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Contratapa|Jueves, 11 de agosto de 2016

Chéjov, metidísimo

Por Enrique Medina
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Chéjov tose cubriéndose la boca con el pañuelo, atiende el portero eléctrico. Al escuchar la voz de Yuliya se le aflojan los anteojos. Emocionado le dice que suba. Rápido ordena el living y en la mesa deposita vasos, gaseosas, pastelitos. También baja un poco la losa radiente para que ella no sufra el brusco cambio de temperatura. Hoy está decidido a no desaprovechar la oportunidad. Años hace que su ambicionada Yuliya es el puente entre él y la imprenta que edita sus obras, y años hace que está metidísimo con ella, pero nunca logró más que una simple sonrisa o un gracias convencional cuando la ha piropeado juguetón. Seguramente la gran diferencia de edades puede ser el motivo del desinterés de ella. O él no ha sabido hacerse entender de manera clara y contundente, o ella no lo toma en serio porque él ya es un viejo, y ni se le ocurre imaginar que un viejo de 44 años pueda insinuársele en serio, salvo esos piropos elementales que él le regala para acercarla y que ella atiende como simple cortesía. Pero estamos en otros tiempos y hoy hay boxeadores y futbolistas que con mi edad continúan destacándose, así que no le veo... Y suena el celular. Es Máximo Gorki contentísimo porque le han regalado dos entradas privilegiadas para el próximo clásico entre River y Boca. Chéjov le dice no estoy en condiciones de salud para ventilarme en esos…, y tose, te llamo después, corta. Suena el timbre. Él respira profundo buscando que Buda privilegie su mente. Calmo, da los pasos necesarios. Abre y se muestra serio, distante, con la misma barba y anteojos que se lo ve en las fotos que en todas las redes sociales se han viralizado, ahora, que se lo sabe candidato al premio Nobel apoyado por Vargas Llosa y otros ya premiados. Yuliya lo saluda con un besito en cada cachete y entra como siempre, despistada. Por lo contrario, él se esfuerza en autoconvencerse de que es hoy o nunca. Ella deja en la mesa las páginas de la primera impresión para corregir. Habituada, sirve en los vasos, le alcanza uno a él y le cuenta que está trabajando ad honorem en una institución que defiende a la mujer golpeada, y habla de la injusticia, de los hombres malos y de que también hay mujeres malas que son golpeadoras pero que el hombre no denuncia por vergüenza y desaparecen los pastelitos y la gaseosa y ella termina el discurso y sale repitiendo los dos besitos y ya está abriendo la puerta del ascensor, cuando él, ayudado por Buda, le dice: ¿Si te invito al Colón, aceptás?... Chéjov no puede creer que sea él mismo quien se haya animado a decir eso. De tan avergonzado va a cerrar la puerta pero ella le responde: ¿En serio? ¡Qué bueno! Me gustaría mucho. Nunca fui… Chéjov siente que se le incendian los ojos y el corazón salta montañas. Se sonríen, combinan y acuerdan días posibles, horarios, obras. Ella se va y él, contentísimo, prende la compu y se zambulle de cabeza en la página del Teatro Colón. Qué felicidad poder comprar por internet. Qué felicidad vivir en este tiempo de avance tecnológico. Si fuera en mi época tendría que ir yo, y con este mal tiempo y mi salud quebrantada sería arriesgado. Abono verde. Abono azul. Tosca, Macbeth, para los próximos meses, yo necesito algo ya-ya. Ópera Los soldados. Lo que sea. Pero ya-ya. No hay que perder un día y vuelve a toser y mira fechas y horarios y sí, verifica lo más inmediato y cliquea en ópera y ve que Los Soldados es lo más inmediato, así que cliquea comprar y un cartel le dice que “seleccione su lugar” y le da al mapa de la platea y comprueba que ya son pocas las localidades buenas, pero sí, hay dos, selecciona su asiento como le piden, ¿y ahora?, arriba dice “carrito de compras”, y pincha en el carrito y pone “continuar comprando” pero la página le hace una cabriola y se le rebela hacia atrás, así que parece que algo le sale mal. Entonces recomienza y no da pie con bola. Transpira, tose, lee “mi cuenta” y cliquea, claro, primero hay que identificarse, lógico, pero no pasa naranja, tose, ah, lógico: “crear cuenta”, yo siempre he comprado en boletería, por eso es que me embolo. Y hace el trámite y pone nombre, sexo, hombre, mujer, otro, DNI, teléfono, domicilio, ciudad, país, código, color de los pendejos, confirma contraseñas, y por las dudas para caer simpático tilda el cuadrito “sí, mantenerme informado sobre noticias-ofertas-novedades” y pedos en alcanfor y cliquea “continuar”. Pero nuevamente se produce una cabriola y no avanza. De “carrito de compras” salta a “continuar” pero sin resultado bueno. La página se le enoja y le grita: “debe agregar elementos a su carrito de compras antes de continuar”, ¡eso es lo que quiero, caramba!, da giros, pero seguramente todos en falsa escuadra, así que toma nota de los mails y teléfonos que ofrece la página del Colón para llamar. Lee el menú. Clic en “Boletería”, ah, “venta telefónica”, bien, aquí debe ser, llama, una voz grabada le dice: Bienvenido, 1 para hacer una compra, 2 para hacer un reclamo. Marca 1 y oye música, espera, se supone que llama mucha gente, sigue la música. Al rato se cansa de esperar y, tosiendo, corta. Vuelve a llamar y marca 2 para reclamar, pero le sale una mujer grabada diciendo que hay que enviar un mail… Se harta Chéjov. ¿Y si la hubiera invitado al cine de acá a la vuelta?... Contra lo que le conviene, habida cuenta del tiempo de espanto que vive la ciudad, decide ir él a sacar las entradas al teatro Colón. Si la montaña no viene a Mahoma… Suena el celular. Es Gorki diciéndole que no sabía que estabas enfermo, me lo acaba de decir Stanislavski, perdoname, él sí aceptó ir al partido, nos mantenemos en contacto, cuidate que El jardín de los cerezos será un golazo y te ganarás el Nobel, abrigate y tomate un té con alguna pastillita, bueno, qué te voy a aconsejar si el médico sos vos. Nos vemos en el estreno, chau. Chéjov suspira, se coloca el abrigo, se enrosca una muy gruesa bufanda y negándose a pensar que seguramente la semana pasada se ha contagiado en el pabellón de tuberculosos, sale optimista animado por la olímpica consigna de Google: “me siento con suerte”, poniéndole cuernitos a la tos, al mal tiempo y la mar en coche, más optimista que Messi si le hubieran dado una segunda oportunidad luego de haber pateado el maldito penal a los santísimos cielos…

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