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Contratapa|Jueves, 21 de octubre de 2004
LA FEALDAD EN EL FUTBOL

De la cabeza: forma y contenido

Por Juan Sasturain
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El fútbol nuestro o suyo de cada día, esa película en continuado con fondo verde, no suele dar mucho que disfrutar. Lo que se ve –con todo respeto por los transpirados protagonistas– suele ser muy feo. De vez en cuando un gol hermoso, un ida y vuelta emotivo, una pisada fuera de programa... Pero uno generalmente se aburre o se amarga, según cuánto se involucre, y a veces ríe por no llorar. Es como alternar entre El regreso de los muertos vivos y un compilado de Los Tres Chiflados. No obstante, con el correr de la sufrida pelotita y sus pertinaces maltratadores siempre algo queda para pensar: específicamente, un par de ideas con respecto a la forma y el contenido del coco futbolero.
Es sabido que en épocas de mayor impunidad satírica y menos intereses creados, en el periodismo oral y escrito solían ser bastante frecuentes las referencias a la cabeza de los jugadores. Dos brillantes y políticamente incorrectas imágenes han perdurado: una es la idea de jugar con un balde invertido colocado en la cabeza; la otra, la de tener un dado sobre los hombros (o la cabeza con forma de dado, con mayor propiedad). Si no recuerdo mal, el usuario del metafórico balde resultó ser un incisivo puntero derecho de Boca de fines de los cincuenta, Raúl Nardiello, alias Motoneta, que se caracterizaba tanto por su velocidad como por la falta de discernimiento a la hora de resolver las jugadas: no miraba a los costados, no veía a nadie. Lo de la cabeza con forma de dado surgió también espontáneamente para graficar la dificultad de un defensor, cuyo nombre no ha perdurado, para devolver las pelotas altas con algún destino cierto o previsible.
En un caso, el del balde, con la metáfora se señalaba una deficiencia de tipo táctico; en el otro, la cuestión del dado, se trataba de ironizar sobre una limitación técnica. Es decir: problemas con la parte externa o en el interior de la cabeza.
Porque táctica y técnica son en el fútbol dos conceptos contiguos, interdependientes pero no asimilables ni sujetos a confusión. La táctica, subordinada a una estrategia general, tiene que ver con la disposición del equipo en la cancha y la elección de sus movimientos: implica al conjunto y al uso de los espacios. Es por lo tanto área privilegiada para el trabajo del entrenador, al que no se sabe por qué carajo se llama director técnico cuando lo suyo es, entre otras cosas, la elaboración tácticoestratégica de cada partido.
La aptitud táctica (de la que se supone carecía Nardiello, el del balde) es cosa mental, tiene que ver con asimilación de conceptos, eventual mecanización de movimientos, capacidad para elaborar y ejecutar maniobras predeterminadas y, en el mejor de los casos, para elegir tiempos y ritmos, discernir lo mejor en cada situación dada. El manejo de la técnica, por el contrario, no es cosa mental sino más bien física y tiene que ver con la ductilidad en el control y manejo de la pelota. La habilidad, la capacidad de gambetear y resolver con economía de tiempo y movimientos, la buena pegada, el buen cabeceo, el uso del cuerpo y los perfiles son cualidades técnicas. El hombre del dado, como el futbolista de pies redondos, tiene problemas de técnica.
Hay dos cosas que parecen ciertas: que los grandísimos jugadores combinan la inteligencia táctica con la exquisitez técnica –el ejemplo actual y cabal es Zidane, claro que sí– y que tanto la táctica más ajustada como la técnica más exquisita necesitan el complemento imprescindible de dos elementos: el (buen) estado físico y la actitud espiritual. Hay que (poder) correr y poner siempre.
Hay y ha habido jugadores de muy buena técnica –habilidosos, incluso de buena pegada– que suelen carecer de visión táctica; pero el fenómeno de esta época es el inverso: jugadores de desarrollada disciplina –no aptitud– táctica que tienen muy poca técnica. Así, baldes y dados, cegueras tácticas y limitaciones técnicas, reaparecen continuamente actualizados en cada penoso espectáculo que nos contamina por la tele. Es decir: se juega mal a la pelota, se la maltrata; y se juega mal al fútbol, se lo desprecia. Eso sí: todos corren como unos desaforados –“dejan todo”– y cumplen con lo que se les indica tratando de estar concentrados y no cometer distracciones.
¿Por eso el fútbol que vemos es tan feo?
Una razón elemental es que faltan –porque están afuera– casi todos los mejores doscientos jugadores. Hoy se ponen las camisetas algunos pibes madurados de apuro, otros muchos que eran habituales suplentes y algunos retornados que están de media vuelta. Es lo que hay. El fútbol argentino está siendo vaciado desde hace rato y ahora, tras raspar la olla, recalientan comida vieja, sirven las sobras o un fast food semicrudo.
Pero hay algo más, para volver a la primera línea de razonamiento. La proliferación de torpezas tiene que ver con haber desterrado la buena técnica y la capacidad de discernimiento táctico como primeras aptitudes deseables en el jugador. Primero, se ha sustituido la técnica –que se adquiere en el contacto con la pelota– por la capacidad de desplazamiento físico y capacidad aeróbica: primero atletas, no jugadores. Y eso, desde inferiores. Después, se ha puesto toda la responsabilidad táctica fuera de la cancha: el entrenador decide cómo jugar y lo ordena a los elegidos ejecutores de la táctica (no distraerse: no cometer errores, estar concentrados). El jugador moderno ideal no juega sino “cumple”: entrena para estar a punto y obedece sin distraerse.
Si es para ver eso, mejor que vuelvan a transmitir los desfiles del 9 de Julio.

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