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Contratapa|Domingo, 19 de junio de 2005

OCUPACIONES

Por Juan Gelman

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Fue fatídico el lunes 13 pasado para Larry Franklin, coronel de la reserva y funcionario de nivel medio del Pentágono: se conoció que un juez de Alexandria, Virginia, le había iniciado un proceso por dedicarse a espiar para Israel. Un escrito de 20 páginas lo acusa de conspiración y entrega de información clasificada a personas no facultadas y no autorizadas para recibirla y a un “agente y representante de un gobierno extranjero” (www.usdoj.gov/usao/vae/Archi vePress/JunePFArchive/05/20050613frankli nI.pdf).
Según informaciones periodísticas, “las personas no facultadas” son Steve Rosen –ex director de Política del Comité estadounidense-israelí de asuntos públicos (Aipac, por sus siglas en inglés)– y Keith Weissman, especialista en Irán y hoy ex asesor de ese organismo. El “agente y representante de un gobierno extranjero” es Naor Gilon, director de Política de la Embajada de Israel en Washington (The Washington Times, JTA News, 14-6-05). Espiar es un oficio, pero espiar al mejor amigo es un escándalo, dijera D’Alembert.
Franklin se desempeñaba al frente de la sección Irán del Pentágono y fue descubierto casi por casualidad: hace cuatro años que el FBI –luego de detectar un operativo israelí de espionaje en gran escala en la costa este de EE.UU., Nueva York y New Jersey incluidos– vigila a ciertos diplomáticos israelíes y filmó en un hotel de Washington la comida que Gilon compartía con Rosen y Weissmann, cuando Franklin hizo su aparición (World Peace Herald, 9-12-04). Cabe aquí explicar qué es el Aipac, considerado uno de los cuatro lobbies más poderosos y efectivos de la capital norteamericana. Es proisraelí militante: en su reunión anual de este año, que reunió a cinco mil participantes, su director Howard Kohr manifestó que esa presencia enviaba “un mensaje a todos los adversarios de Israel, que Aipac y la comunidad judía aquí estamos y aquí nos quedaremos” (The Washington Post, 24-5-05). Lo dijo en pleno escándalo: el 27 de agosto de 2004 la CBS había anunciado que el FBI investigaba a un miembro del Pentágono involucrado en actividades de espionaje al servicio de Tel Aviv.
No parece que móviles económicos movieran a Franklin a practicar la traición: es un neohalcón convencido de la necesidad de aplastar a Irán y de modelar el Medio Oriente a gusto de Israel. Está acusado de pasar información “que podría emplearse en perjuicio de Estados Unidos y en beneficio de una nación extranjera”, y del escrito del fiscal de Virginia se desprende que Tel Aviv utilizó al Aipac para obtenerla. La razón es clara: Israel está más que interesado en conocer íntimamente la posición de la Casa Blanca respecto a Irán para influir en ella. La acusación afirma que Franklin pasó, entre otras cosas, un informe presidencial interno que definía las políticas del gobierno Bush frente a Teherán. Se encontraba con los dos hombres del Aipac en la Union Station de Washington –“los tres iban de un restaurante a otro y terminaron la reunión en un restaurante vacío”, dice el escrito–, aunque pronto pasó a verse directamente con el diplomático israelí. Se reunió con Gilon 14 veces, siete con Rosen y Weissman, y es de imaginar la cantidad de documentación secreta que entregó a Tel Aviv.
Es evidente que los conspiradores –así los califica la acusación– se cuidaban de posibles seguimientos, pero no ejercían la cautela en conversaciones telefónicas que el FBI no tuvo, ni tiene, inconveniente alguno en registrar. Después de varios llamados a la embajada israelí, siempre atendido por Gilon, Franklin se reunió con éste el 30 de enero del 2003 para conversar sobre el programa nuclear iraní, una preocupación central de Israel. Esos encuentros menudearon de febrero a mayo, a vecesen el Club Atlético del Pentágono, y en uno de ellos participó Uzi Arad, un agente con 25 años de carrera en el Mossad, el organismo de espionaje israelí, del que llegó a ser director de inteligencia. En junio del 2004 Franklin proporcionó a Gilon “información clasificada obtenida de un documento clasificado del gobierno de EE.UU. relativa a las actividades de un país del Medio Oriente en Irak”. La módica prosa del escrito de acusación también señala que Franklin pasó información atinente “a las actividades de información de inteligencia de un país extranjero”. Tal vez se trata de una referencia al hecho de que la CIA logró descifrar el código del servicio de espionaje iraní, un dato que finalmente llegó a Teherán por obra y gracia de Ahmed Chalabi, líder de un grupo de oposición al gobierno de los ayatolas.
La investigación del FBI va mucho más allá del caso Franklin: abarca, entre otros, el tema de la fabricación de documentos falsos que sugerían que Saddam intentaba comprar uranio enriquecido a Níger y esto involucra a no pocos “halcones-gallina” de alto nivel, esos que, con Rumsfeld a la cabeza, mientras EE.UU. invadía Irak ya planeaban bombardear a Irán. Era notorio que Franklin pertenecía “a un grupo muy cerrado proisraelí de halcones del Pentágono” (Neewsweek, 6-9-04) y cabe suponer que no practicaba solo sus actividades de espionaje. El acta de acusación identifica, sin nombrarlos, a dos civiles relacionados con el caso, tal vez los mismos que intentaron subrayar los operativos contra Irán en un documento presidencial muy clasificado. (Herald Today, 2/9/04).
Ese grupo de discípulos del fascista Leo Strauss, entre quienes se destaca el ex subjefe del Pentágono y actual presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, valoriza el papel que juega Tel Aviv al azuzar el hambre de Medio Oriente que impera en la Casa Blanca. Hay confluencia de intereses, se dice, pero el caso Franklin demuestra que Israel no escatima esfuerzos para alimentarla, tiene cómplices en el corazón mismo del gobierno Bush y Aipac le sirve para cobijar actividades encubiertas en la casa de su mejor amigo. Además de ocupar territorios palestinos, ¿Tel Aviv ha ocupado también Washington? El proceso a Franklin comenzará el 6 de septiembre. Se esperan más sorpresas.

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