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Contratapa|Sábado, 9 de abril de 2016

Van ganando los blancos decentes

Por Jorge Halperín
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Mi mamá tenía una obsesión con el tema de la limpieza. Que yo sepa, no sufría una fobia compulsiva, pero en su discurso la higiene se erigía en una frontera moral de la humanidad.

Allí donde, puestos a exaltar las virtudes de otro ser humano, hablamos de “generosidad”, de “bondad”, de “coherencia” o “integridad”, mamá juzgaba los méritos de sus empleadas domésticas calificándolas de “limpita” o “prolija” o, en casos de crisis y despido, de “negra sucia”, por no citar otros epítetos.

Y no niego que la “limpieza” y la “prolijidad” sean atributos útiles en las tareas del hogar, tanto como la coherencia vuelve sólida una trayectoria intelectual. Pero el juicio de mi mamá iba más allá de lo funcional para terminar sancionando supuestos valores o bajezas personales. De hecho, la escuela también exaltaba y hasta ponía nota por la limpieza, pulcritud y orden, pero lo hacía preocupada en introducir hábitos saludables en los educandos.

La escuela tenía sus motivos, aunque sospecho que también la impulsaban los prejuicios de clase. Pero, cuando yo superaba la “vergüenza ajena” ante una pelea de mi mamá, me divertía pensando que íntimamente ella sospechaba que los cabecitas negras tenían su tono cobrizo de piel por no ser muy dados a la higiene.

Hasta imagino que ella hubiera puesto el ejemplo de Michael Jackson, que se esforzó y se volvió blanco, amén de que se aisló en su mansión de millonario separando su imagen de la de sus congéneres negros, que en las películas siempre parece que se movieran en grupos o multitudes.

Estas reflexiones y delirios vienen a cuento del episodio que vivió la colega Julia Mengolini al ser martirizada por algunos panelistas de la planta permanente del programa Intratables, lo que la llevó a renunciar.

Siempre me llamó la atención que dos de los panelistas más agresivos del programa lucen como personas bastante más obsesionados que el resto por su apariencia. La rubia hierática y el símil pelirrojo de las gruesas corbatas.

Jugando un poco con la imaginación, la pelea entre Mengolini y especialmente estos dos “pulcros” permitía imaginarse una confrontación entre “blancos decentes” y “negros sucios”. Y no lo digo en desmedro de la pulcritud de la “negrita divina” de Mengolini, una belleza, sino en el rol que parecen haberle asignado en ese programa conservador que se dedica cotidianamente a linchar a los K.

Existe en la sociedad una confrontación simbólica entre “blancos decentes” y “negros sucios” (un insulto que no inventó mi mamá).

El tono de piel de los cabecitas “demuestra”, desde la reacción visceral de los “blancos decentes”, que no se lavan lo suficiente. Su pobreza, que no tienen espíritu de progreso y carecen de racionalidad. El destino personal sería responsabilidad exclusiva del individuo.

En el prejuicio está la fuerza fundante del mito de los abuelos gringos de la clase media, que llegaron sin un peso y que progresaron. Se compara con ellos a los pobres de hoy sin reparar en que ya no existe la movilidad social y el fluido acceso a la vivienda de aquellas décadas de principios del siglo XX.

Todas las políticas de reparación social del kirchnerismo, que elevaron la condición de vida de millones de niños, adultos y jubilados suponen, en esta visión, dilapidar los recursos de los ciudadanos “decentes” para beneficiar a “negros sucios”, que en los tiempos de la Independencia eran los “vagos” y “malentretenidos”. O sea, una interferencia y una injusticia para aquellos que no son pobres y se “revientan el lomo laburando” (se sobreentiende que los pobres no se desloman).

Ergo, no puede haber razones legítimas para subsidiar a los pobres sino demagogia y voracidad clientelista.

El paradigma oficial de la década kirchnerista ha sido, sin duda, la inclusión. Pero la idea de igualdad de oportunidades no es lo que prima en todos los sectores de la sociedad.

Esto es muy fácil de advertir hasta en un afiche callejero:

“Formamos ciudadanos del mundo”, anuncia en la esquina de Libertador y Virrey del Pino la universidad privada de uno de los barrios más chetos de Buenos Aires. No invita por su calidad académica ni por el nivel profesional de sus egresados, que sería lo esperable en una casa de estudios terciarios.

Seguramente jerarquizan el concepto de ciudadanía, pero en el sesgo clasista que siempre caracterizó a esta universidad avisan que quienes cursan allí consiguen ubicarse entre los privilegiados. Como decir: “Formamos gente para actuar en el Primer Mundo”.

Es sabido que cuando se elige una universidad o el colegio para los hijos, o el auto o la casa donde vivir no se actúa meramente por motivos racionales y operativos. También nos impulsan aspiraciones, prejuicios y deseos de pertenencia y de separación. Y, buceando un poco podríamos descubrir que en el fondo de lo que en estos días se llama “grieta”, y que no separa necesariamente por condición social, está presente esa división simbólica entre “blancos decentes” y “negros sucios”.

En el imaginario, “blancos decentes”, además de la “gente como uno”, son los políticos que denuncian a otros, los que claman por la República, los antiperonistas y refractarios a todo populismo, los políticos y economistas de vínculos fluidos con los gobiernos de países centrales, y todos aquellos que son bendecidos por el establishment económico y por Clarín y La Nación, cuyos periodistas estrellas también militan en esta categoría.

Y “negros sucios” son los cabecitas, los inmigrantes internos y de países vecinos, los santiagueños que Prat-Gay imagina al acecho, los peronistas en general, los kirchneristas y los militantes de La Cámpora, los actores e intelectuales que simpatizan con CFK, los periodistas de 6,7,8 los empresarios cercanos al anterior gobierno, y los aliados y los funcionarios K, como Milagro Sala o Luis D’Elía.

Huelga decir que esta subjetividad está hoy fuertemente dominada por los grandes medios, sectores del Poder Judicial (el sistema jurídico tiene una matriz aristocrática) y de la Iglesia local (entre los cuales la caridad reemplaza al reconocimiento de derechos).

Muchos pobres de hoy, como los pobres de los tiempos de mi mamá, están más expuestos a convivir con la basura y la mugre. Es su realidad cotidiana, y nada indica que esto los corrompa moralmente, salvo la mirada cargada de revancha de clase que proyectan los “blancos decentes” para cerrar de una vez por todas un tiempo en el que primó la idea de inclusión.

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