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Contratapa|Lunes, 6 de mayo de 2002

Macartismo vs. ciencias sociales

Por Aníbal Ford*

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El macartismo tiene tiempos largos y ahora está refloreciendo con fuerza. Uno de sus ejes está en la “crítica” a las universidades norteamericanas, fundamentalmente a los departamentos de ciencias sociales y humanidades (algo que conocemos bien en la Argentina). Una prueba de esto es el artículo que acaba de escribir Linda Bowles, mujer del secretario de Justicia de Bush, en la revista para hispanoparlantes Contacto. Ahí afirma con desparpajo: “No es nada nuevo que muchos de los profesores de universidades como Harvard, Yale y Princeton no piensan como la mayoría de los (norte)americanos, y no hacen ningún esfuerzo por ocultar su desprecio por la cultura occidental, la fe religiosa, el patriotismo y el capitalismo. Piensan confusamente que al comunismo o a algo por el estilo se le debería dar otra oportunidad”. Linda recurre a encuestas realizadas con profesores para fundamentar su afirmación. Se asusta porque el 84 por ciento apoyó a Al Gore y sólo el 9 a George Bush o porque el “40 por ciento de los profesores apoya dar compensaciones económicas por la esclavitud, una posición que, según las encuestas nacionales, sólo comparte el 11 por ciento de la población”.
Bowles recurre a parejeros para fortalecer su opinión. Como Lee Bockhorn, editor de The Weekly Standard, quien afirmó que “los profesores de las universidades (norte)americanas están, en su conjunto, un poco a la izquierda del Che Guevara” (sic), o a Arnold Beichman, un académico de la Hoover Institution, quien afirmó en el Washington Times, bajo el título de “Bárbaros dando clases”: “Estos intelectuales irracionales... están hoy entre nosotros como lo estuvieron en 1932 Theodore Dreiser, Sherwood Anderson, Erskine Caldwell, Edmun Wilson, John Dos Passos, Malcon Cowley y Upton Sinclair”. Revisionismo de derecha, que no sólo quiere borrar la mejor literatura norteamericana, sino condenar todo tipo de revisión crítica. Está crece, según Bowles, en materias “suaves” de humanidades “como inglés, literatura, historia y sociología” afirmando con un brutal desconocimiento de las complejidades del conocimiento científico en cualquier disciplina: “La razón es muy simple. Si uno está enseñando matemáticas, física, química o biología, por ejemplo, lo verdadero y lo falso están claramente diferenciados. La materia tiene un rigor intrínseco (sic). No es así si uno está enseñando una versión revisionista de la historia o una versión feminista de las obras literarias de `hombres blancos muertos’. En estos casos, los temas se pueden aprovechar para criticar ácidamente las tradiciones, valores y cultura de Estados Unidos. Cualquier estupidez puede pasar por una opinión ‘profunda’ y hasta se puede alegar que la misma acusación de estupidez es una prueba de ‘prejuicios’...”
Me detengo en esto por dos razones: la primera porque es algo más que una tendencia. Es algo que ya está funcionando y como bien sabemos lo que pasa allá pronto se traslada a nuestros pagos. La segunda es porque pone en evidencia dispositivos que muchos de nosotros hemos padecido. Cuando en la carrera de sociología de la etapa de Germani se estudiaba la familia salían artículos diciendo que en Sociología se destruía la familia; la dictadura militar llegó, entre muchas otras aberraciones –y contradiciendo a la Bowles– a prohibir la matemática moderna; Grondona llegó a afirmar que en la Facultad de Filosofía y Letras del ‘73 se había puesto en práctica un “multiculturalismo” que atacaba los valores de Occidente. Y podría seguir hasta hoy con los ejemplos más variados. Lo cierto es que en estas etapas, y sin desconocer el valor crítico de las ciencias “duras” que, recordemos, fueron el centro de la represión de la no terminada “Noche de los Bastones Largos”, hay una fuerte reacción contra las disciplinas que revisan, estudian, ahondan las estructuras sociales y económicas y los procesos culturales. Si esto sucede en Estados Unidos apuntando en parte a estudios culturales que para nosotros sonmuchas veces livianos y snobs, qué puede suceder con un pensamiento crítico sólido y comprometido políticamente. Pienso a nivel de instituciones, de presupuestos, de apoyos para analizar a fondo nuestra situación nacional, latinoamericana, internacional. Las humanidades y las ciencias sociales son saberes imprescindibles y estratégicos que marchan con la historia y no con el statu quo. De ahí el ataque, muchas veces solapado, que reciben o van a recibir en nuestras sociedades.

* Escritor y profesor consultor de la UBA.

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