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Contratapa|Sábado, 13 de julio de 2002

Perfiles ideológicos

Por José Pablo Feinmann
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En cuanto al caso Sokolowicz, ¿por qué la izquierda lamenta que otro de los suyos se ha entregado y la derecha no? Sokolowicz dice algo atendible cuando (en el reportaje de 3 puntos) afirma: “La gente que se identifica con Hadad no le cuestiona que su asociación conmigo lo va a desperfilar ideológicamente. En cambio, a mí sí. Los progres deberíamos tener nuestras ideas tan claras como tiene las suyas la derecha”. Hay, en esto, un punto cierto: nadie, que yo sepa, le ha reprochado a Hadad haber vendido su alma al diablo. Nadie le ha recriminado, en el tono de la indignación moral, que Sokolowicz no lo quiere a Menem, que estuvo en el ERP, que fundó “ese diario de zurdos” y cosas por el estilo. La derecha festeja esta fusión. La aprueba. No sienten que lo pierden a Hadad, sienten que lo compran a Sokolowicz, o que lo corrompen o lo hacen entrar en la lógica de su propia ética. En el campo mediático, la derecha lo tiene todo o casi todo; la izquierda, muy poco. Acaso, ahora, un poco menos. Pero el punto es otro. ¿Por qué la derecha no siente ni expresa que Hadad se ha vendido? ¿Porque no tiene principios? No es así: la derecha está llena de principios. El principio de autoridad, ante todo. Que tanto esgrime y proclama hoy y detrás del cual late la represión o en nombre del cual se desata. Cree representar la patria, siempre lo creyó. De aquí que Hadad sea tan incómodamente xenófobo, como buen hombre de la derecha. Cree en la espada, cree en el orden, cree en los negocios y cree en la libertad de mercado. Descree de la ética si la ética se opone a la realización de alguno de estos principios, dado que ellos son, para ella, la ética. Así, la derecha, políticamente, es pragmática, es realista, siempre suma, a veces concede pero se queda con la porción decisiva, a veces dialoga pero cree que su verdad es la única, a veces no concede ni dialoga, y entonces reprime.
El menemismo es un producto impecable de la pragmática de la derecha. A comienzos del siglo pasado Miguel Cané abominaba de los “guarangos democráticos”, de esos hijos de zapateros que, enriquecidos, entraban en los salones tropezándose con los muebles. Tuvo, así, que tolerar, negociando, a la “chusma yrigoyenista” y la “negrada” peronista. La convivencia fue incómoda. No bien pudo, los echó. No obstante, cierto día, alboraba el año 1989, los “guarangos”, los que entraban en los salones tropezando con los muebles, dijeron a la derecha, a la pragmática derecha argentina: “Queremos asociarnos con ustedes. Poner nuestras bases sociales al servicio de sus planes económicos. Darles lo que nunca tuvieron, apoyo popular. Un movimiento plebeyo, pero con las ideas de ustedes”. Había nacido el menemismo. El menemismo es la glorificación del realismo político. Bajo su aliento pragmático se diluye la antinomia peronismo/antiperonismo, de la que alguna vez dijera John William Cooke era la expresión de la lucha de clases en la Argentina. No más. Alsogaray se abraza con Menem. El almirante Rojas, venerable fusilador de peronistas, también. Alsogaray, hombre empecinado, dice que él no ha devenido peronista sino que apoya la “reforma Menem”. Era lo mismo. Menem había entregado las banderas que hacían del peronismo algo incómodo para la derecha: la soberanía nacional, el Estado de Bienestar, las conquistas para la clase obrera, la distribución del ingreso. Nadie llamó traidores a Rojas o a Alsogaray, sí a Menem.
Esta ética que inaugura el menemismo (aliándose al liberalismo económico) impregna la ética política de los noventa y aún se prolonga. Es la ética que dice “primero los negocios, luego lo demás”. Es una ética que desideologiza. El capitalismo, en verdad, se ha mostrado, a lo largo de su historia, extraordinariamente capaz para anteponer los negocios a cualquier otra consideración. ¿Cuántos capitalistas del “mundo libre”, de las “democracias occidentales”, hicieron negocios con Hitler? El capital no tiene ideología, tiene intereses. Así, puede decirse que la unión entreHadad y Sokolowicz evidencia esta situación. Que nadie le diga a Hadad que ha vendido su conciencia expresa eso que Sokolowicz dice: “Los progres deberíamos proponernos tener nuestras ideas tan claras como las tiene la derecha”. Hay, aquí, un problema: si tuviéramos las ideas tan claras como la derecha, seríamos otra cosa, seríamos derechistas. Porque Sokolowicz no lo va a cambiar a Hadad. Hadad, en cambio, ya lo cambió a Sokolowicz. Por eso la derecha festeja y la izquierda sufre, lamenta una pérdida. Sokolowicz, al incluirse en la ética del pragmatismo, del realismo como principio absoluto, se incluye en la ética de la derecha, desdibuja su perfil ideológico.
Para ser más claros: en los medios de comunicación la derecha puede negociar cuanto se le antoje, ya que los posee. La izquierda no. De este modo, cada sociedad que establece con el poder es una concesión que implica una entrega. Son tantas las flaquezas, son tantas las tentaciones, que la izquierda debe cuidar sus escasos espacios de pureza, de identificación. La derecha, en cambio, lo tiene todo. Tiene el entero mundo, el entero poder, la realidad económica y mediática. Lo único que le resta a la izquierda es la diferencia, diferenciarse. Hoy, para muchos, para muchos que sienten (sentimos) esto casi como un dolor íntimo, como una derrota más, como un desaliento que se suma a otros, Hadad sigue siendo Hadad, pero Sokolowicz dejó de ser Sokolowicz. Conforman, así, una conflictiva sociedad en la que, desde el exacto inicio, uno (Hadad) conserva su capital simbólico, su poder referencial, su perfil ideológico y el otro (Sokolowicz) lo pierde. No creo, Fernando, que hayas hecho un buen negocio. Como acostumbrás a decir, “el tiempo dirá”. De acuerdo. Pero hoy el tiempo dice que perdiste.

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