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Contratapa|Viernes, 2 de abril de 2004

Preguntas, preguntas

Por Juan Gelman
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Richard Clarke.
En Estados Unidos se suele bautizar a los huracanes con algún nombre de mujer. El que está devastando la Casa Blanca porta nombre de varón, se llama Richard Clarke, fue jefe en materia de antiterrorismo de Bush hijo y desde hace dos semanas está sometido a ataques virulentos de los “halcones-gallina” de Washington. Es cierto que su pecado es grande: reitera una y otra vez lo dicho en su libro Against All Enemies: Inside America’s War on Terror (Contra todos los enemigos: en los adentros de la guerra de EE.UU. contra el terror), o sea, que el gobierno pudo pero no hizo lo necesario para defender al país de los ataques del 11/9. El huracán Clarke socava la pretensión reeleccionaria del “presidente de la guerra”, que basa su campaña electoral en los presuntos logros de su lucha antiterrorista. Una encuesta de la empresa Polister Rasmussen (The Guardian, 28/3/04) otorga al demócrata John Kerry una ventaja de tres puntos sobre W.: 47 a 44, respectivamente, si las elecciones se realizaran ya. Claro que faltan meses para los comicios y algunos asesores de Bush hijo están afirmando que su campaña cambiará de eje para recuperar el terreno perdido.
Tal vez lo consigan. Es improbable, sin embargo, que se aquieten las preguntas que buena parte del pueblo estadounidense se formula y formula. ¿Por qué las audiencias públicas de la comisión independiente que investiga los hechos del 11/9 se llevan a cabo sólo ahora, tan tarde, a más de tres años del brutal atentado? ¿Por qué no rodaron las cabezas dirigentes de la CIA, el FBI y demás organismos responsables de evitarlo? ¿Cómo fue posible que dos horas después del secuestro de cuatro aeronaves ningún caza de la fuerza aérea yanqui levantara vuelo para impedir al menos que una de ellas surcara el espacio aéreo de Washington y se estrellara contra el Pentágono? ¿Por qué los ingentes recursos que devora la guerra contra el terrorismo se destinaron y destinan sobre todo a la invasión y ocupación de Irak y muchos menos a terminar con Al Qaida? Y luego: la intervención en Afganistán y la invasión a Irak, ¿debilitaron realmente a Osama o más bien fomentaron el odio antinorteamericano en los países árabes y sumaron voluntarios y reclutas a la causa del terrorista millonario?
El libro de Clarke es demoledor porque no polemiza, se limita a relatar. Al día siguiente de los atentados, Bush hijo lo citó así como a otros asesores, y les dijo: “Averigüen si lo hizo Saddam”. Clarke le respondió, sorprendido: “Pero, señor presidente, fue Al Qaida”. Bush replicó: “Lo sé, lo sé, pero averigüen si Saddam está involucrado, quiero conocer cualquier indicio de ello”. En Bush at War (Bush en guerra), Bob Woodward, el periodista que sacó a luz el escándalo Watergate en colaboración con Carl Bernstein, anota una confesión de W.: “Nunca sintió la urgencia” de lanzarse contra Bin Laden, ex agente de la CIA. Pero más contundentes aún son las declaraciones que Sibel Edmonds, ex traductora del FBI, confió el 26 de marzo último al sitio www.salon.com: el FBI tenía “mucha información disponible” sobre el plan de Al Qaida de perpetrar un ataque con aviones contra objetivos en EE.UU.
Sibel Edmonds –de origen turco y ciudadana estadounidense desde hace diez años– habla fluentemente farsi, árabe y turco, y por esas capacidades el FBI la contrató el 20/11 luego de considerarla “limpia” al cabo de una prolija investigación de su persona. Trabajando media jornada a 32 dólares la hora, fue asignada al grupo que investigaba el desastre del 11/9 y tradujo centenares de documentos incautados en el 2000 por agentes del FBI en allanamientos de domicilios de sospechosos de terrorismo. También transcribió cintas grabadas con informaciones sobre terrorismo, lavado de dinero y otros delitos. Indignada por el artículo que la asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, publicó en The Washington Post (22/3/04), aseverando que antes del 11/9 no había información concreta acerca de la posibilidad de un atentado terrorista con aviones en EE.UU., Edmonds lo calificó de “mentira escandalosa” y reveló: “Había información (en junio-julio del 2001) de que estaba en marcha un complot de Al Qaida mediante el empleo de aviones, que se preparaba un ataque para dos o tres meses después y que algunos terroristas ya se encontraban en el país en mayo del 2001”.
La Edmonds testimonió en febrero pasado ante la comisión investigadora reunida a puertas cerradas, pero el enojo que le causaron las repetidas afirmaciones de “ignorancia” proferidas por los capitostes de la Casa Blanca la llevó a hacer público lo que sabía. Este mes se propone asistir a la comparecencia ante la comisión investigadora del director del FBI, Robert Mueller, y piensa hacerle dos preguntas: “En abril del 2001, ¿recibió un agente del FBI sobre el terreno información fidedigna de que se utilizarían aviones para atacar grandes ciudades (de EE.UU.)? ¿Y es verdad que un informante que trabajó diez años para el FBI le comunicó la existencia concreta de planes y de células terroristas en este país? No podrá negarlo”. Cabría agregar otras dos preguntas: ¿la Casa Blanca sabía del ataque y lo dejó ser para justificar ante la opinión pública estadounidense y mundial las intervenciones militares en Afganistán e Irak, y aun las que vendrán?

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