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Contratapa|Lunes, 17 de junio de 2002

Llevarles unos mirasoles

Por Osvaldo Bayer

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Claro, después se sostiene que uno siempre piensa mal. Pero ellos lo hacen. Estos señores que nos gobiernan y que no representan a nadie son los que van a dejar todo preparado para que al más tenue grito de libertad, se lo pueda eliminar de la vida pública con la ley y el garrote, que es lo mismo que la Ley del Garrote. Y lo va a hacer nada menos que Brinzoni, el heredero de Videla, y el dúo Duhalde-Alfonsín (Jaunarena). El primero, que cuando fue gobernador de la provincia de Buenos Aires obtuvo durante su gobierno las peores estadísticas de crecimiento de las villas miseria y la policía más corrupta y sanguinaria de la historia del país (aquella “maldita policía”). Y en cuanto al caudillo radical, que si bien sacó cuatro votos en las últimas elecciones, sigue haciendo marcar el paso a su partido y al país. Alfonsín, autor del sospechoso dúo de punto final y obediencia debida: ilegal, fraudulento, amoral, vergüenza eterna de nuestra legislación. Ahora, ellos tres (no olvidemos al alfonsinista Jaunarena) quieren ordenar, disciplinar el presente y futuro argentino, con un nuevo concepto de Seguridad.
Todo es simulación y engaño para tapar que nuestros niños comen sapos y caballos tísicos. Fíjese el lector esta verdadera joya de la mentira: el general Brinzoni, heredero de Videla, escribió hace poco la expresión “nuestro ejército es cristiano”. ¿Cómo? El mismo ejército de la picana eléctrica, del submarino, de las bestiales torturas a jóvenes embarazadas, los reyes del calabozo, los cobardes de la desaparición, los más ilegales que ha producido el suelo argentino, los delincuentes que se llevaban hasta el televisor del buscado, los que se robaron todo, a ésos, Brinzoni los llama el “ejército cristiano”. Sólo a un pueblo de tontos obligados o de alcahuetes sin remedio se les puede hacer creer esto. Y sólo un pueblo de tontos obligados (esos que se hacen), o de alcahuetes puede soportar una hipocresía semejante. Empezando por él, el general Brinzoni, acusado en una de las matanzas más sucias de la región chaqueña nos viene a decir eso, él, que se calló cuando fue acusado, en vez de acusarse a sí mismo y promover un juicio para demostrar su posible inocencia. El, nos viene a hablar de cristianismo en el ejército. Y la Iglesia se calló la boca, por supuesto, como se calló ante el asesinato del augusto obispo Angelelli. Somos todos cristianos, los argentinos, todos inocentes, todos correctos, tenemos un ejército desaparecedor que es nuestro orgullo. Cuando la única verdad es que todo, absolutamente todo el personal de las tres armas que actuó entre 1976 y 1983 en las tres armas es culpable de los más monstruosos crímenes de la historia, menos los integrantes del Cemid, los verdaderos militares democráticos, que preside el coronel Ballester, y salvo aquel capitán de bella alma y generosidad gaucha que se llamó José Luis D’Andrea Mohr. (Dejo de escribir y recuerdo su rostro.) Todos culpables porque el que no torturó o mató, por lo menos supo que esas cosas se hacían en las Fuerzas Armadas, y se callaron la boca. El general Martín Balza pidió perdón, sí, por la masacre, pero eso no bastaba, cuando fue comandante tendría que haber investigado en el ámbito militar los crímenes de cada uno de sus uniformados, darlos a publicidad y recién después pedir perdón. Pero sólo pedir perdón poniendo cara de sufrido es pura farabutería, total después me voy a nadar diez kilómetros a la Costanera Sur para demostrar lo hombre que soy.
Un “ejército cristiano” tenemos los argentinos. Pobre Cristo, si hubiera caído en las garras azules y blancas, lo hubiéramos crucificado todos los argentinos y después, por supuesto, nos hubiéramos colgado del pecho el crucifijo donde le dimos el lanzazo final.
El general Brinzoni, llamado “sanmartiniano” por Radio Diez, por qué no, si los argentinos somos todos cristianos y sanmartinianos, lo que no nos impide ser, como decíamos, alcahuetes y subalternos. Pero hablando de esto último, tenemos una figura ideal como “primer mandatario”. EduardoDuhalde. Y por eso sorprende que el padre de la maldita policía esté –al decir de la prensa– preocupado por la seguridad del país. Bueno, si está preocupado tiene la solución en las manos: hágale caso al general Brinzoni, quien pide la unión del Ministerio de Defensa con la Secretaría de Seguridad. Buena idea, así el ejército se convierte en policía. Como dice la crónica periodística, para “evitar eventuales desbordes sociales en los centros urbanos y para terminar, cuanto antes, con las protestas diarias en las calles, rutas y puertas de entidades financieras”. Está todo dicho. Porque la culpa la tienen los viejitos cancerosos que van a golpear las puertas de los bancos. Es así. Y contra eso, policía y ejército unidos para siempre. Brinzoni-Duhalde-Jaunarena (este último salido del muslo derecho del alfonsinismo). Estamos completos. El teorema estaría resuelto: Videla hizo desaparecer a los rebeldes y ahora BrinzoniDuhalde-Jaunarena terminan con los viejitos protestadores de las puertas de los bancos. Y ya con paz, cada uno en lo suyo. Los que comen sapos, que sigan si les gusta, los gordos siempre en la CGT, Barrionuevo y Roggero en la vanguardia y Alfonsín de consejero, todos respaldados por el heroico ejército-policial argentino, con los retratos de Videla y Klodczyk en los despachos.
¿Cómo, en esto terminó el peronismo cuya línea nacional pensaron aquellos hombres libres Jauretche y Scalabrini Ortiz? ¿Con esto terminó aquel radicalismo que alguna vez tuvo a Karakachoff en sus filas?
Y todo llegó al máximo cuando George Dobeliú les mandó a la Casa Rosada una bandera argentina que, en vez del sol tenía una oreja en el centro.
Con inmensa tristeza, les llevaría a Jauretche y a Scalabrini Ortiz unos mirasoles con unas hojas de ombú a sus tumbas. Y a Karakachoff, unos pensamientos. Sí, con inmensa tristeza.

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