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Contratapa|Viernes, 28 de junio de 2002

Providencia

Por Antonio Dal Masetto
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En el bar nadie habla desde hace rato. Hasta que el parroquiano Pedro apoya con fuerza su vaso en la barra:
–No me gusta pedir favores y mucho menos plata, pero estoy pasando por una situación dramática. Estoy enamorado de un ángel, la más dulce, sensible y romántica mujer que he conocido en mi vida. Sé todo lo que voy a decirle cuando me declare, palabra por palabra, lo ensayé mil veces. Y encontré el lugar justo donde declararme, un pequeño restorán, muy íntimo, con velas y mantelitos a cuadros. Paso todas las noches por ahí, miro para adentro y mi corazón late soñando con el momento en que cenemos juntos. Pero no la puedo invitar porque no tengo un peso. ¿Alguien me puede ayudar?
–Amigo, me ganó de mano con el sablazo –dice el parroquiano Guido–, yo también arrastro un drama donde se mezclan la falta de plata y las cosas del corazón. Estoy en franco tren de recuperar a mi ex mujer que desde hace seis meses se fue a vivir con la madre. Las cosas están en ese punto exacto en que si la llamo por teléfono hace el bolso y vuelve corriendo. Pero debo cuatro cuotas del televisor y la videocasetera, y me temo que en cualquier momento vengan a llevárselos por falta de pago. Mi Julieta me perdonó muchas cosas, pero si eso llega a ocurrir estando ella de nuevo en casa, soy hombre al agua. ¿Alguien me puede tirar un salvavidas?
–Yo también estaba juntando coraje para tirar la manga –dice el parroquiano Alberto–. Estoy loco por Susana, una mujer bellísima, casada. Todavía no pudimos concretar porque tiene pánico de que la vean. Me propuso una escapada a un departamento que tiene en Mar del Plata, un fin de semana en que el marido ande de viaje. Mi coche está parado hace un montón porque no tengo plata para nafta. Si no junto rápido unos pesos para llenar el tanque la voy a perder. No me lo perdonaré nunca y quedaré con el corazón destrozado por años. ¿Alguien me puede auxiliar?
Ante las valerosas confesiones de Pedro, Guido y Alberto, los demás parroquianos también nos soltamos y resulta que cada cual arrastra una pena del corazón ocasionada por su situación económica. Cuando el último termina de lamentarse, todos dirigimos significativas miradas al Gallego y a su caja registradora.
–Ni se les ocurra pensarlo –nos dice el Gallego–, estoy juntando plata para pagar la luz, y además yo también sufro de mal de amores por cuestiones de escasez. Intenten otra cosa, eleven sus oraciones al cielo, pidan con mucha fe y no se olviden de incluirme.
En ese momento se abre la puerta del bar e irrumpe un gordito trajeado, brioso, con cara de querubín.
–Señores, permítanme que distraiga su atención por unos instantes para ofrecerles los productos de Esperanza Express, asociación benéfica al servicio de aquellos que están sufriendo momentáneos desfasajes financieros. Desfasajes que, entre muchas otras catástrofes, llegan a frustrar innumerables relaciones amorosas. Nuestro sistema de ayuda fraterna y solidaria consiste en la formación de grupos de ahorro a los que se ingresa con una modesta cuota semanal. Cada grupo está formado por 20 personas, digamos 20 amigos. Los lunes se realiza un sorteo y el ganador recibe la suma de los aportes de la semana, una bonita cifra. Disponemos de tres círculos, para distintos niveles de necesidades: el Madre Teresa de Calcuta, el San Francisco de Asís y en el tope nuestro circulo vip, Ceferino Namuncurá. Pueden integrarse al Madre con una cuota de diez pesos semanales, al San Francisco con una de quince y al Ceferino con una de veinte. En este preciso momento, en los tres círculos, tenemos varios grupos a punto de completarse. Elijan ustedes. Mi comisión es insignificante. Les aclaro que si les sobran algunas monedas pueden licitar cuotas y adelantar el momento en que reciban el dinero contante y sonante. Con este crédito autosustentable, que nada tiene que ver con los odiosos bancos, podrán llenar los tanques de nafta, pagar facturas atrasadas, cenar en lugares especiales, calmar las impaciencias de los corazones y mucho más. Acá están los papeles.
Los parroquianos comprendemos que la divina providencia no nos ha abandonado y, biromes en ristre como caballeros del rey Arturo, nos lanzamos a llenar los formularios, cada uno con el dulce nombre de su amada en los labios.

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