Imprimir|Regresar a la nota
Contratapa|Sábado, 3 de diciembre de 2005

Cesio

Por Osvaldo Bayer
Sí, es cierto. Aunque nadie lo crea. El coronel argentino Juan Jaime Cesio fue descalificado por falta gravísima al honor con accesoria de pérdida del uso del grado, título y uniforme, por la dictadura militar de la desaparición de personas. La medida la tomó el general Bignone, sí, aquel que cerró el período de la infamia. Para vergüenza de la democracia argentina, esa medida sigue siendo válida. Por qué tan drástica medida militar contra él, se preguntarán todos. Porque el coronel Cesio acompañó a las Madres de Plaza de Mayo en una de sus marchas y declaró durante la dictadura que “bandas integradas por militares habían usurpado el gobierno” y que con “el mendaz propósito de combatir la subversión, cometieron delitos aberrantes, como el secuestro, la tortura y el asesinato de miles de personas”.
Es decir, el coraje de decir la verdad justamente en esa época, donde el casi ciento por ciento de los uniformados se callaron la boca y miraron para otro lado. Que la resolución la haya tomado el general Bignone no es para sorprenderse. Pero lo increíble y vergonzoso es que la democracia que nació en diciembre de 1983 también mirara para otro lado. De eso no se habla.
Hoy, Cesio sigue sufriendo la tremenda medida disciplinaria de la dictadura. Es decir, el héroe, en la Argentina, es el culpable. El dictador de manos manchadas de sangre es el juez. Y los demócratas aceptamos todo eso. Es absurdo. Infamante. Triste. Bussi, el peor de los asesinos uniformados, gobernador y legislador en la democracia. Patti, el del tiro en la nuca de los prisioneros, intendente y diputado. Cesio, valiente a toda prueba en defensa de los derechos humanos, denunciante de los crímenes del poder, condenado de por vida por “deshonor e indecoro militar”, pese a las presentaciones por escrito que realizó en todos los gobiernos democráticos después de la dictadura. La primera medida que debería haber tomado Alfonsín era restituir el grado y anular el castigo a este valiente oficial. ¿Qué hicieron los ministros de Defensa, los legisladores, los presidentes de la Nación después de 1983? Se callaron la boca, miraron para otro lado, mandaron archivar. De eso no se habla. Por algo será.
¿Qué habría pasado en la Alemania después de 1945 si se hubieran mantenido las resoluciones de Hitler contra precisamente los héroes de la resistencia antinazi? Impensable, porque no sucedió nada de eso. No, esto es algo bien argentino. El no te metás. Total, defendió a esas viejas del pañuelo blanco, acusó abiertamente a sus colegas torturadores uniformados en vez de callarse la boca. Ahora, que se joda.
Pero es más. Cuando hizo esas declaraciones justas y valientes se le inició un sumario por “deshonor e indecoro militar”. Así que denunciar la desaparición de personas era (y es) indecoroso para nuestro militares. Se pidieron para el coronel Cesio seis años de prisión mayor. Lo increíble del caso es que el juicio terminó con el sobreseimiento del acusado. Pero de inmediato fue enjuiciado nuevamente por otro fuero, con lo que se violó el principio de cosa juzgada. Finalmente, el llamado Superior Tribunal de Honor del Ejército –Honor de desaparecedores– le impuso, el 7 de noviembre de 1983, la más grave de las sanciones previstas. Repetimos: “Descalificación por falta gravísima al honor, con la accesoria de privación de su grado, título y uniforme”. Matar, desaparecer, robar niños, torturar a mujeres embarazadas, tirar al mar a seres humanos vivos, no era delito. Denunciar esos hechos, sí. Fue condenado apenas un mes antes de que Alfonsín asumiera el poder democrático. La condena está firmada nada menos que por el general Cristino Nicolaides, un colaboracionista del crimen, del secuestro y la desaparición, en el decreto 3146 del 30 de noviembre de 1983. Que sigue todavía firme, a pesar de que han pasado 22 años de democracia.
En 1991 denuncié en el film Panteón Militar, documental que hice con el director alemán Frieder Wagner, que el retrato del desaparecedor Videla estaba nada menos que en la sala de cadetes del Colegio Militar. Mi denuncia no fue considerada por ninguno de los presidentes de la Nación ni por los ministros de Defensa ni por el general Balza, hoy premiado como embajador. Sólo el presidente Kirchner reaccionó y ordenó bajar el ignominioso retrato. Habían pasado trece años de mi denuncia y 21 años de democracia.
Pero volvamos a Cesio. El Tribunal Militar, para condenarlo, sostuvo nada menos que “el coronel Cesio con esa actitud intelectual privilegia equivocadamente su condición de ciudadano sobre la militar”. La frase lo dice todo. Habría que enseñar en los institutos militares que siempre hay que privilegiar la condición de ser humano sobre algo que se califique de “militar”, que se utiliza para disculpar hasta el crimen. Humanidad y democracia deben estar por encima de todo y el militar debe negarse a cumplir cualquier orden que arrase con esos principios. La resolución del totalitario Tribunal de Honor de las Fuerzas Armadas señala que “esta resolución comprende aquellas faltas que pongan de manifiesto una total carencia de honor, lo que implica la descalificación del imputado como persona de honor”. Defender la vida, para esos uniformados, era carecer de honor. Qué humillación para el ser argentino, qué humillación para el Libertador San Martín. De Ejército Libertador a Ejército de la Desaparición. Menéndez, Suárez Mason, Galtieri, Massera, Astiz.
El senador Hipólito Solari Yrigoyen y el diputado Alfredo Bravo presentaron proyectos para la rehabilitación de Cesio. No fueron ni siquiera tratados por las comisiones respectivas. La falta de coraje civil. Mejor hacerse el sordo. También Cesio le envió una carta a Menem, cuando era presidente. Jamás le contestó. Estaba en otros temas de más importancia para su concepto de democracia y sus verdaderos fines.
El coronel Cesio, en 1973, fue secretario general del Ejército, del comandante general Jorge Raúl Carcagno, aquel que en la décima Conferencia de los Ejércitos Americanos denuncia la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”. Se abría una esperanza liberadora, que pronto quedó trunca.
Ante la condena del coronel Cesio, el director James Neilson, del Buenos Aires Herald, el 15 de noviembre de 1983, escribirá un artículo en el que señala: “Muy difícil sería encontrar una prueba más impresionante de los efectos profundamente corruptores del poder sobre las instituciones militares y los hombres involucrados en ellas que el suministrado por este lamentable episodio, revelador del inmenso daño infligido no sólo al país sino a las mismas fuerzas armadas por decenios de régimen militar directo o indirecto. Se ha perdido la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre lo que es honorable y lo que no lo es y la de haber instituido un código de silencio, que lo subordina todo al ocultamiento de la verdad no sólo de los extraños sino también de los militares que temen enfrentarla”.
En octubre pasado, Juan Jaime Cesio –fundador del CEMIDA, Centro de Militares para la Democracia– fue invitado al Encuentro de Militares para la Paz y la Democracia de Chile, donde se habló acerca de la ética del oficio de las armas y seguridad e integración regionales. El encuentro culminó con el festival “Mil Tambores por la Paz”. En su trabajo, “La Pax Militar”, Cesio comienza diciendo: “Si vis pacem para bellum (si quieres la paz prepárate para la guerra) orientó el pensamiento de políticos y militares al principio del siglo XX y más aún en los anteriores: un país estaba mejor preparado para defender su soberanía o emprender una acción ofensiva en la medida que aumentara y modernizara recursos bélicos, recursos que disuadirían al presunto enemigo o lo llevarían a la derrota. Razonamiento indiscutido en épocas en que la defensa o conquista de un país era oficio exclusivo de guerreros o así se lo creía. En los tiempos que corren, la divisa es o debiera ser: si quieres la paz, prepárate para la paz”. “Los militares –agrega– sirven a la democracia en su profesión y se integran a su país como ciudadanos. Como militares obedecen, como ciudadanos hacen uso de las libertades que la Constitución les otorga, a la que defienden en todos sus órdenes; de entre ellos, el de velar por la paz.” Es decir, todo bien distinto al pensamiento de los represores Bignone y Nicolaides.
En su escrito, Cesio propone: “Se podría comenzar con tratados internacionales de desarme. Es insensato que en los presupuestos se destinen a la compra de armamentos recursos que servirían para paliar la desnutrición y cuidar la salud, entre tantas necesidades impostergables que nos conmueven. La tenencia de armas por parte de los ciudadanos debe ser restringida y ni siquiera debe aceptarse las que los niños usan para JUGAR”. Con respecto a las dictaduras establece: “No pocos pueblos de América latina han sido flagelados por los golpes de Estado militares a los que llamaron revoluciones cuando en verdad fueron involuciones. Aunque ninguno causó mayor daño y espanto que la última dictadura militar argentina. Los represores –que no solamente mataron y torturaron, sino que también se enriquecieron escandalosamente– ganaron la que llamaron guerra pero perdieron la paz porque se valieron del terrorismo de Estado. El Estado es el único que tiene el derecho de ejercitar la violencia e impone esta potestad tal exigencia ética, que resultan desde todo punto de vista abominables las acciones consumadas sin el debido encuadramiento legal”.
Cesio, uno de los pocos militares que le dijo no al crimen y al secuestro. La pagó muy caro: veintidós años de tristeza, injusticia y de la quita de sus derechos, a través de restos del poder del crimen y la impunidad.
Ojalá que la nueva ministra de Defensa devuelva el derecho y termine con la injusticia de la violencia castrense que tanto mal hizo a la República.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.