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Contratapa|Lunes, 5 de enero de 2004

¿Existen los Reyes?

Por Leonardo Moledo
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He aquí que unos magos vinieron
del Oriente a Jerusalén.
S. Mateo, 2, 1.

Después de discutir durante seis horas con mis hijos de 27 y 21 años sobre la existencia de los Reyes Magos, y de tratar infructuosamente de demostrarles la vanidad de ese mito puramente comercial, y mientras ellos escribían sus cartas, preparaban el agua y el pasto y lustraban sus zapatos, recurrí al excelente estudio de la revista Down with Myths (Abajo los mitos, Canberra, 1981), que fue reproducido hace poco por Kolla and Tehuelche fighters for a myth-free world (Jujuy, Neuquén, Londres, 2002), que analiza la cuestión con estricto rigor y en profundidad.
Según las cifras de Unicef y la Population Reference Bureau, hay dos mil millones de chicos en el mundo, de los cuales sólo el 15 por ciento, es decir 378 millones, son cristianos, a razón de 3,5 por unidad habitacional. Esto es, los Reyes Magos se ven obligados a visitar alrededor de 92 millones de hogares, para lo cual disponen de 31 horas (gracias a las diferencias horarias). Lo cual significa que deben hacer 824 visitas por segundo, sin contar el tiempo de viaje.
Esto significa que en cada casa disponen de poco más de un milésimo de segundo durante el cual deben detenerse, leer la carta, buscar en las bolsas, dejar los juguetes en los zapatos, llevarse el agua y el pasto (ya que no es concebible que los camellos coman semejantes cantidades en tan pocas horas) y volver a arrancar. Sin contar con que en los edificios de departamentos deben tomar ascensores, conseguir que les abran la puerta de abajo, etc. No parece posible.
Los datos de la Oficina de control habitacional de las Naciones Unidas revelan que la separación promedio entre dos hogares es de alrededor de 0,97 kilómetro. O sea que, en esas 31 horas, los Reyes recorren alrededor de 90 millones de kilómetros. Para hacerlo, es necesaria una velocidad de por lo menos 806 kilómetros por segundo (casi tres millones de kilómetros por hora) suponiendo que no paren nunca. Esto es, alrededor de tres mil veces la velocidad del sonido. A semejante velocidad, reyes, camellos y juguetes serían rápidamente reducidos a cenizas por la fricción con el aire, y no se han inventado aún los materiales capaces de resistir las temperaturas de miles de grados que se generarían.
Puesto que los Reyes paran y arrancan en casa, y cada vez sobrepasan la velocidad del sonido, se deberían producir continuas ondas de choque (como las que genera un avión supersónico) separadas por milésimas de segundo; y la Noche de Reyes debería registrar un estruendo continuo, lo cual, como todo el mundo sabe, no es el caso.
Pero además la aceleración necesaria para alcanzar la velocidad de 824 kilómetros por segundo en una milésima de segundo es alrededor de dos mil millones de veces la aceleración de la gravedad (g). Los astronautas soportan apenas aceleraciones de 4 o 5 g. Un rey mago (o un camello) que pese unos 80 kilos pesaría durante ese lapso 160 millones de toneladas. No hay anatomía capaz de resistir semejante aceleración. Nuevamente, reyes, camellos y juguetes serían reducidos a una salsa informe.
Suponiendo que a cada chico se le entreguen 500 miserables gramos de juguetes, los reyes deben transportar, por lo menos al principio, aproximadamente 189 millones de kilos (sin contar el de los propios reyes, que en este caso, no cuenta). Es decir, 189 mil toneladas, lo que parece ser mucho para un camello y aún para tres. Suponiendo que cada camello pueda transportar 189 kilos (lo cual es mucho) con cierta comodidad, los reyes deberían recorrer el mundo con un millón de camellos. Es difícil que un millón de camellos pase desapercibido.
A estas objeciones de tipo físico se agregan otras de tipo biológico: no se sabe de ningún camello capaz de desarrollar semejantes velocidades, ni de soportar semejantes pesos, ni, aunque estén acostumbrados a cruzar el desierto del Sahara, de realizar un viaje en tales condiciones. A este análisis físico y biológico se le pueden agregar otras objeciones más prosaicas:
- Puesto que los reyes reparten juguetes en todos los continentes, ¿cómo cruzan el mar? Los camellos no caminan sobre el agua, los barcos son demasiado lentos, es impensable que en esta era de controles antiterroristas utilicen aviones: viajeros provenientes justamente del Medio Oriente, que se mueven por todo el globo con montones de bultos, serían detenidos inmediatamente y sometidos a larguísimos interrogatorios, si no detenidos inmediatamente en el primer aeropuerto.
- ¿De dónde salen tantos juguetes? Se supone que si los reparten en la Noche de Reyes, tienen que tenerlos almacenados desde algún tiempo antes; los paquetes formarían una enorme pila de muchísimos metros de altura: ¿cómo pueden mantenerla oculta?
- ¿Por qué, si los juguetes los traen los reyes, las jugueterías se pueblan de ofertas de todo tipo? La explicación convencional “Lo hacen para que los chicos elijan” no es muy convincente, ya que en el stock de cada juguetería hay varios ejemplares de cada pieza. La tradición quiere convencernos de que la actividad de las jugueterías y la actividad de los Reyes Magos están completamente desconectadas. Pero si es así: ¿cómo puede ser que los juguetes tengan marca? ¿Y que desaparezcan el 7 de enero?
Naturalmente, no convencí a mis hijos. Ellos siguieron adelante con sus preparativos y yo traté de leer de reojo los pedidos, mientras hacía mis cálculos. La verdad es que aunque uno sea un ferviente republicano, a veces la monarquía no vendría nada mal. Y por eso, agarré las cartas y las tiré en el buzón del correo. A ver si se convencen.

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