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Contratapa|Viernes, 12 de marzo de 2004

Teléfonos móviles

Por Washington Uranga
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Un testigo del escenario sangriento construido en Madrid tras el atentado relataba que, en medio del desastre, de los hierros retorcidos y de los síntomas evidentes de la muerte, los teléfonos móviles sonaban de manera insistente, impertinente, desesperada, buscando del otro lado una voz que hablara de vida, un aliento de esperanza. Muchos de esos teléfonos no tenían ya quien respondiera. Muchos y muchas de los que quisieron encontrar una respuesta de vida nunca la hallaron y no la encontrarán jamás. Seguramente por la televisión, desde algún lugar, los autores de la masacre habrán observado con satisfacción y cinismo el escenario de muerte que ellos construyeron. Y muy probablemente hayan celebrado su hazaña basados en supuestos argumentos ideológicos que ya nadie puede sostener, como no pudo sostener Bush su mentira de las armas letales de los iraquíes para arrasar con un pueblo pobre y prácticamente indefenso. Frente a la muerte, real, concreta, terriblemente pragmática, no hay argumentos ni caben reflexiones. Nada ni nadie puede sostener que sobre la muerte se puede construir nada que tenga que ver con la vida. Ningún sembrador de muerte puede arrogarse para sí una causa en favor de la democracia y los derechos humanos porque éstos se basan en el bien inapreciable de la vida. Los sembradores de la muerte no pueden esperar de la sociedad otra reacción que no sea la condena unánime. Pero no nos equivoquemos. Que no se suban al carro de los justos aquellos que, desde el poder hegemónico, desde el poder militar y económico, matan y generan condiciones para más y más muerte. Y entonces, aunque parezcan iguales, aunque usen las mismas palabras, no todas las condenas al atentado de Madrid tienen el mismo valor, no todas se hacen con el mismo sentido. La humanidad está de luto. Todos los que luchan por la vida lo están. Y ahora entraremos en el debate acerca de los autores. Por supuesto, el enanismo político y humano de varios quedó en evidencia de inmediato al precipitar las interpretaciones y las acusaciones para sacar rédito e, incluso, para cubrir con esta barbarie las propias atrocidades y complicidades con horrendos crímenes. Pero lo cierto, lo único cierto y dolorosamente tangible es la muerte. Eso es lo que nos interpela como humanidad, como personas, como hombres y mujeres que habitan este mundo, la mayoría de los cuales luchan y luchamos por lograr una vida mejor. No hay lugar para la duda: el único camino posible es la condena terminante a la violencia y a la muerte. Pero en medio del dolor no perdamos de vista a todos esos fabricantes de muerte, lobos disfrazados de corderos, que hoy se visten de pacifistas y demócratas para sumarse al coro del dolor.

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