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Contratapa|Miércoles, 19 de octubre de 2016

Una luz en las tinieblas

Por Julio Maier *
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Nuestra vicepresidenta acertó con la frase acerca de la luz al final del túnel, sólo que cometió al menos dos yerros: el primero es temporal o de distancia acerca de cuándo alcanzaremos la luz o cuánto queda para el final del túnel; el segundo es de modo, acerca de cómo hay que hacer para llegar, cuál es el camino correcto a recorrer. Hoy me ha satisfecho conocer que un grupo de nuestros dirigentes, con los que no siempre concuerdo, de diversas expresiones políticas, trabajan juntos para superar al llamado neoliberalismo. Y, asimismo, creo que ellos han hallado el verdadero camino, al poner proa a un sistema democrático para todos, esto es, con inclusión social real o sin exclusiones, algo que en mi juventud fue llamado por el entonces partido político en el poder, del que yo no era adherente, construir una nación socialmente justa, políticamente soberana y económicamente libre.

Vengo sufriendo desde hace tiempo el contexto de que, cuando se habla de pobreza, falta de trabajo, inseguridad ciudadana, pena, cárcel, despidos y suspensiones laborales, por nombrar unos cuantos problemas actuales muy promocionados, los partidarios del gobierno nacional tratan estos temas como si detrás de ellos no hubiera personas de carne y hueso. Ésa es la razón por la cual la mejoría de cualquiera de esas enfermedades no va referida a la tragedia actual y a ningún camino que intente, al menos, aliviarla, sino, antes bien, a promesas futuras respecto de un camino ya emprendido, inalterable, según el cual, hasta ahora, sólo se conocen resultados trágicos, sin que ello signifique comparación alguna. Ésa es también la razón por la cual un grupo muy determinado de personas, seguramente no muchas ni demasiadas a estar por las seguridades físicas y los consumos que adoptan para su reunión, festejan como si hubiera terminado una guerra y ellos fueran los vencedores.

Quizás tengan razón. Si así fuera, no existirá duda alguna acerca de que el individualismo extremo o el egoísmo para con los demás desde el punto de vista político-cultural, la propiedad privada como derecho humano sin limitación posible, desde el ángulo de vista de los principios jurídicos y éticos, el “cada uno es artífice de su propio destino y felicidad”, desde el atalaya de la vida social, o el “sálvese quien pueda” como principio de la educación y la formación, todas consecuencias claras de la desigualdad entre las personas –principio conducido hoy en día a extremos para mí insoportables que se ha dado en (mal)llamar meritocracia– habrán triunfado.

Por lo contrario, quizás con error de mi parte, yo creo que la igualdad real –no tan sólo jurídica– entre las personas, es el norte hacia el cual debemos encaminar nuestras políticas y modos de vida y que la mayor o menor cercanía o lejanía de ese ideal marcan la calidad de la vida gregaria en pueblos que han coincidido en organizarse como naciones. El consenso acerca de cuáles son las posesiones básicas individuales y de conjunto que corresponden a un ser humano para ser respetado como tal y ser considerado como agrupado en una nación es aquello que debemos definir y afianzar –no me cabe a mí duda– y ese andar pasa por la justicia social y la inclusión solidaria de quienes no pueden hacerlo por sí mismos por carecer de la fuerza suficiente, por la soberanía de ese pueblo para decidir sobre su destino sin intromisiones extrañas y por la independencia de criterio para elegir el camino hacia esa finalidad.

En verdad, todos los problemas actuales –pobreza, inclusión social, seguridad individual y social, pena, cárcel, propiedad, colaboración tributaria, etc.– son, en cierta manera, difíciles de solucionar en la realidad, pero, sin embargo, dependen de un principio básico que nos enseña tanto el camino a seguir como el sendero equivocado. Acudiendo a un ejemplo ligado a mi profesión: soy un convencido de que la tan mentada inseguridad (común) depende, básicamente, de la desigualdad social, así como el índice de seguridad depende de la distancia hacia el ideal de la igualdad; por lo contrario, no depende de la mayor o menor cantidad de cárceles y de encarcelados.

Pero, conforme a lo dicho, lo que menos comprendo de la prédica gubernamental actual es la plegaria y rezos a quienes están afuera de nuestra nación para que vengan a solucionar el problema que nosotros todos, con nuestras fuerzas, no podemos solucionar, para que inviertan y nos saquen de pobres, con lo cual, sin duda, eventualmente, nos pueden devolver a la pobreza cuando les plazca. Mi religión predica que una nación debe arreglarse con aquello que crea y produce (Plan Fénix), al menos como solución básica que no desecha la ayuda externa, pero que no apuesta tan sólo a ella.

* Profesor emérito de DP y DPP, UBA.

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