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Contratapa|Lunes, 9 de febrero de 2004

¡Con seguridad!

Por Juan Sasturain
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La soberbia de querer controlar el tiempo, la pretensión de neutralizar el azar y el afán de conservar de cualquier forma lo dado o adquirido –salud, poder, belleza, bienes, privilegios– están en el origen y constituyen la base de la “ideología de la seguridad”, esa basura hoy omnipotente que vale tanto para el cuidado y los intereses del Estado como para los de la entrepierna o la casa quinta. Desde el cero en el arco propio a la vacuna contra la caspa, del control de fronteras a las compañías aseguradoras de casillas de perro policía, priorizar la seguridad como un valor absoluto es una manera de ir contra la vida y de –en el fondo– no entender nada. Las cosas no son así.
Por ejemplo, el cuerpo tiene agujeros y recovecos. Ventanas más o menos peludas, pliegues, desagües, cavernas que comunican o insinúan la humedad, lo viscoso, la oscura vida interior. Hoy, la exacerbada cultura de la higiene tolerancia cero aconseja obturar / tapar / cubrir / disimular y en general mantenerlos limpios y callados. Y sin olor, claro. La metáfora del bicho encerrado no es excesiva: en la mitologizada ideología consumista asociada con la limpieza extrema, la pulcritud es una cuestión sobre todo de seguridad, de no dejar salir, de controlar lo que fluye de adentro hacia afuera, de portería corporal. Y eso lo explicitó, antes que nadie, entre avisos y sin avisar como si hablara de otra cosa, el enfático Alberto Palese, más conocido por radio y televisión como Cacho Fontana.
Fontana hizo muchas cosas –y las hace aún, cuando y donde puede– en los medios. Muchas buenas y algunas muy buenas, como el Fontana Show en las mañanas de Rivadavia, con las desatadas Morán y Vignola, que se reían como locas. Sin embargo, para la memoria colectiva Cacho Fontana fue, durante años, el impecable conductor del concurso de preguntas y respuestas emblemático de la televisión argentina en blanco y negro: Odol pregunta.
El del dentífrico era un programa serio, o lo pretendía, por estar asociado con la idea de la recompensa del saber –“Por un millón de pesos”, completaba el slogan– y Fontana encarnaba esa seriedad, compartía el aire de confianza que se trasladaba del programa al conductor y de éste al producto auspiciante por carácter transitivo. Hoy –tras el papelón de una AFJP que sembraba promesas mientras la gente cosechaba poco–, un programa así podría ser auspiciado sin pudor por una marca de forros; entonces, no.
En Odol pregunta hubo secuencias apasionantes, con risa y llanto, y participantes memorables, como el increíble flaco Marateo –que reconocía el canto de cualquier pajarito– y algún otro igualmente pintoresco; en medio de eso, Fontana encarnaba la seriedad y la mesura con lo que por entonces se entendía por actitud profesional. Cacho equilibraba, en su estilo de palabra y gesto, la sobriedad y cierta autoridad la marcación rotunda y acentuada: era la voz portadora de la verdad. Por un lado, vendía la honestidad de un producto al que ayudaban las dos “o” y la “l” final casi futbolera –Fioravanti podría haber dicho “Odolll” con similar idoneidad–; por otro, ratificaba, papel en mano y gesto levemente demorado, la corrección de una respuesta con la frase clave: “¡Con seguridad!” Y el aplauso estallaba.
¿Qué significaba ese enfático, histórico “¡con seguridad!”? Sin duda que no siempre se correspondía ni mucho menos con las vacilaciones y sudores fríos del participante que había embocado la respuesta adecuada. Es que Fontana vendía Odol –el slogan de Odol–, que ya entonces no era dentífrico sino “crema dental” y que ya no sólo limpiaba los dientes (función específica) sino otorgaba “seguridad” en el trato: la seguridad de ser aceptado socialmente al tener los dientes limpios y el aliento perfumado. Si uno se limpia los dientes –una, dos, tres, cinco veces por día y se pasa el hilo dental y se hace buches– tendrá menos problemas en sus relaciones personales, le irá mejor, porque se sentirá “seguro” de no tener una traidora lechuga pegada en el incisivo o baranda al salame delmediodía. Sin embargo, al mismo Cacho, sin ir más lejos, la seguridad y los dientes limpios y parejos no le impidieron zafar del maltrato cuando humanamente le tocó. Vivir no es tarea de profesionales.
Hoy, el “problema de la inseguridad” es el lugar común que pasa de las voces cantantes y sonantes de los cruentos noticieros a los mil avisos de toallitas higiénicas que se les intercalan. Rejas y algodones: que no entren a sacarme lo que tengo y que no se me salga lo que llevo adentro.
Cabe recordar que –como se sabe– en la Argentina, a Seguro es a uno de los pocos que lo llevaron preso.

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