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Contratapa|Jueves, 16 de septiembre de 2004

VERSIONES

Por Rodrigo Fresán
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UNO Días atrás, en las últimas páginas de Stranger Than Fiction –libro que reúne ensayos autobiográficos y crónicas periodísticas de Chuck Palahniuk– leí algo que primero me llamó la atención y, enseguida, me produjo la admiración que nos produce la sencillez con que alguien consigue explicar un concepto muy complejo y, al mismo tiempo, muy común. Allí, Palahniuk escribe: “Tu vida no suele tener ninguna gracia cuando te sucede, durante esa primera vez. De hecho, la mayor parte del tiempo apenas puedes soportarla... Así que, al no poder ejercer ningún control sobre tu propia vida, descubres que al menos puedes controlar tu versión de tu vida. Por eso escribo”.

DOS Digamos que, sí, este es uno de los pocos privilegios exclusivos de la práctica de la literatura: es lícito mentir, deformar, reinventarse, reescribirse con luces o sombras. Así –entre muchos otros– tenemos al David Copperfield de Charles Dickens, al Martin Eden de Jack London, al Marcel de Marcel Proust, al Nathan Zuckerman de Philip Roth y al Borges de Borges... La lista, por suerte, es larga; porque no hay nada más atractivo que un autorretrato distorsionado por el papel y la tinta y la imaginación. El problema, claro, empieza cuando semejante derecho es utilizado por esos cuya profesión y negocio es –o debería ser– la redacción sin sombras ni dobles fondos de la realidad. Así, cada vez son más los hipotéticos firmes y realistas que se acogen a los beneficios de lo líquido y cambiante. Así, vivimos sumergidos y ahogándonos en versiones que flotan y nadan, felices, en un océano que alguna vez fue tierra firme o, por lo menos, esa breve pero sólida islita unipalmeral donde un náufrago espera la llegada de un barco que lo rescate y lo lleve de regreso a aquello que, a falta de un nombre mejor y para no complicarnos demasiado la vida, hemos dado en llamar civilización.

TRES Ese náufrago –purificado por los ritos de la soledad y las mareas de la inocurrencia– lo notaría de inmediato. Le alcanzaría con hundir la cabeza en el agujero negro de un noticiero donde ahora todo es vía satélite y, ah, recuerdo aquellos noticieros blanquinegros de mi infancia donde toda conexión internacional en vivo y en directo era una rareza, un acontecimiento. Ahora todas son versiones. Hay versiones de todos los sabores y para todas las ocasiones y –ese locutor que alguna vez fue el hombre que nos ofrecía datos inamovibles, certezas intocables– hoy no hace otra cosa que proponernos opciones con imágenes de fondo. La realidad como test multiple-choice y usted piense y elija lo que más le guste y convenga. Lo que alguna vez fue piedra ahora es aire y no precisamente puro; y vivimos tiempos donde todo es una posible conspiración alentada por la infinidad de variaciones desprendiéndose de un aria central que ya no podemos silbar porque su melodía ha perecido sepultada por el ruido blanco de jingles y slogans. Todo es hipótesis y todo son comisiones catando las diferentes versiones de lo que pudo haber sucedido. ¿Qué sucedió durante las últimas elecciones americanas? ¿Qué ocurrió el 11-S en USA?, y ahí está ese libro en la cima de las listas de best-sellers de no ficción desplazando al último manual de autoayuda. ¿Qué ocurrió el 11-M en Madrid?, y ahí vuelve de sus vacaciones ese grupete de investigadores cuya primera prioridad es decidir si llamarán o no a declarar a Aznar, quien había lanzado la versión que –seguro de dejar a su dinastía en el poder– se retiraba para siempre de la política para transmitir su evangelio desde fundaciones y universidades extranjeras y ahora, de pronto, resucita en el cargo inventado a medida de Presidente de Honor del Partido Popular. ¿Qué pasó en esa escuela de Beslán, en Osetia; quién disparó primero; fueron 300 muertos o 600? ¿Qué sucedió realmente durante el servicio militar de Bush y qué ocurrió en ese bote en el que viajaba Kerry por las descorazonadoras tinieblas de Vietnam? Y las versiones del millón de dólares que intentan responder a la pregunta de dónde está Osama Bin Laden y si Walt Disney está o no congelado. Escribo esto y alguien me obsequia la versión de que Osama está muerto desde hace meses y que los republicanos sacarán su cabeza del freezer –¿el mismo donde está Disney?– como golpe electoral y tiro de gracia y adiós Kerry y, sí, es una linda versión para arrimar a todas las otras versiones.

CUATRO ¿Habrá sido el magnicidio de JFK el disparo de largada de esta Edad de la Versión? Está claro que antes ya habían versiones, que la Historia siempre fue escrita por los que sobrevivieron para versionarla. Pero las versiones eran más lentas y duraban más: siglos de Tierra plana y del sol girando a su alrededor. Ahora todo es veloz y nada tiene tiempo de siquiera posarse, y una versión contradice a la otra, y todo es cada vez más parecido a la prensa rosa: chisme, suposición, hipótesis y qué será, será.
Para enfrentarse a semejante contaminación, caos y cacofonía, el gobierno de los Estados Unidos de América –Bush Incorporated– ha decidido tomar cartas en el asunto y emprolijar lo desprolijo proponiendo una única y fácilmente asimilable versión de todos los hechos y deshechos. La teoría y la práctica del asunto se llama Guerra contra el Terrorismo y es así: todo el que está en contra de las ideas del Imperio es un terrorista. Y listo. Y punto. Y Robin Hood y el Che Guevara y Batman (en las cornisas de Buckingham Palace o en un rascacielos de Ciudad Gótica) y cualquier día de estos Lincoln fueron y son terroristas. Sin matiz alguno, sin investigación a fondo, sin siquiera esperar a que suceda algo porque lo que se usa y se seguirá usando –así parecen indicarlo las últimas encuestas e imagínense cuatro años más de esto con un Bush reforzado en su fe y en su cruzada– será el concepto de lo preventivo. Putin ya anunció que él también se anotaba: pegue ahora y, si se equivoca, pague después; y qué te puedo cobrar si sos el dueño de la empresa, y a partir de ahora te podés llevar a casa una Uzzi en USA, y así hasta que la verdad sea una e indiscutible e invulnerable y sacra. Así desde ahora y para siempre. Así hasta que extrañemos esa isla en la que estábamos tan bien imaginando todo lo que podría llegar a estar ocurriendo en un mundo seguramente imperfecto y desbordante de contradicciones, sí, pero un mundo en el que por lo menos teníamos todas esas versiones para quemar y comer y vomitar y seguir inventando versiones.

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