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Contratapa|Viernes, 30 de enero de 2004

Los efectos K

Por Rodrigo Fresán
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UNO “Llega tu presidente y se jodió todo... ¿a esto es a lo que llaman ustedes el Efecto K?”, casi me acusó un amigo catalán el martes por la mañana. Y, claro, es una postura infantil, maleducada y, sí, dolida. Cuando el horror es tan horrible, se culpa a lo primero que se cruza en la mira. Y lo cierto es que todo estaba preparado para que ésta fuera una celebratoria Semana Kirchner: las páginas de los diarios apuntaban una y otra vez datos acerca de “la milagrosa recuperación” y “la senda del crecimiento” por la que ahora transita y disfruta la Argentina; mientras las noticias económicas locales advertían –por centésima vez– acerca del record de endeudamiento de la familia tipo española hipotecada hasta las cejas y seducida por la “burbuja inmobiliaria” y la “especulación del ladrillo”: especulaciones que sostienen cada vez con mayor esfuerzo y dificultad al espejismo de la bonanza ibérica. Así –ésa es la impresión que transmite a la hora de las comparaciones el inconsciente colectivo ibérico– la Argentina sólo puede subir después de haber caído tan bajo; mientras que es posible que a España le espere algún castigo del tipo bíblico por los excesos cometidos. Todas estas abstracciones e hipótesis a futuro se desdibujaron ante los embates de la realidad presente al saberse que el conseller en cap Josep Lluís Carod, segundo del recién estrenado gobierno de izquierdas catalán (una novedosa alianza entre el Partido Socialista de Cataluña, Esquerra Republicana e Iniciativa Verds, presentada y asumida como una suerte de Camelot luego de casi un cuarto de siglo del Convergencia y Unión de Jordi Pujol) había metido la pata en la mierda hasta el cuello. Carod hizo algo que no se hace: se había entrevistado el 4 de enero pasado en Francia –sin pedir permiso ni avisar a sus superiores– con dirigentes de ETA, uno de ellos el cerebro de la organización Mikel Antza, para pactar una tregua o algo así. Luego de seis horas de conversaciones –cabía esperarlo– no se pactó nada salvo la inevitable tormenta de mierda que ahora azota a todo y a todos. Un kilombo con k. El asunto, claro, es grave; y no ha demorado en desatarse una discusión de proporciones épicas y derivaciones todavía insospechadas donde se discute desde la torpe ingenuidad de ciertos políticos hasta los tejes y manejes del poder a la hora de revelar ciertas informaciones a la ciudadanía toda. Porque el soplo llegó al periódico ABC a partir de una filtración de un informe del Centro Nacional de Inteligencia entregado –dicen– en mano a Aznar. Dicen, también, que hay fotos del encuentro entre Carod y los dirigentes etarras. Y, claro, la pregunta es por qué si los tuvieron al alcance de la mano y del zoom de la cámara, por qué no los agarraron; o por qué esperaron a que comenzara la campaña electoral para denunciar la reunión. Interrogado Aznar, su respuesta fue “Yo no hablo de eso”. De lo que hablan todos, ahora, es de que gracias a tropiezos y filtraciones, el Partido Popular –que figura primero en todas las encuestas pero al que el PSOE venía recortando distancias– ahora ganará por mayoría absoluta su tercera estadía en el gobierno.

DOS Todo esto significó que la segunda incursión del esperado Efecto K por España fuera –aunque agradable– un efecto más residual que contundente. En la conferencia de prensa junto a Aznar –los dos parados detrás de esos coquetos atriles altos, Kirchner con esa anatomía casi frankensteiniana–, el español contestó muchas preguntas sobre el Catalunyagate mientras el argentino recién aterrizado y miraba con ojos de jet-lag y cara de qué hago yo acá. En cualquier caso, todo parece indicar que esta segunda visita del argentino ha causado mucha mejor impresión que la anterior, julio del 2003, cuando –según palabras de José María Cuevas, directivo representante de los empresarios locales– “nos ha puesto a parir” conacusaciones de y reproches y amenazas varias. La cosa se recompuso un poco con el viaje de Juan Carlos I a la Argentina el pasado noviembre; lo que no impidió que Kirchner –otra filtración– le hubiera dicho que “ni el rey” lo convencería de revisar ciertos contratos españoles con demasiada letra pequeña y que mareara a la de por sí eternamente confundida ministra de Exteriores Ana Palacio.
En cualquier caso, esta segunda venida ni siquiera había sido considerada por gobierno o Palacio como “visita oficial”. Kirchner llegaba simplemente a la inauguración de Fitur, una de esas ferias turísticas donde gente con trajes autóctonos te sirve bebidas folk y te sepulta en folletería de papel satinado. Lo que no impidió que –gracias a la conducta más pacífica de Kirchner y el alentador estado de las cuentas argentinas– los hombres de negocios locales lo hayan recibido como adalid de una nueva política continental, y que rey y políticos se hayan entrevistado con aquel a quien se le atribuye la existencia de “una nueva Argentina”.
Por la noche, luego de tantos otros efectos K –el efecto de las críticas de David Kay, ex jefe de la misión de búsqueda de armas de destrucción masiva, a la conveniente sobreestimación de la CIA acerca de la potencia bélica de los arsenales de Saddam; el efecto del ascenso del senador demócrata norteamericano John Kerry sobre su rival Howard Dean, víctima de su propio grito en los pasados caucus de Iowa; el efecto del fantasma del mártir y suicida David Kelly sobre el presidente de la BBC– sintonicé un noticiero y ahí estaba Kirchner: sonreía en uno de esos galpones inmensos donde crecían los stands de muchos países mientras bailaban a su alrededor, con entusiasmo tan automático como obligado, varios aborígenes for export de todas las tribus de esa América que alguna vez supo ser parte de esta España cada vez más dividida. Cabe pensar que todos tenían los papeles en regla. Por eso bailaban, ¿no? Y después siguieron y volvieron a lo del Kaboom de ETA.

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