buquebús y se habrán ubicado en sus respectivos asientos, dispuestos a cruzar el río silenciosamente y en paz. Y así tuvo que haber sido ya que, se supo, ese día no viajaba el ministro de Economía argentino. Cuando estarían por llegar a nuestras costas, dos de los cuatro iraníes se habrían acercado a la cabina del piloto y en un castellano algo cocoliche lo habrían persuadido de que modificara su rumbo. Entendemos que ambos iraníes exhibirían un par de contundentes Glock 18, capaces de superar cualquier barrera idiomática. La demanda iraní se tuvo que haber cumplido al pie de la letra: el piloto habrá desviado ligeramente la ruta para que el comando descendiera en una zona precisa de Puerto Madero, tal vez alegaron que así les quedaba más cerca y, de paso, evitaban engorrosos trámites aduaneros. Los cuatro iraníes habrán bajado en silencio y, como hemos leído en infinidad de folletines, se habrán perdido en la noche. Sin duda, los pasajeros de Buquebús ignoraron esa anomalía y dieron por buenas las palabras del piloto: un cambio de rumbo y una demora como consecuencia de un inconveniente técnico.

El comando, en tanto, no se perdía en la noche: tuvo que haber ido, mapa mediante, hacia el suntuoso edificio donde vivía el fiscal. Ahora deberían enfrentarse a un inconveniente mayor: ¿cómo ingresar en ese edificio celosamente custodiado? Uno de los cuatro comandos habrá revuelto su alforja hasta que en su mano apareció una lámpara medieval. “¡La de Aladino!”, se habrán asombrado a coro los otros tres comandos. Aunque no había de qué sorprenderse: como todo el mundo sabe, la célebre historia de la bella Sherezade y de su despiadado esposo, el sultán Schariar, tuvo su origen en Hazâr afsâna (Mil Leyendas), un antiguo libro persa. Resulta natural, entonces, que los actuales iraníes hicieran uso de lo que supieron legarles sus abuelos. Habrá bastado frotar la lámpara para que el diligente genio se ocupara de abrir todas las puertas, tanto las del edificio como la del departamento del fiscal. Los iraníes tuvieron que haber entrado, cual Pancho por su casa y ahí, ¡oh, sorpresa!, según declaración del ex espía, se toparon con una pistola calibre 22. Entonces, siempre en palabras del ex espía, decidieron modificar los planes: en lugar de un crimen sería un suicidio, cometido precisamente con esa pistola que acababan de descubrir. Otra vez habrá sido necesario recurrir a la gentileza de Aladino, el genio tuvo que haber llevado a la víctima hasta el cuarto de baño, ahí habrá cometido el crimen y acomodado todo para que pareciera un suicidio: habrá colocado el cadáver obstruyendo la puerta del baño y se habrá esfumado, como sólo un mago podría hacerlo, por la mínima abertura entre la puerta y el marco. Aladino logró que los cuatro iraníes se marcharan del departamento y del edificio sin dejar huellas y regresó a su lámpara, esperando nuevas órdenes. No fue necesario molestarlo: en cuanto el comando estuvo en la calle, es posible que haya surgido la propuesta de ir a comer un bife de chorizo, ¡tanto les habían hablado del sabor de la carne argentina!, pero está claro que prevaleció el consejo del iraní vegetariano: regresar a casa. Y así fue como nuevamente se habrán perdido en la noche, sin imaginar que una diputada de la Nación y un ex espía revelarían la trama.

En 1928, S.S. Van Dine, creador del afectado detective Philo Vance, supo establecer veinte reglas de cumplimiento obligado en la narrativa policial. En la número 8 decretaba que el problema debía solucionarse “con recursos estrictamente realistas” y en la número 14 insistía: “El modo en que se comete el crimen y los medios que van a llevar al descubrimiento del culpable deben ser racionales y científicos”. El verosímil es una condición esencial en toda novela policial o de espionaje. Agatha Christie y John Le Carré hubiesen ensayado una sonrisa, entre piadosa y sarcástica, ante los argumentos presentados por la actual diputada y por el ex espía. El verosímil, sin embargo, no parece importar en la Justicia argentina: todo indicaría que para dictaminar que el fiscal fue víctima de un asesinato se tendrán en cuenta los argumentos de la diputada y del ex espía. Sherlock Holmes decía: “Es un error capital el teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente, uno comienza a deformar los hechos para hacerlos encajar en las teorías en lugar de encajar las teorías en los hechos”.

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