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Contratapa|Domingo, 24 de julio de 2005

¿El eje de qué?

Por Juan Gelman
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La foto registra algo que debe haber revuelto varios hígados en la Casa Blanca: el fuerte apretón de manos que el martes pasado se dieron el sonriente vicepresidente iraní Mohammed Reza Aref y el no menos sonriente primer ministro iraquí Ibrahim al Jaafani. El representante de un país ex miembro y el de uno todavía miembro del “Eje del Mal” emitieron el domingo 17 una declaración conjunta contra “el terrorismo que se puede extender en la región y en el mundo” y acordaron la construcción de un oleoducto de 40 kilómetros de extensión por el que circularán 150.000 barriles diarios de crudo iraquí en dirección a Irán, que regresarán refinados a Irak. No es todo: Teherán financiará el oleoducto, venderá 200.000 toneladas de trigo para atenuar el hambre en el país ocupado, le ofreció dos mil millones de dólares de ayuda y puertos para que le lleguen mercancías. Acompañado por ocho ministros de su gabinete, Al Jafaani visitó el mausoleo donde reposan los restos de Jomeini, el padre de la teocracia iraní, lo calificó de “clave del triunfo de la revolución islámica” y expresó la esperanza de “eliminar las páginas negras que escribió Saddam en el libro de los lazos Irán-Irak y abrir un nuevo capítulo de hermandad entre las dos naciones” (salon.com, 21-7-05). Si se recuerda la visita que hace 20 años Donald Rumsfeld realizó a Bagdad para alimentar la guerra de Saddam contra los ayatolas iraníes, se apreciará la densidad histórica de este nuevo golpe propinado a la visión estratégica de EE.UU. en la región.
Nace de una paradoja: Irak, cuyas reservas de oro negro son las segundas en importancia del planeta, anda escaso de petróleo. Las tropas ocupantes no controlan por completo el centro-norte y el oeste del país, los sabotajes insurgentes achican la producción petrolera de Kirkuk, el suministro del energético proviene sobre todo de los yacimientos de Rumaila en el sur y Bagdad carece de las instalaciones necesarias para refinarlo. Hay más: Al Jaafari es tan chiíta como Aref. El primer ministro iraquí estuvo exiliado nueve años en Irán, su Partido Dawa formó parte del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak –una invención del ayatola Jomeini destinada a sustituir a Saddam– y seguramente espera que la sorprendente declaración antiterrorista conjunta que se emitió en Teherán lo ayude a aislar a la insurgencia sunnita. Por otra parte, el Dawa no oculta su voluntad de que la ley islámica gane preponderancia en la sociedad iraquí. En el nuevo borrador de la Constitución de Irak se prevé que tribunales religiosos entiendan en cuestiones de la vida personal, especialmente en lo que hace a las mujeres (The New York Times, 20-7-05). Bajo Saddam Hussein, el Estado iraquí era laico. Bajo EE.UU., ya no lo será.
El gobierno iraní imita a Washington, contra Washington, y avanza en su estrategia petrolera. La semana pasada Teherán celebró “el serio compromiso” contraído por la India y Pakistán para construir un oleoducto que transportará petróleo iraní a los dos países. Funcionarios indios y paquistaníes del ramo, reunidos en Nueva Dehli, analizaron los aspectos técnicos, financieros, comerciales y jurídicos del proyecto. Su costo ascenderá a 4,5 mil millones de dólares y se concretará en el 2010, año en que –se estima– escaseará la energía en Pakistán. Es evidente que la dictadura paquistaní, aliada fundamental de la Casa Blanca en la región, no quiere pagar los costos del fracaso estadounidense en Irak. Tampoco Nueva Delhi, a la que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, transmitió “nuestras preocupaciones por la cooperación Irán/India” en la construcción del futuro oleoducto (The Daily Star, 15-7-05). El proyecto sigue adelante y se han programado ya conversaciones bilaterales entre Irán, India y Pakistán antes de converger en negociaciones conjuntas. Por algo W. Bush propala alarmas constantes acerca de las presuntas intenciones de Teherán de fabricar su propia bomba nuclear, tal como aseveraba antes que Saddam Hussein tenía un arsenal de armas de destrucción masiva que nunca se encontró. El hambre de petróleo iraní es el motivo central, claro. El declarado propósito busheano de “llevar la democracia a todo el mundo” contiene tres palabras verdaderas: encubre el designio de imponer la hegemonía norteamericana en “todo el mundo” para asegurar el abastecimiento de energía de EE.UU., amenazado por el agotamiento de los yacimientos en explotación. Se asiste a una lucha enconada por el control del oro negro y sus reservas. La reciente instalación de gobiernos “amigos” –y de bases militares– de la Casa Blanca en varias ex repúblicas soviéticas de Asia no sólo persigue el fin de cercar a Rusia: también el de impedir a Pekín el acceso a las reservas de gas natural y petróleo de la cuenca del Caspio. China ya constituye una seria amenaza para el proyecto hegemónico de Washington, pero tiene un talón de Aquiles: sus fuentes de petróleo son escasas y la tasa de su demanda energética crece anualmente más del 30 por ciento.
Años antes de Kosovo y de la ocupación de Afganistán e Irak, Zbigniew Brzezinski, ex consejero de seguridad nacional de Jimmy Carter, escribía la memoria del futuro en un artículo publicado por la revista Foreign Affairs (número de septiembre/octubre de 1997). “Eurasia –señalaba– posee el 75 por ciento de la población mundial, el 60 por ciento de su PIB y el 75 por ciento de sus recursos energéticos.” La potencia que dominara Eurasia ejercería una influencia decisiva en dos de las tres regiones económicamente más productivas, Europa Occidental y el este asiático y controlaría, casi automáticamente, el Medio Oriente y Africa. La forma en que se distribuya el poder en Eurasia territorial tendrá importancia decisiva para la primacía mundial de EE.UU. De esto se trata, pues. ¿Y la libertad? Bien, gracias.

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