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Contratapa|Lunes, 1 de julio de 2002

Un gato travieso y un león herbívoro

Por Osvaldo Bayer
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Mientras las brasileñas se ponían ligeras, los alemanes prepararon en sus jardines –con invitados– uno o dos televisores para asistir al Mundial. El menú fue igual en toda Alemania: grandes ollas calentaban salchichas de todos tamaños, y en las fuentes de cocina ya esperaba la habitual Kartoffelsalat, ensalada de papas. Y empezó el partido en Yokohama. Empezó bien Alemania, desconocida: buenos pases, velocidad, excelentes jugadas, pero cuando los brasileños se fueron despertando, el público alemán se fue poniendo serio y cada vez con más apetito ansioso por las salchichas. Gran parte de los comensales se había puesto una careta del arquero Olli Kahn que trajo un diario y que muestra al arquero alemán con su gesto característico de la boca abierta como si pegara un rugido leonino.
Porque adentrémonos en la más profunda verdad: lo que quería el público alemán no era tanto el campeonato mundial, sino que Olli se consagrara el más grande arquero de todos los tiempos, no dejando pasar ningún tanto por la raya de su arco. Los titulares de los periódicos ya lo decían, por ejemplo, cuando Alemania le ganó a Surcorea y llegó a la final, un diario tituló: “Olli Kahn llegó a la final” (los otros en forma similar). Y ayer, a la mañana, el matutino de más venta, titulaba: “Hoy somos todos Olli” (y no, por ejemplo, hoy seremos campeones del mundo”).
A medida que se masticaban más salchichas y Ronaldo se fue aproximando cada vez más a Olli, la nerviosidad germana fue en aumento. Hasta que vino el primer gol de Ronaldo. ¡No podía ser! ¿Que a Olli le hayan metido un gol? No. Algunos dejaron de comer las salchichas y se retiraron a cantar alguna oda al Rhin o a pasearse por los bosques recitando a Goethe. Los demás, en absoluto silencio aguantaron estoicamente hasta la rendición incondicional. Otro gol a Olli. Ronaldo, con su cara de gato de albañal, pícaro, atorrante.
Todo estaba dicho.
Olli, deprimido, yacía sentado junto al palo de su arco vergonzante. El ex león gallardo no agitó más sus fauces. Eso sí, no lloró. Pero era algo así como una pálida momia en la soledad.
Mientras las brasileñas comenzaban a moverse.
Ningún alemán podía creerlo: ¡Dos goles al Olli! ¡Mamá, cómo está el mundo! Mañana será el día del psicoanálisis en todo territorio germano.
Alemania jugó su mejor partido del torneo, pero no superó su mediocridad. (Yo lo comparé en otra nota al Atlanta de 1940, pero me llamó por teléfono desde Buenos Aires Román Lejtman para decirme que en aquellos años su papá lo llevaba a ver a Atlanta y que puede certificar que el equipo de Villa Crespo era peor que el actual seleccionado alemán. Bueno, pido disculpas.)
La catástrofe de ayer fueron los dos goles al invencible Olli. Los alemanes, al regreso de Japón querían ascenderlo como Cristóbal Colón del arco o a Mariscal de campo del área. Pero todo quedó en la nada cuando en el minuto 18 del segundo tiempo Olli comenzó a comer pasto de la cancha. Y después el otro, donde ya, en vez de la garganta de un león pasó a tener la quijada movible de un herbívoro.
Todo estaba perdido. En Río empezaron a mover las caderas. En Alemania comenzó un silencio absoluto. Se apagaron los televisores, y todos buscaron refugio en sus lechos a dormir la derrota.
Yo quedé curioso y llamé a las feministas alemanas. Ellas, como lo relaté, me habían dicho que los jugadores alemanes habían llegado a la final porque el día anterior habían sido visitados por sus novias y sus esposas. ¿Y aquí, qué había pasado? ¿No se les había permitido gozar de la compañía de ellas? Pero nadie de las feministas fue al teléfono, no me atendieron, me dejaron sin respuesta. Qué lástima, hubiéramos podido iniciar un capítulo científico acerca del beneficio o no de la presencia femenina ante las grandes misiones de los hombres. Y colgué. Sentí untemor repentino de recibir una respuesta no adecuada. Entonces me puse a pensar con nostalgia que hubiera preferido ver, en vez de este final, un clásico rosarino de los años cincuenta con el triunfo de las canallas, por supuesto. No sé, tenían más “pep”, es decir, pimienta, adobo, y ya que hablábamos hoy de salchichas, más mostaza.
Brasil merece ser el campeón del mundo en la actual medianía. Supieron moverse, supieron vencer al león herbívoro.
(Pero al terminar estas líneas no puedo dejar de expresar mi intensa tristeza: mientras ocurría esta fiesta del deporte, los diarios europeos informaban que la policía argentina asesinaba cruelmente a Darío y Maximiliano, nuestros jóvenes indefensos. El comisario Franchiotti: sadismo, cobardía, brutalidad. Las mismas cualidades, por interés, de los que están por encima de él.)

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